jueves, 28 de diciembre de 2023
No al Fascismo, Integración completa....tantas cosas le debemos!!
La Europa de Delors no negociaba con fascistas
Comprendió muy bien que sin España y Portugal Europa sería una entelequia.
Por
Víctor Guillot
27 diciembre 2023
Jacques Delors. Foto: Comisión Europea
No se puede entender la UE sin Jacques Delors, tres veces presidente de la Comisión Europea entre 1985 y 1993. Probablemente, Delors sea la última gran figura europea que ha dado la vieja Europa del pasado siglo XX, la que colmató el núcleo duro de Estados con la ampliación a 12 llevada a cabo en 1985 mediante el ingreso de España y Portugal. Delors También pisó el acelerador profundizando en la integración de las instituciones europeas con la firma del tratado de Maastrich de 1992 en virtud del cual se funda una Unión Económica y Monetaria y algo más trascendente: los cimientos de una auténtica aunque no siempre comprendida unión política.
Veinte años después, seguimos en el mismo debate. Enrico Letta, primer ministro italiano entre 2013 y 2014, afirmaba hace unos meses a la brillante periodista Anna Buj en las páginas de La Vanguardia que “o hay una integración europea completa, o desapareceremos” Hablar de ampliación ayer, hoy y mañana, ha sido, es y será siempre sinónimo de más mercado y de menos trabas arancelarias. Activar la integración entonces, hoy y mañana, ha sido, es y será siempre expresión de la profundización y consolidación de las instituciones comunitarias hacia una Europa federal, más democrática y con una identidad que trascienda los límites históricos de los Estados-nación. Delors supo pivotar con agilidad, astucia e inteligencia entre esos dos ángulos sobre los que se proyectó una Europa que pudo fácilmente fracasar de la mano de dos hombres de gran carácter: Helmut Kohl y François Miterrand, dos bestias políticas sin las cuales no se puede entender tampoco la Europa del siglo XX.
Francçois Mitterrand y Helmut Kohl.
A Jacques Delors le debemos la firma del tratado Schengen que abrió las fronteras a la ciudadanía europea, hoy pilar fundamental de la integración comunitaria que ha permitido la libre circulación de personas, servicios, trabajadores y capitales. El tiempo ha demostrado que el espacio Schengen merecía la pena y estaba bien articulado: ha resistido a los embates del terrorismo yihadista y a la pandemia y hoy, con algunas excepciones, sigue ofreciendo un espacio de seguridad y libertad al conjunto de los ciudadanos europeos. Sin Delors tampoco se habría firmado el Acta Única Europea, verdadero prologo del Tratado de la UE que transformó tres mercados, el del carbón, el acero y la energía nuclear, en una comunidad política frágil y a la vez pesada, inspirada por sus fundadores, Schumman y Monnet, sobre la que se ha volcado el devenir político de los europeos.
Delors comprendió muy bien que sin España ni Portugal, Europa sería una entelequia. Con él, los españoles atisbamos a comprender qué podía significar ser europeo y, a la vez, Europa también comprendió a qué podía aspirar con cerca de 50 millones de habitantes más en su mercado. Delors se enfrentó a todos los estados, incluida la Alemania de Helmut Kohl y la Francia de Mitterrand, durante las negociaciones de Maastricht. En los ásperos, prolongados y vertiginosos debates de 1989 que tuvieron lugar en alguno de los Consejos Europeos, el canciller democristiano y el socialista francés llegaron a proponer el fraccionamiento de Europa en dos espacios distintos. Se trataba de la Europa de las dos velocidades, una con suficiente músculo económico y financiero como para acelerar el proceso de integración hacia una moneda única, una especie de mini-Europa a cinco (Alemana, Francia y los países del Benelux), y otra donde los Estados preservarían sus monedas hasta que alcanzaran los niveles de déficit e inflación de los dos motores económicos de entonces. Fue Delors y su visión global de la UE quien permitió salvar Maastricht con todas sus consecuencias.
La Europa de Delors seguía siendo una Europa germinal, lenta y paquidérmica, como la de sus fundadores en 1952, en la que el peso de los Estados y el veto de los gobiernos lentificaba cualquier negociación. El Presidente de la Comisión francés supo bregar en una Europa claramente dividida entre países del norte y países del sur, definida y modulada por los intereses del eje franco-alemán donde, en un principio, países como España o Grecia sólo acababan de aterrizar ávidos de recibir Fondos de Cohesión y poco o nada podían aparentemente aportar desde el punto de vista institucional. Asumiendo todas sus imperfecciones, la de Delors tampoco fue la Europa que negociaba con fascistas. El Parlamento Europeo gozaba entonces de menos competencias de las que tiene ahora, pero en ningún caso abrió la posibilidad a que el Partido Popular Europeo buscase abiertamente negociar con los partidos de la ultraderecha. Todavía reverberaba el espíritu de La Resistencia en los viejos políticos que moraban las instituciones de Bruselas y el fascismo no había adquirido naturaleza política en el Parlamento.
Úrsula von der Leyen y Pedro Sánchez
Es probable que la pandemia primero y la guerra de Ucrania después hayan acelerado la integración económica como nunca antes hubiera sucedido de la mano de Úrsula von der Leyen. Por primera vez se ha hablado de una deuda mancomunada, un sistema tributario armonizado, asuntos vetados en los Consejos Europeos precedentes y en las reuniones de los Ministros de Economía que se resuelven en el Ecofin. No obstante, lo cierto es que sin la Europa que vino después de Maastrich, hoy seríamos incapaces de afrontar el futuro ante la hegemonía de China, India, Rusia o EEUU.
Pivotar entre la ampliación y la integración. Ese es el sino de una UE incompleta, todavía con barreras en el mercado único en el campo de las telecomunicaciones, de los bancos, de las finanzas o de la energía. Aún no tenemos claro si Turquía, Ucrania, Georgia o Moldavia deben formar parte de la UE y en qué condiciones. En el fondo, al igual que con Delors, Europa es como un extraño oxímoron: vieja y nueva, frágil y a la vez pesada, en ocasiones apartada y apestada y, sin embargo, ahora como entonces, igual de necesaria.
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