Donald Trump y Kamala Harris durante el primer debate presidencial. / ABC
Donald Trump y Kamala Harris durante el primer debate presidencial. / ABC En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí La tarea a la que se enfrentaba Kamala Harris era a priori titánica. Solo así podría entenderse un debate que en un universo con reglas racionales y marcos normativos establecidos habría sido imposible. Pero hace tiempo que todas las reglas racionales y marcos normativos establecidos saltaron por los aires. Y aquí estamos, en 2024, asumiendo y tratando de explicar algo parecido a un debate presidencial entre una mujer y Mr. Hyde. Un espectáculo televisivo de 90 minutos perfectamente demarcado por la cadena generalista ABC y en el que un desdibujado, errático y desquiciado Trump llegó a decir (acaso gritar) ante millones de telespectadores que hay hordas de inmigrantes sin papeles “comiéndose a los perros, a los gatos, a nuestras mascotas” en una ciudad llamada Springfield, Ohio, que, por lo que sabemos a esta hora no es la de la familia Simpson. El apocalipsis, de nuevo, al otro lado de la ventana. Frente a un escenario de muerte y destrucción que fue en varias ocasiones objeto de descalificación por parte de los moderadores, Kamala Harris se presentó tranquila y dispuesta a mostrar en televisión su mejor arma: el cuerpo a cuerpo. Se trataba de tirar de deformación profesional, una fiscal frente a un convicto; un hecho este sobre el que la vicepresidenta no quiso hacer demasiada sangre, solo sugiriéndolo, porque a buen entendedor... La actuación de Harris probó ciertas todas las informaciones que decían que llevaba semanas preparando un cara a cara. Su estrategia siguió el consejo que Drew Bundini Brown repetía a su pupilo, Muhammad Alí, desde la esquina del cuadrilátero: “Vuela como una mariposa y pica como una abeja. Golpea, chico, golpea”. Y Harris voló y golpeó. El primer golpe nada más poner pie en el escenario. La candidata demócrata tomó la iniciativa y ofreció la mano a su rival. “Tengamos un buen debate”, le dijo. Este, sorprendido, la aceptó. “Me alegro de verte”, le contestó. Era la primera vez que se encontraban en persona y la última que se alegraría de ello. Y a partir de ahí el desastre republicano propiciado por una Harris que no desaprovechaba ocasión para atacar a su rival y hacerle perder los nervios: derechos reproductivos de la mujer, gancho de izquierda; inmigración, golpe al mentón; política exterior (Ucrania y Oriente Medio, fundamentalmente), derechazo; insurrección del 6 de enero de 2020, derecha corta; seguridad nacional, directo a la nariz. Y entre golpe y golpe, el vuelo: “Yo tengo un plan para América, y es esa la clase de conversación que la gente quiere tener”, declaraba Harris mirando a la cámara. “Debemos dejar de fijarnos en el pasado y centrarnos en el futuro”, insistió, “es hora de pasar página”. Y habló de exenciones fiscales para pequeños empresarios, educación y sanidad. Muir preguntó a Trump si él tenía un plan. Trump alcanzó a contestar que tenía “conceptos de plan”. Nadie supo muy bien qué quiso decir el expresidente pero las redes empezaban a hacer su agosto. Los moderadores, David Muir, de 50 años, presentador y editor jefe de World News Tonight de ABC News (en mi opinión el mejor del país); y Lindsay Davis, de 46 años, presentadora del noticiero vespertino ABC News Live Prime, estuvieron a la altura de las expectativas, lo que dejó más en evidencia el trabajo (o más bien la ausencia de) de Jake Tapper y Dana Bash durante el anterior debate entre Trump y Biden, el pasado junio. Frente a los presentadores de la CNN, que dejaron hacer a Trump, tanto Muir como Davis rebatieron hasta en tres ocasiones el habitual manual de mentiras que suele desplegar el candidato republicano: por supuesto que no hay inmigrantes comiéndose las mascotas de los estadounidenses; tampoco en ningún lugar del país es legal “ejecutar” (Trump dixit) recién nacidos, o “abortarlos” (de nuevo Trump dixit) después del parto; y, de la misma forma, el crimen en EEUU no se encuentra en “máximos históricos” como ha señalado el FBI. EEUU, al fin y al cabo, no se va a “convertir en una Venezuela con esteroides” (Trump dixit), porque el crimen “está descendiendo en todo el mundo porque todos los países están enviándonos a sus criminales”. Tamaño resultó el desastre que Trump, mal maquillado (en realidad el maquillaje de ambos era mejorable, tampoco la escasa iluminación del plató ayudaba), con el pelo violáceo y la tez verdosa, acabó sudando visiblemente. El último candidato a unas presidenciales que sudó en pantalla fue Richard Nixon el 26 de septiembre de 1960 contra un joven y aseado JFK. Fue aquel el primer debate presidencial de una serie de cuatro de la era moderna. JFK acabaría por llevarse la presidencia y los americanos tendrían que esperar hasta 1976 para volver a ver un cara a cara televisivo entre dos candidatos a la Casa Blanca. Aún no había concluido el debate y el mundo MAGA supuraba indignación en las redes sociales. A partir de ahí se disparó, una vez más, la especialidad de la casa: las teorías conspirativas. Con poco que elogiar sobre la actuación del expresidente Trump, los presentadores de Fox News, con Sean Hannity a la cabeza, rápidamente centraron su ira en ABC News, acusando a la cadena y a sus presentadores de inclinar sus preguntas a favor de la vicepresidenta Harris. Martha MacCallum, encargada de la cobertura posdebate en la cadena ultraconservadora, llegó a declarar incluso que la demócrata había recibido un “pase libre” por parte de los moderadores. Algunos comentaristas decían en sus redes sociales que también había recibido las preguntas. Lo cierto es que Harris acabó hablando unos nueve minutos menos que su contrincante y, frente a Trump, que hasta en dos ocasiones pudo efectuar contrarréplicas, a ella se le negó esa opción en el único momento que la solicitó. Mientras que la campaña de Harris se apresuró a decir que están dispuestos a un segundo cara a cara, nadie podía asegurar ayer que este tendrá lugar. Antes de que Trump hiciera su entrada en la sala donde le esperaba su equipo, sus asesores insistían en que él ya había confirmado su participación en un debate propuesto en NBC para el próximo 25 de septiembre. Sin embargo, Trump acabó por pronunciar un evasivo “ya veremos”, según reportaron medios como The New York Times. Una nueva generación Tras una insulsa entrevista acompañada de su candidato a vicepresidente, Tim Walz, hace unas semanas en la CNN, Kamala Harris se presentó ante el electorado estadounidense con la tarea de demostrar que está más que preparada para ocupar el Despacho Oval. “Está claro que no soy Joe Biden, y desde luego no soy Donald Trump”, declaró mostrándose como representante de una nueva generación que supere la polarización que vive el país y que pueda hacerse cargo de los principales asuntos que importan a los estadounidenses: economía, inmigración, aborto, delincuencia, seguridad nacional y respeto por la democracia. Antes del debate, las encuestas arrojaban un escenario de lo más ajustado en el que agregadores de sondeos como FiveThirtyEight o RealClearPolitics apuntan una ligera ventaja para Harris (2,8 y 1,4 puntos porcentuales, respectivamente). Pese a todo, el Partido Demócrata llevaba ya el miedo en el cuerpo. El domingo, una consulta de Siena-The New York Times colocaba dos puntos por delante al expresidente a nivel nacional. Era esta la primera encuesta, tras las convenciones de los dos partidos y la renuncia de Joe Biden a la reelección en julio, que daba una ventaja a Trump, apuntando a que el impulso de la candidatura de Harris se habría estancado. Harris lo sabía y ayer golpeó con todo a su rival. Tras enzarzarse en un primer bloque económico, en teoría, más favorable para Trump, y en el que la vicepresidenta lo acusó de “buscar únicamente su propio beneficio” y el de sus amigos millonarios, esta demostró que es en la cuestión del aborto el terreno en el que se siente más cómoda. “Independientemente de su fe o sus creencias, todos podemos estar de acuerdo en que el gobierno, y por supuesto Donald Trump, no deberían decirle a una mujer lo que tiene que hacer con su cuerpo”, dijo la demócrata. Trump negó que estuviera buscando “una prohibición federal” e insistió en que lo único que ha hecho es “responder a la demanda de que sean los ciudadanos de cada estado los que decidan” qué hacer sobre el asunto. Fue en el tercer bloque temático, la inmigración, en el que Trump sacó a relucir, una vez más, su retórica más xenófoba al vincular esta y criminalidad hasta el punto del paroxismo y la paranoia y volver recurrentemente al mismo en varios momentos del debate. Dijo que hay que “deportar a once millones de ilegales” pero no supo decir cómo. Sabedora de que fue precisamente Trump el que prohibió al GOP llegar a un acuerdo con el Partido Demócrata durante esta legislatura en esta materia, la vicepresidenta le reprochó al candidato republicano que prefiera “cabalgar sobre el problema”, explotando el miedo y el rencor de los votantes, “a llegar a una solución al mismo”. En el apartado de seguridad nacional y política internacional, Harris se dirigió a Trump para decirle que, como vicepresidenta, había hablado con líderes de otros países: “Dicen que eres una vergüenza”, le espetó. Trump acusó el golpe y decidió replicarle usando a Viktor Orbán, presidente de Hungría, como ejemplo de líder con el que tiene buenas relaciones. Orbán y Netanyahu, por supuesto. En el capítulo de Oriente Medio, Harris tiró del manual demócrata para asegurar su compromiso con un alto el fuego, la seguridad de Israel y “la solución de los dos Estados”. Trump volvió a la hipérbole para decir que con él al mando la guerra de Gaza “nunca habría ocurrido”, y sin ofrecer más detalle advirtió de que toda la región “va a estallar”. Una vez más llegó a presumir de su relación con el presidente ruso Vladímir Putin acusando a los demócratas y la salida de Afganistán de ser la razón de la invasión rusa de Ucrania. Kamala Harris, con una idea mucho más realista y acorde con la tradicional política exterior estadounidense le reprochó: “Te gusta más un hombre fuerte –en referencia a Putin– que la democracia”. La vicepresidenta cargó sobre el papel de Trump durante la insurrección del 6 de enero de 2020. Este eludió toda responsabilidad, dijo que era “de Nancy Pelosi y del alcalde de Washington DC por no hacer su trabajo”, y llegó incluso a acusar a la Policía del Capitolio de matar a una manifestante. “Donald Trump fue despedido por 81 millones de personas. Así que seamos claros. Está claro que le está costando mucho asimilarlo”, le soltó Harris ante una nueva insistencia por parte de Trump de que hace cuatro años le habrían robado la victoria. La vicepresidenta llegó a llamar racista a Trump al recordar que su inmobiliaria marginaba a los afroamericanos y que en los noventa pidió la pena de muerte para un grupo de menores condenados por el asesinato de una mujer blanca en Central Park. Tras pasar años en prisión, los cinco acusados serían exonerados. En uno de los momentos más surrealistas de la noche, el expresidente calificó a Harris de “marxista”, por ser hija de un académico ídem. A partir de hoy se empezará a medir el impacto del debate en la intención de voto. En cualquier caso, lo único que parece quedar en liza a estas alturas es el voto de un 8% de indecisos, fundamentalmente en siete estados, esos llamados bisagras y que hasta cualquier ciudadano de un pueblo de Valladolid podría recitar ya casi de carrerilla: Pennsylvania, Wisconsin, Michigan, Nevada, Arizona, Georgia y Carolina del Norte. Puede que incluso solo sea necesaria Pennsylvania, porque parece que los estrategas de ambos partidos tienen claro ya que es en este estado donde se decidirá una elección a día de hoy bastante apretada. Quizás por eso, una de las superestrellas más importantes del mundo decidió ayer, justo al término del debate, hacer su particular entrada en la carrera. Kamala Harris se pudo ir a la cama con una victoria clara en su debate frente a Trump y, quizás, con algo igual de importante: el apoyo expreso de Taylor Swift. La reina del pop pidió el voto para la vicepresidenta en sus redes sociales, y lo hizo además posteando un comunicado acompañado de una foto en la que apareció, cómo no, con un gato.
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