Los desechos de Twitter. / J. R. Mora
Los desechos de Twitter. / J. R. Mora En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí Me sigue sorprendiendo que gente brillante y con tanta experiencia en Twitter como Gerardo Tecé escriba, a estas alturas, un artículo como el que publicó en este medio, a favor de quedarse en X. Quizás me columpie, pero es difícil observar al autor como un juez imparcial de esta disyuntiva cuando el grueso de su influencia parece provenir de esta red social. Y creo que esta sospecha podría hacerse extensible a la propia CTXT. ¿Puede un medio online permitirse prescindir de un canal que le pone en contacto con 230.000 seguidores? Por mucho que creamos en la misión social de CTXT y de Gerardo Tecé, muchos lectores cómplices detectaremos aquí cierto conflicto de intereses. Nos invadirá la incómoda sensación de que quizás la aspiración legítima del periodista de lograr el máximo impacto, la máxima influencia, le está jugando una mala pasada a la hora de aceptar el fin de una era. Es inevitable preguntarse si quienes dirigen el juego de CTXT no ven nublado su juicio por el muy estudiado poder adictivo de X. Los subidones dopaminérgicos que provoca ver cómo un artículo tuiteado, o un simple tuit, recibe miles y miles de visitas e interacciones, son muy reales, y han hackeado algunas de las mentes más brillantes del planeta. Y el bajón que produce verse privado de este “casito” no es una invención alarmista, sino un hecho científicamente probado. Puede que quienes se vean más afectados sean, precisamente, quienes llevan lustros recibiendo cantidades más gargantuescas de esta droga social. Los imperios de internet caen a la misma velocidad con que otros se levantan. Y cada destrucción inaugura una oportunidad de construir un nuevo edificio Señalemos de una vez el elefante –o el pajarraco– de la habitación: ¿están los veteranos tuitstars en posición de evaluar objetivamente si la mejor estrategia para la izquierda es seguir en X? ¿O corren el riesgo de convertirse en los Rafa Nadal de las redes sociales, incapaces de salirse de un circuito que ya no puede darles nada bueno, por su incapacidad para renunciar a la identidad, a la experiencia, de formar parte de su aristocracia? Soy admirador de Gerardo Tecé, lo que equivale a decir que soy admirador de su brillante capacidad de análisis. Pero no encuentro la fineza a la que nos tiene acostumbrados en su defensa para seguir en X. Para empezar, resulta contradictorio que reconozca que la red se ha convertido en el patio de juegos de un fascista megalómano, y a la vez la defienda como una plaza pública adecuada para dar la batalla cultural. En la cancha de Musk el árbitro está comprado, las cifras de audiencia del partido son falsas, el reglamento beneficia al equipo local, la grada está llena de robots controlados por el palco, los goles del visitante son anulados. ¿Y aún así merece la pena jugar el partido? ¿Merece la pena participar en la liga? ¿Tiene sentido seguir practicando un deporte en el que tu papel ha sido relegado a servir de muñeco de sparring para que un jurado comprado corone al oponente una y otra vez? No existen precedentes históricos para entender lo que está ocurriendo en X, de ahí que todos recurramos a analogías para defender nuestros argumentos. La del deporte era una y ahí va otra: para mí, el éxodo de X podría entenderse como la primera gran crisis de refugiados políticos digitales de la historia. Y emigrar es muy duro. Sobre todo cuando amabas tu comunidad, y tenías allí una identidad ganada que te hacía sentirte útil para los demás, y te ves forzado por el empeoramiento sistemático de la convivencia. Es muy duro reconocer que ese lugar desde el que construiste un mundo mejor ha sido conquistado por fuerzas antagónicas, que ponen en peligro la integridad de todo aquel disidente que ose permanecer. La buena noticia es que esta analogía tiene las patas muy cortas: X no es un país, sino un entorno 100% corporativo y online, y por tanto 100% sustituible. Los imperios de internet caen a la misma velocidad con que otros se levantan. Y cada destrucción inaugura una oportunidad de construir un nuevo edificio que corrija en su diseño los fallos estructurales que llevaron al derribo del anterior. No me estoy dejando llevar por el idealismo: en esa batalla están implicados actores de todos los ámbitos: legislativos, corporativos, activistas y personas de a pie que a día de hoy están ya trabajando para crear las redes sociales del presente y del futuro; las redes sociales que sí nos merecemos, donde dar la batalla cultural sí tiene sentido. El X de Musk parecerá la versión digital del salvaje oeste, un lugar previo a la civilización, previo al Estado, dominado por el más fuerte y más violento Sí, se entiende el escepticismo sobre la capacidad de alternativas como Mastodon, impulsadas casi solo desde el activismo ciudadano, para convertirse en redes sociales de masas. Lo que ya parece más torpe es ignorar la batalla legislativa que se está impulsando a uno y otro lado del atlántico para proteger al estado –y de paso a la ciudadanía– de volver a dejarse comer la tostada por las big tech. Hoy Meta, X, TikTok o YouTube ostentan un poder de persuasión pública capaz de ganarle el pulso a democracias sólidas, y los estados ya están reaccionando para recuperar el poder perdido. A velocidad de placa tectónica, pero también con el mismo carácter inexorable. El mundo corporativo sabe que quien ponga buenos oídos a la nueva música puede acabar por imponerse en un mercado que está destinado a reescribir sus reglas para adaptarse a normativas de seguridad más exigentes, igual que lo han estado otros sectores, del alimentario a la aviación civil. En unas décadas, el X de Musk parecerá la versión digital del salvaje oeste, un lugar previo a la civilización, previo al Estado, dominado por el más fuerte y más violento. Un lugar a dejar atrás cuanto antes. No hace falta mucha imaginación; ya lo estamos dejando atrás. Lo que hace falta es superar la fase de negación.
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