El filósofo estadounidense Noam Chomsky. / Luis Grañena
El filósofo estadounidense Noam Chomsky. / Luis Grañena En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí Hace más de un año que nos falta la voz de Noam Chomsky. No hay manera de poner en un par de frases las dimensiones de esa ausencia. Muchos la sentimos pronto, porque era raro que Chomsky tardara más de 24 horas en responder a un correo electrónico. Antes de internet, a principios de los noventa, dedicaba unas veinte horas semanales a responder cartas. Es más que probable que la rápida extensión del uso del correo electrónico presionara al alza esa cifra (y a la baja el nivel de reflexión que mostraban los mensajes, sugirió Chomsky en alguna ocasión). Con frecuencia se me escapa una sonrisa perpleja al pensar en la magnitud de la obra científica, filosófica y política que ha legado un hombre que dedicó la mayor parte de su tiempo a recorrer su país dando charlas y que no dejó de responder a una sola de las docenas de personas que le contactaban a diario. Los medios de comunicación se han hecho un cierto eco de su ausencia, aunque no uno muy diferente del que se hicieron de su presencia. “El más importante de los intelectuales vivos”, según The New York Times, era esencialmente invisible para The New York Times –por mucho que algunos sigan pretendiendo lo contrario–. En una de las escasas reverberaciones nacionales de ese eco, Sergio Fanjul publicaba una valiosa pieza en el suplemento dominical de El País. Debe agradecerse su contribución a la difusión del pensamiento de Chomsky, pero añadiendo a continuación que no hubiera estado de más que hubiera incluido al menos una tímida aproximación a sus temas centrales: la crítica del capitalismo, del imperialismo y de la propaganda. La omisión, como veremos, no puede atribuirse a la concisión impuesta por el formato periodístico. La crítica del capitalismo, base misma de la tradición política en la que se inscriben la práctica y el pensamiento de Chomsky, siquiera aparece mencionada en el texto de Fanjul. Hubiera bastado con un par de citas glosadas. Probemos. El capitalismo es, en palabras de Chomsky, un sistema socioeconómico en el que enormes “tiranías privadas” dominan la vida económica y ejercen un amplio control sobre las instituciones políticas y culturales. ¿“Tiranías privadas”? “Una corporación privada es el ejemplo más perfecto de tiranía que haya destilado la historia”: desde la cúspide de la pirámide se envían hacia abajo las órdenes y en la base de la misma puedes elegir entre obedecer al último eslabón de la cadena de mando o morirte de hambre. En tiempos menos obtusos a esto se le llamaba “esclavitud salarial: subordinación a un amo, igual que en la esclavitud, sólo que temporal”. Desde luego, tras estas frases llamativas debieran venir los detalles, pero con ellas basta para un artículo periodístico. Hemos empleado apenas cien palabras. Fanjul dispuso de más de 1.500. En cuanto a la segunda omisión, los medios de comunicación que determinan la agenda informativa, como The New York Times –o El País, en el Reino de España–, “son grandes corporaciones que forman parte de conglomerados aún mayores. Como cualquier corporación, tienen un producto que venden en un mercado. El mercado son los anunciantes, es decir, otras corporaciones (…), y el producto, audiencias relativamente privilegiadas”. Grandes corporaciones que venden audiencias privilegiadas a otras grandes corporaciones: “¿Qué imagen del mundo esperarías que surgiera de ahí?”. Nuevamente, ni cien palabras. En cuanto al imperialismo, no estamos ya ante una omisión: se le dedica toda una frase de una docena larga de palabras. Anotemos al margen que se distorsiona su legado en este ámbito si, en lugar de señalar que documentó “la doctrina de la mafia” –el Padrino atlántico no tolera la desobediencia– con una minuciosidad que nadie ha logrado desafiar, se nos dice que “el enfoque de Chomsky consiste en centrarse en principios generales relacionados con los derechos humanos o civiles y llamar la atención sobre aquellos grupos o regímenes que sufren opresión”. No es que sea mentira, sino sólo una generalidad que nada dice del tratamiento de Chomsky de los sucesivos ajustes de cuentas. Desde luego, se pasa de puntillas –con escrupulosa tibieza y críptica asepsia– por el tema que más ocupó a Chomsky durante los últimos años en este terreno: la política atlantista de confrontación con Rusia y China –como señaló en alguna ocasión, los medios europeos han sido en este punto incluso más serviles que los estadounidenses–. Para cerrar, Fanjul recopila algunas de las críticas que ha recibido Chomsky. Se nos dice en este apartado que “para Chomsky la política estadounidense estaba en el germen de los atentados contra las Torres Gemelas”. Como no se detiene a comentar nada al respecto, no puede explicarnos que se trata de un juicio histórico difícilmente cuestionable, tal y como admiten los propios arquitectos de aquella política (Brzezinski, en particular). Se nos dice también que “se consideró que minimizó la magnitud de los crímenes de los Jemeres Rojos en el genocidio de Camboya”. Nuevamente, Fanjul no encuentra espacio para explicarnos que se trata de una acusación absurda, pero muy elocuente. En colaboración con Edward Herman, Chomsky analizó el tratamiento mediático de dos masacres simultáneas: Timor Oriental y Camboya. Hubo una diferencia crucial entre ambas: la primera a) se cometió con apoyo y armas occidentales, de forma que b) hubiera sido muy sencillo detenerla, mientras que en la segunda no concurrían la circunstancia a) ni la b). El análisis de la documentación disponible arrojó un resultado incontrovertible: la prensa obvió o negó los crímenes en Timor y publicó torrentes de mentiras sobre los crímenes en Camboya. El trabajo de Chomsky y Herman sobre Timor no suscitó comentario alguno. “Lo que escribimos sobre Camboya, en cambio, provocó una enorme indignación y una oleada de mentiras (…): es muy importante suprimir nuestros propios crímenes y defender el derecho a mentir a voluntad sobre los crímenes de los enemigos. Estas son tareas importantes de las clases educadas. Es raro que un estudio no contenga errores, pero nuestro trabajo sobre Camboya parece ser una excepción. A pesar de un esfuerzo masivo, nadie ha encontrado ni una coma fuera de lugar”. Faltan pues sus temas centrales y sobra la reiteración de calumnias absurdas. Un Chomsky, en fin, “para todos los públicos”: el pensador político de cabecera tanto del subcomandante Marcos como de la activista Ana Patricia Botín. Hay homenajes que es mejor ahorrarse La semblanza de Chomsky que nos regala el suplemento dominical de El País se completa con una columna de Joaquín Estefanía. Se trata, nuevamente, de un texto con segmentos valiosos (en una fracción del espacio que dedica Fanjul a su biografía poplítica nos presenta Estefanía a un Chomsky con más puntos de contacto con el original). No obstante, cuesta evitar la impresión de que la columna en cuestión no es otra cosa que un escolio a la intersección entre la solapa de un libro de Chomsky y el título de la traducción castellana de otro –un escolio según el cual Chomsky no habría dicho nada nuevo después de esos dos textos de juventud publicados con sesenta años–. Hay homenajes que es mejor ahorrarse. Autor > Asier Arias Ver más artículos
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