sábado, 20 de febrero de 2010

Librítos imprescindibles.

LA DICTADURA DE FRANCO Hª DE ESPAÑA 9- BORJA DE RIQUER.

La historia de España, de la que forma parte este volumen, va tocando a su fin y, por lo que llevamos visto hasta ahora, con resultados más que satisfactorios. Sólo quedan por publicar el volumen sobre los reinos medievales y el del periodo de democracia formal que se abrió en 1975, aparte de un volumen que se dedicará a la historia y la memoria, tan del gusto de hoy en día. Los directores de esta empresa historiográfica han colocado en todos los volúmenes una breve introducción general que tiene mucho de manifiesto profesional y que, después de tanta repetición, tal vez terminen por aprenderse los que acudan a saciar su sed de saber histórico en esta obra que busca sus raíces en el siglo XVI (Garibay y Mariana), para emparentar decididamente con la historia liberal de Modesto Lafuente y el proyecto renovador de Rafael Altamira con su énfasis en el concepto de civilización.

A partir de ahí las referencias a otros empeños similares son ya más numerosas y muy significativas -tanto por lo que se cita como por lo que se omite- a la hora de presentar una obra que pretende incorporarse a una supuesta “tradición democrática y progresista” que no se sabe bien qué significa en términos de hacer historia. Para realizar ésta han convocado a un grupo de excelentes especialistas que los directores caracterizan como “de filiación metodológica y generacional relativamente plural”. El adverbio empleado admite pocas discusiones, pero tampoco cierra la puerta a cualquier interpretación que quiera darle el lector.

El volumen que ahora se nos ofrece es el que corresponde a los treinta y seis años largos que se extienden desde el final de la guerra civil hasta la muerte de Franco. Es, probablemente uno de los periodos más estudiados de nuestra historia reciente y la realización de este volumen, que busca un público amplio a través de un texto que no va acompañado por notas aclaratorias, exige un extraordinario esfuerzo de síntesis, que es lo que ha hecho el autor de una forma muy brillante y eficaz.

A nadie le puede resultar extraño porque el profesor De Riquer, catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, es un reconocido especialista en la historia política de finales del siglo XIX, y del siglo XX, especialmente en el ámbito catalán. A él se deben, por ejemplo, estudios decisivos sobre el nacionalismo conservador catalán, y sobre las relaciones de su líder, Francisco Cambó, con el Estado franquista. También ha hecho aportaciones decisivas en relación con el papel del nacionalismo catalán en los intentos de modernización del Estado español contemporáneo.

El libro se abre con un breve prólogo en el que se resalta el carácter personalista de aquel régimen marcado, según el autor, por una personalidad anodina como la de Franco, de escasas inquietudes culturales y en la que predominaban los valores militares, aplicados de forma astuta y calculadora, al servicio de sus ambiciones.

“Como es sabido -añade De Riquer-, en otoño de 1936 renunció a la toma de Madrid ante el convencimiento de que una guerra corta perjudicaba sus intereses, mientras que un conflicto largo y cruento le aseguraba no sólo la absoluta victoria militar, sino también la máxima desmoralización y destrucción del adversario a la vez que permitiría una considerable concentración de poderes en su persona” (p. XVII). En realidad no sólo no “es sabido” sino que resulta muy discutible. Esa especie fue puesta en circulación por algunos historiadores militares que criticaron la forma escasamente brillante con la que Franco llevó la dirección de la guerra y sería amplificada en una hostil biografía del dictador que se publicó en Inglaterra en 1993. A propósito de ella Raymond Carr publicaría un brillante artículo en The New York Review of Books (17.11. 1994) en el que consideraba insostenible e escasamente verosimil esa tesis, por más que reconociese que Franco cometió errores graves que contribuyeron a la prolongación de la guerra, como fue el de no avanzar hacia Cataluña después de haber roto el frente de Aragón. “Todavía no se ha explicado nadie -escribiría más tarde Azaña- por qué en marzo del 38, cuando tomaron Lérida, no llegaron a Barcelona. Entre ambas capitales no había fuerza alguna. Tal vez no supieron a tiempo la inmensidad del desastre que nos habían causado”.

Carr sostenía también en ese artículo que fue la Iglesia Católica la que proporcionó la legitimación esencial del régimen y De Riquer dedica una notable atención a ese proceso de legitimación, que sólo se vería debilitado por el impacto de los documentos del concilio Vaticano II, que hablaban de la libertad religiosa y de la dignidad humana en términos imposibles de conciliar con los principios que animaban el régimen español. En todo caso tampoco debe olvidarse que, como ha escrito Stanley Payne, fue la persecución religiosa la que consolidó el apoyo de los católicos a los rebeldes y no una decisión gratuita que, en todo caso, tampoco fue tomada en solitario por los obispos españoles. No hay que olvidar que, cuando aún no habían pasado dos meses del comienzo del conflicto, Pío XI habló de martirios “en el significado sagrado y glorioso de la palabra”. Resultaba comprensible que, en esas circunstancias, muchos católicos y religiosos tomasen partido por el bando sublevado, aunque esa decisión derivase muchas veces en actitudes poco ejemplares. Por eso, ya en los estertores del régimen, una asamblea de obispos y sacerdotes se mostró dispuesta a reconocer que la Iglesia no siempre había sabido ser instrumento de reconciliación y pidieron perdón por ello. Postura que podrían haber imitado otras organizaciones, aunque fuera después de la muerte de Franco.

Por lo demás, una empresa tan ambiciosa como es la de recoger en algo menos de un millar de páginas un caudal de información tan generoso como el que aquí se recoge, requería un extraordinario esfuerzo de síntesis como el que el autor ha realizado con gran brillantez en este libro. Abundan también las referencias a documentos originales, especialmente catalanes. Algo muy comprensible dada la residencia del autor.

El relato histórico se ha organizado en doce capítulos que respetan la secuencia cronológica y alternan los aspectos políticos, con los de carácter económico y social, y los que hacen referencia a la vida cultural del periodo. Unos capítulos, estos últimos, un tanto desdibujados y en los que se exageran los contrastes entre los partidarios y los críticos del régimen, tanto en el interior como en el exilio. Una imagen así parece desatender las sutiles relaciones que nos acaba de sugerir Jordi Gracia al hablar del exilio, y podría llevarnos a la resurrección de la imagen del páramo cultural que denunciara Julián Marías en los comienzos de la transición.

Resulta difícil entender una supervivencia tan larga como la del régimen de Franco sin una cierta conexión con la sociedad de aquellos años. Como apuntaba Carr en el artículo citado, no es que haya que decir que Franco hizo posible la España democrática, pero la sociedad que él dejó no tenía otro sitio a dónde ir que a la democracia.

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