¿Ayudar al planeta perjudica a los pobres? No, si Occidente hace sacrificios
Por Peter Singer
Todos los miembros de la clase media o alta en los países industrializados gastamos dinero en muchas cosas que no necesitamos. En su lugar, podríamos donar este dinero a organizaciones que lo usarán para mejorar sustancialmente las vidas de los más pobres del planeta, gente que lucha por sobrevivir cada día con menos de lo que nos cuesta una botella de agua. Durante décadas, esto es lo que he recomendado.
Pero esta preocupación por los pobres parece estar en conflicto con la necesidad de proteger el medio ambiente. ¿Sirve para algo salvar las vidas de quienes continuarán teniendo más hijos de los que pueden alimentar? ¿Es cierto que las crecientes poblaciones en los países en desarrollo aumentan la presión en los bosques y otros ecosistemas? Además, está el cambio climático. ¿Cómo se las arreglaría el mundo si todos ganaran poder adquisitivo e igualaran nuestra tasa per cápita de emisiones de gases de efecto invernadero?
Reducir el consumo ayudará al ambiente
Planteo estas preguntas muy seriamente. Mi primer libro popular, Liberación Animal, publicado en 1975, argumentaba que deberíamos extender nuestras preocupaciones éticas más allá del límite de nuestra especie. En Australia, mi país natal, fui un miembro fundador del Partido Verde. Por lo tanto, equilibrar la reducción de la pobreza y los valores medioambientales es importante para mí. El problema es cómo hacerlo.
Parte de la respuesta —la parte fácil— es que la reducción de la pobreza y los valores medioambientales a menudo apuntan a la misma dirección. Es simplista asumir que ayudar a que más niños sobrevivan hasta la edad reproductiva incrementará la población en los países pobres. Los padres pobres a menudo tienen familias numerosas con la esperanza de que alguno de sus hijos sobreviva para cuidarlos en la vejez. A medida que aumenta la confianza de los padres en que alguno de sus hijos llegará a la adultez, tendrán menos niños. Y si reducir la pobreza posibilita que las familias envíen a sus hijos (especialmente a sus hijas) a la escuela, toda la evidencia indica que sus hijos tendrán familias menos numerosas.
Pero no deberíamos pretender que habrá esta armonía entre el desarrollo económico y la protección medioambiental. Algunos proyectos de desarrollo ofrecen oportunidades de empleo a los pobres, pero a un alto costo para la naturaleza. Desde Indonesia hasta Brasil, se han despejado grandes áreas de selva tropical para producir aceite de palma o soya o para pasto de consumo animal, destruyendo ecosistemas enteros y liberando grandes cantidades de carbono.
¿Qué deberíamos hacer? En ocasiones deberíamos elegir la protección del medio ambiente y de los animales que dependen de él, incluso si se niegan oportunidades económicas a algunas personas que viven en la pobreza extrema. Las áreas ricas en una biodiversidad única son parte de la herencia global y deben ser protegidas. Por supuesto, deberíamos intentar encontrar alternativas sostenibles respetuosas del medio ambiente para quienes vivan en o cerca de esas áreas. Pero no existe un único parámetro por el cual podamos medir el beneficio de salvar vidas humanas contra el costo de destruir bosques que ofrecen los últimos refugios disponibles para chimpancés, orangutanes o tigres de Sumatra.
El análisis costo-ganancia no puede realizar esta tarea. Incluso cuando los economistas ignoran los temores medioambientales, su método habitual de asignar un valor a las vidas humanas lleva a la conclusión éticamente penosa de que los pobres importan menos porque sus ingresos son más bajos y no pueden pagar para reducir los riesgos que amenazan sus vidas.
Conceder un peso igual a los intereses de las generaciones futuras nos ofrece razones de peso para estar preocupados por la conservación del medio ambiente, y más inmediatamente, por reducir la pobreza mundial. Deberíamos ayudar al pobre de hoy, pero no a costa del pobre global del mañana. Para conservar las opciones disponibles a las generaciones futuras, deberíamos aspirar a un desarrollo que no siga dañando las zonas silvestres o las especies amenazadas.
Está claro que el planeta no puede mantener a seis mil millones de personas al nivel de los mil millones de personas más ricas en el mundo actual, especialmente en cuanto a las emisiones de gases invernadero. La incapacidad de las principales naciones industrializadas de reducir sus emisiones contaminantes a un nivel que no cause serios efectos adversos a otros es un error moral de una escala que supera los errores de las grandes potencias imperiales durante el colonialismo.
Según la Organización Mundial de la Salud, el aumento de la temperatura ocurrido entre los años 70 y 2004 está causando 140.000 muertes adicionales al año. Las principales responsables son enfermedades sensibles al clima como la malaria, el dengue y la diarrea, que es más común por la falta de agua potable.
Hay quienes argumentan que no tiene mucho sentido que las naciones industrializadas recorten sus emisiones cuando China ya ha superado a EE.UU. como el mayor contaminante. El problema es que alguien tiene que asumir el liderazgo. Si no, todos se mantendrán a la expectativa para ver quién actúa primero. Todos los argumentos éticos apuntan a las naciones industrializadas occidentales para asumir ese liderazgo, ya que tienen una responsabilidad histórica sobre los gases invernadero.
También existen sólidos argumentos al decir que las naciones ricas deberían reducir sus "emisiones de lujo" antes de que las naciones pobres recorten sus "emisiones de subsistencia". En India aún hay más de 450 millones de personas que viven en la pobreza extrema, y en China más de 200 millones. Nadie que se preocupe por el bienestar humano puede pedir a los pobres que se abstengan de incrementar sus emisiones contaminantes usadas para poner más comida en la mesa, cuando sin dudar tomamos unas vacaciones en el Caribe, emitiendo más polución en una semana que la familia típica en un país en desarrollo en todo un año. Las necesidades siempre deben tener prioridad sobre los lujos.
Contrario a lo que sugiere Lomborg (el autor del ensayo opuesto), mi ensayo no se centra exclusiva o principalmente en temas verdes, ni yo acepto completamente el programa verde que él critica. Por ejemplo, no me opongo a la modificación genética de las plantas, siempre que se supervise adecuadamente.
Podemos tomar una cantidad adecuada de la abundancia que el mundo es capaz de producir, pero no deberíamos satisfacer lujos que exigen la emisión de altos niveles de gas invernadero, poniendo en peligro las vidas de cientos de millones de personas menos afortunadas.
Me encantaría que Lomborg tuviera razón cuando dice que US$100.000 millones al año podrían proveer a los pobres del mundo agua potable, servicios sanitarios, alimentos y educación, pero esa cifra es enormemente optimista. Al usar esta cifra tan baja, e ignorar el verdadero riesgo real de que el cambio climático acabará siendo un desastre de una escala sin precedentes, Lomborg argumenta erróneamente que intentar desacelerar el cambio climático es una mala inversión.
—Singer es profesor de bioética en la Universidad de Princeton y profesor laureado en la Universidad de Melbourne. Entre otros libros, ha escrito 'Liberación animal', 'Ética práctica' y 'La vida que usted puede salvar'.
No hay comentarios:
Publicar un comentario