lunes, 14 de febrero de 2011

Fundación triperil Adriá & Co.

Adrià en su laberinto Detalle infográfico de lo que será el proyecto, basado en
formas marinas

La semana pasada se presentaba en Madrid Fusión elBullifoundation, redefinición del restaurante-laboratorio creado por Ferran Adrià, cuyo objetivo es devenir en pionero think-tank para el desarrollo de una creatividad gastronómica de vanguardia, y del que forma parte el proyecto arquitectónico diseñado por Cloud 9, el estudio de Enric Ruiz-Geli. La expectación ante un proyecto arquitectónico que se prometía revolucionario, acorde con el concepto creativo de elBulli, comenzó a modelarse con la primera nota de prensa que anuciaba la alianza entre Adrià y Ruiz-Geli, reflejo del poder que la propaganda desempeña en nuestra sociedad. Ubicuo cocinero y eterno aspirante a arquitecto-estrella posaban en un retrato doble comunicando el vínculo de dos mentes visionarias en un mismo concepto creativo. Al pie del retrato se yuxtaponía otro de la fusión de otras dos mentes creativas: el de Robert Wilson y Philip Glass realizado por Mappelthorpe.

La propuesta para elBullifoundation se presentó como un «proyecto piloto» para un parque natural de arquitectura de emisiones cero. Se definía como una integración de tecnología avanzada, experimentación y sostenibilidad a través de una serie de nuevas construcciones de fabricación digital que estimularían el proceso creativo, la intensidad de la experiencia sensorial y el equilibrio ecológico. El proyecto transformaría elBulli en un complejo donde los comedores existentes se convertirían en un archivo histórico y donde se construiría uno nuevo; dos nuevos edificios -«Tunel del Conocimiento» y «Experiencias»-, cuyas formas se inspiran en diferentes especies de esponjas marinas y corales; y tres paisajes artificiales, en uno de los cuales se encontrarían dos árboles capaces de gestionar energía, y en otro, se crearía un paisaje marino para cultivar algas que abastecieran al restaurante y produjeran hidrógeno.

Aunque se encuentra aún en fase embrionaria, ya es posible cuestionar tanto el vínculo Adrià/Ruiz-Geli. El proyecto se envuelve en términos tan efectistas y ambiciosos como ambiguos del tipo «arquitectura tecno-empática», «espacios plató», «energía pura»... que en lugar de albergar algún significado, tienen una función autoprotectora e inmunizadora: formular cualquier crítica a esta supuesta vanguardia -y a la encarnada por Adrià o Ruiz-Geli- comienza a ser tachado de conservadurismo pacato e ignorante. Una ferocidad que lleva a no reconocer que tras determinada suerte de vanguardismos no subyace más que una reivindicación artificiosa y estrictamente elitista de la sofisticación.

Adrià trasladó la cocina a otra dimensión, transformándola en una manifestación -entre experimentación artística y científica- que tal vez precisa de la acuñación de otro calificativo (los volúmenes dedicados a elBulli excelentemente editados por Actar -Comida para pensar. Pensar sobre el comer- y Phaidon -Como funciona elBulli- se aproximan a ello). Pero en el campo que aquí nos concierne, esta pseudo-ciencia-tecnología encubre al especulador, una especie de trilero que ajusta sus opiniones a las necesidades de última hora de la más extrema vanguardia para reafirmarse como el definitivo visionario de la revolución.

Las simulaciones gráficas de estos planteamientos arquitectónicos pueden parecer revolucionarias para un lego de la arquitectura -lo cual es seguramente el caso de Adrià-, pero la realidad es que Ruiz-Geli, envuelto en ese lema de tecnología, emoción, sensitividad y sostenibilidad, permanece anclado en experimentaciones desarrolladas en los noventa, cuyo momento álgido reflejó la exposición Architectures Non Standard en el Pompidou (2003) y que hoy se refugia bajo el concepto de parametricismo (postulado por Zaha Hadid y Patrick Schumaher). El problema principal de ese formalismo, que surge a través de las representaciones especulativas realizadas a través de software que se fundamentan en analogías orgánicas, es que ha terminado generando, en los casos en que han sido construidas, parodias de sí mismas, puras escenografías que distan mucho de la posibilidad de aportar consistentes nuevos conceptos espaciales y sensoriales. Su terminología se materializa en propuestas de superficie, débiles, al servicio del dogma de la innovación -como en el caso de la aún inacabada Villa Nurbs de Ruiz-Geli.

Seguramente el concepto de Ruiz-Geli sea la traducción más exacta del gastronómico que ha desarrollado Adrià. Seguramente Ruiz-Geli ha planteado la perfecta escenografía para su universo, pero algo se delata tras ella: constatar que innovación y creatividad son aquí una impostación de la complejidad que aboca a lo banal.

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