Su Crazy en el recuerdo...
“La muerte no puede matar lo que nunca muere: el amor”. Mandada poner por su madre en una sencilla placa de bronce, esta inscripción descansa sobre la lápida de Patsy Cline, la dama de voz aterciopelada, luminosa en plena tormenta sentimental, que reinó en el country a finales de los cincuenta y principios de los sesenta y transformó el género con su maravilloso ropaje pop. Décadas después de su trágica muerte en 1963 por un accidente de avión, la inscripción se recoge como una extraña pero certera definición de la vida y la obra de Cline, una gran cantante que se fue con tan solo 30 años pero cuya resonancia todavía se percibe en el country, en sus baladas heridas pero dignas, en sus pequeñas historias de desgracia y superación cargadas de verdad, de pasmosa y conmovedora verdad.
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