¿Quién necesita más el rescate, Grecia o el resto de los socios del euro? ¿Hasta qué punto los griegos deben agradecer ser rescatados? Papandréu ha esperado hasta el último minuto para apretar su botón nuclear. El único arma que tiene. Lo ha hecho cuando el mundo financiero debatía, debatíamos, sobre si la quita del 50% sería aceptada, sobre si se activarían los contratos de CDS o sobre la estructura del fondo de rescate. Tonterías. Nadie contaba con el protagonista de la película.
Un escueto comunicado tira por tierra no solo meses de trabajo para evitar un crac desordenado de Grecia. Y la decisión de Papandréu es incoherente desde varios puntos de vista. El Gobierno heleno ha pedido un rescate y después decide someterlo a votación. Él asiste a la cumbre de la semana pasada pero dinamita el pacto pocos días después. Y, al parecer, tampoco informó con mucho tiempo al ministro de Finanzas.
Pero todos estos argumentos, hoy, están fuera de foco. Los políticos alemanes, franceses y griegos, los grandes bancos europeos y estadounidenses, el FMI y el BCE llevan año y medio jugando al póker. Y, más que un órdago, como decimos los periódicos, el movimiento de Papandréu es el de aquel que, ante un farol del contrario, opta por levantar las cartas. Alemania, Francia y Estados Unidos tienen mucho que perder si Grecia sale del euro. Concretamente, 100.000 millones de euros confinados en Grecia. La perspectiva de un corralito no es muy halagüeña para Grecia, obviamente, pero Papandréu tiene mucha más fuerza de la que ha esgrimido hasta ahora.
La perspectiva alemana, desde el inicio de la crisis, ha sido no obstante más moralista que pragmática. En vez de tener en cuenta que para orquestar una solución negociada a la crisis de Grecia, hay que contar con Grecia, Merkel (acompañada de buena parte de la elite intelectual, empresarial y política europea) impuso la idea de que quien pidió más dinero prestado del que podía devolver tiene que pagar por ello y solucionar sus problemas. Eso explica tanto los brutales (y de eficacia dudosa) ajustes aplicados en Grecia como la negativa radical a implicar al Banco Central Europeo para solucionar una crisis financiera.
Como si pedir préstamo fuese un acto unilateral, en el que el acreedor se ve obligado a sacar la chequera. Lo explica en FT Martin Wolf, “Los acreedores creen que si todo el mundo fuese un acreedor, no habría deudas impagadas ni crisis financieras. […] Están equivocados. Dado que no podemos comerciar con Marte, los acreedores están unidos por la cintura con los deudores. Unos acumulan deudas sobre los otros, y quedan atrapados en una trampa construida por ellos mismos”.
Merkel ha actuado como si la crisis griega fuera un problema griego. Como si pudiese jugar bazas electorales internas o imponer políticas determinadas sin sufrir por ello. Y eso es ir de farol.
Por más que la se amenace ahora con retirar la ayuda a Grecia, la pelota está en el tejado del G20. No es casual que el Papandréu sea produzca a pocos días de la celebración de una gran cumbre mundial en la que Alemania y el BCE no son todopoderosos. No es probable que, ante el riesgo de un crac financiero global, Hu Juntao o Tim Geithner compren fácilmente los argumentos de "el que la hace, la paga". El movimiento de Papandreu es una vuelta de tuerca casi suicida, y quizá haya patinado porque, como sucedió en Argentina, puede ser cuestión de días u horas que los depositantes quieran sacar sus euros del banco para sacarlos del país ante una posible devaluación. El punto de no retorno quizá haya pasado ya pero, desde luego, no es Yórgos el único culpable.
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