Los British le dán a la tuerca....
Análisis FT: España tiene que tragarse su orgullo
Al principio, la crisis de la eurozona presentó dos problemas fundamentales: Fuertes desequilibrios comerciales y de competitividad y una deuda descomunal. Dos años después, la naturaleza del problema ha cambiado: se han producido importantes avances en materia de competitividad, pero la deuda sigue siendo tan elevada como siempre.
De esta metamorfosis se pueden extraer dos conclusiones. Primera: la moraleja de la crisis, que responsabilizaba de todo a los países mediterráneos más despilfarradores, parece haber perdido fuelle. Segunda, es hora de modificar el argumento de que los países de la periferia están condenados porque carecen de una moneda nacional flexible. Su principal desventaja es la rigidez de sus bancos centrales.Pensemos en los problemas de España: durante la década que siguió al lanzamiento del euro, los costes laborales se incrementaron en un 55% frente al aumento del 22% registrado en Alemania. Los incrementos salariales no estuvieron compensados por los beneficios de la productividad, por detrás de los de Alemania. El resultado fue que España, con un importante déficit de competitividad, registró un inmenso déficit por cuenta corriente, sobre todo en 2007 y 2008, cuando rondó el 10% del PIB, una cifra que llegó a eclipsar incluso a EEUU, con un déficit descomunal.
Cuando comenzó la crisis en 2010, todo el mundo se preguntó si España podría corregir ese déficit, ante la falta de flexibilidad de los tipos de cambio. Sin duda, la flexibilidad habría sido de gran ayuda. Sin embargo, en 2011 y a principios de 2012, los salarios de España cayeron con respecto a los de Alemania, cuando los beneficios derivados de su productividad fueron mayores; el sector privado español, supuestamente indulgente, ha conseguido una caída de los costes laborales unitarios frente a Alemania del 8,7%. Gracias al incremento de la competitividad, las exportaciones de España se incrementaron un 7,6% el año pasado y crecerán otro 2,1% este año, a pesar de la recesión de las exportaciones en España. Si a esto le añadimos el efecto cíclico de la caída de las importaciones, el déficit externo del país ha caído considerablemente, desde el 10% del PIB hasta el 2,4% previsto para este año.
Ahora pensemos en lo que ha ocurrido con la deuda de España. Además de introducir fuertes aumentos salariales, los españoles se endeudaron de forma excesiva. Entre 2000 y 2010, la deuda de las empresas no financieras españolas y de los hogares se duplicó, alcanzando ni más ni menos que el 214% del PIB. Cuando estalló la burbuja crediticia, los ingresos fiscales cayeron y los bancos comenzaron a necesitar ayuda, lo que disparó la deuda pública. Con ese nivel de deuda pública y deuda privada, la pregunta es si España podrá modificar estos niveles.
Lamentablemente, la respuesta es menos positiva en este caso. Desde 2010, la deuda privada con respecto al PIB se ha reducido sólo ligeramente, hasta el 204%. Además, la deuda pública se ha disparado, pasando del 61% del PIB en 2010 al 90% en 2012, según el FMI. Por si fuera poco, según pronosticó el FMI el año pasado, la deuda pública de España con respecto al PIB ascendería al 76% en 2016. Cuando la institución revisó estas previsiones, la cifra se había incrementado hasta el 97%.
¿Por qué no logra España reducir su deuda? No es por falta de valor. La mayor dificultad procede del sector público, pese a que el ahorro aquí ha sido importante: el FMI calcula que el déficit presupuestario ajustado al ciclo de España se ha reducido del 9,7% en 2009 al 4,6% este año. El sector privado ahorra el 10,7% de los ingresos disponibles, menos que los austeros alemanes pero considerablemente más que los británicos o los estadounidenses. España está descubriendo que apretarse el cinturón puede resultar inútil sin una agresiva actuación del banco central.
Analicemos el contraste con EEUU y Reino Unido, países que también tuvieron burbujas crediticias. Allí, los bancos centrales nacionales aplicaron políticas de relajación cuantitativa, que rebajaron los tipos de interés pese a mejorar el crecimiento y provocar una subida de la inflación. Esto transformó la aritmética de la reducción de la deuda. Con unos tipos de interés nominales por debajo de la tasa de crecimiento nominal, la deuda crece más despacio que la producción, reduciendo la ratio deuda/PIB. Es cierto que la ratio todavía puede subir de darse nuevos préstamos. Pero la relajación cuantitativa crea una suerte de tapiz deslizante, que permite al pasajero andar hacia atrás y seguir avanzando.
España también anda sobre un tapiz deslizante, pero avanza en el sentido equivocado, y rápido. El crecimiento nominal es negativo, y el coste de financiación del Gobierno a 10 años ascendió en octubre al 5,7%, siendo más alto en el caso del sector privado. Esta diferencia es ruinosa. Aunque España dejase de emitir bonos, la deuda crecería más deprisa que el PIB, agravando las dudas sobre la solvencia de España y elevando aún más los tipos de interés.
Para ser justos con el Banco Central Europeo, la institución ha intentado ayudar. España tiene que tragarse con urgencia su orgullo y aceptar la supervisión exterior de su economía, dando libertad al BCE para que rebaje sus costes de financiación comprando bonos españoles a corto plazo. Pero aunque el BCE active sus transferencias monetarias directas, los tipos de interés de España seguirán por encima de su tasa de crecimiento. El objetivo de estas transacciones es eliminar la penalización que España paga por el temor a que abandone el euro. No es una relajación cuantitativa de la envergadura de los modelos estadounidense y británico.
Cabe la posibilidad de que el BCE sea más agresivo de lo que ha indicado. O de que una sólida recuperación de EEUU saque al mundo de la recesión, permitiendo a España sortear su problema de deuda con un crecimiento liderado por las exportaciones. Pero la sorpresa positiva tendría que ser de una enorme magnitud para cambiar la dinámica de España, lo que hace pensar que el país probablemente acabe necesitando una reestructuración de la deuda. Si eso es así, Europa debería actuar con urgencia. Uno de cada cuatro trabajadores españoles está en paro. Un grupo de líderes más enérgicos abordarían el problema de deuda de España ya.
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