Philip Glass: «Quería encontrar algo similiar a la obra de Warhol»
«Compositor de música teatral». Así se define en esta entrevista Philip Glass, que el 22 de enero estrena en el Teatro Real su ópera «The Perfect American»
A Philip Glass (Baltimore, 1937) le llega un poco tarde uno de los regalos por su 75 cumpleaños. Se trata del estreno mundial de la ópera«The Perfect American», un encargo que le hizo Gerard Mortier cuando diseñaba la programación de la New York Opera City como nuevo (y breve) responsable del teatro neoyorquino. Tras su salida de la Gran Manzana, el encargo fue asumido después por el Teatro Real –en coproducción con la English National Opera, donde se estrenará el próximo mes de junio–. Se quería festejar así a uno de los compositores norteamericanos más importantes del siglo XX y también más inclasificables, pues a sus casi 76 años (los cumple este mes) Glass sigue rechazando la etiqueta de padre del minimalismo, corriente en la que militó y fue fundamental (junto a Steve Reich y Terry Riley) y bajo la que alumbró su primera ópera, «Einstein on the Beach». Una obra con la que Glass dio por concluida aquella etapa y que supuso, gracias al éxito obtenido, un cheque en blanco para crear y experimentar.
Al adjetivo de inclasificable se le puede añadir también el de prolífico, avalado por una veintena de óperas, nueve sinfonías (la última se pudo escuchar la pasada primavera en Madrid), música para teatro experimental y para más de una docena de películas (Bent, Candyman, la versión de Drácula de 1931, El show de Truman, Las horas, El ilusionista, Notes on a Scandal, El sueño de Casandra...), con algún cameo incluido, que le han valido tres nominaciones a los Oscar.
Mientras recorremos los pasillos del Real, tras conceder una entrevista a la BBC, Glass no puede evitar asomarse a las salas de ensayos, donde se escucha a los músicos practicar. La curiosidad es el motor que ha alimentado y nutrido su carrera como creador. Ya en el último piso, desde los grandes ventanales se puede ver la fachada del Palacio Real, tamizada por la densa niebla con la que ha amanecido Madrid.
En sus óperas anteriores se ha centrado en personajes como Einstein, Gandhi, Cristóbal Colón o Kepler. ¿Qué le atrajo de Walt Disney?
Gerard Mortier me envió el libro de Jungk y me gustó la historia. Uno no se puede imaginar la cultura popular americana sin Disney. Es un icono fundamental. Sus personajes son universales. Aunque Disney nunca fue una persona con una gran educación, sino un hombre muy simple, tuvo una gran intuición sobre lo que le interesaba a la gente. Eso es lo que le hace interesante.
El libreto está inspirado en la biografía novelada y un tanto controvertida de Peter Stephan Jungk, en la que se muestra a Disney como una persona egocéntrica, endiosada, antisemita y misógina. ¿No le preocupó?
Esos sentimientos eran algo muy normal entonces. Especialmente en los hombres de aquella generación. Si no hubiesen nacido en aquel momento y aquel lugar, tal vez hubiesen pensado de otra manera. Eso marcaba las ideas. Somos seres humanos con limitaciones y las limitaciones nos hacen interesantes. Y de eso habla esta obra.
Es el primer personaje americano que aborda. ¿Le ha resultado más difícil?
Han pasado casi 40 años desde el estreno de «Einstein on the Beach». ¿Ha cambiado su concepto de la ópera en estos años?
Lo que realmente cambió tras aquel estreno es que me di cuenta de que tenía una carrera real como compositor de ópera [bromea]. Este mes tengo tres estrenos en Europa. El cambio que se ha producido en mí probablemente tenga que ver con la gente tan diferente con la que he colaborado a lo largo de estos años: escritores, bailarines, diseñadores, cantantes..., lo que me ha permitido trabajar con distintas disciplinas artísticas. Sobre todos ellos destacaría a los cantantes.
Durante estos años he podido conocer muy bien a los cantantes, el tipo de voces, y especialmente cómo abordan los personajes. Esto me ha proporcionado un conocimiento más profundo de la ópera. Por otra parte, a partir de mi segunda obra, «Satyagraha» (1981), me di cuenta de que la ópera podía ser un vehículo para mostrar temas sociales, que no políticos, hablando sobre los derechos humanos, los derechos de las mujeres, la independencia de los países y la relación entre los pueblos.
La relación de Philip Glass con la música se remonta a su infancia. Su padre, hijo de emigrantes judíos procedentes de Lituania, era un gran aficionado pero sin formación. En Baltimore tenía una tienda de discos, lo que le permitió a su hijo disfrutar de una discoteca nutrida de aquellas grabaciones que quedaban en el almacén. Con siete años ingresó en el conservatorio y a los quince se trasladó a la Universidad de Chicago a estudiar filosofía y matemáticas. «Pero descubrí que no era lo suficientemente bueno», bromea. A los diecinueve años, cuando hubo concluido sus estudios, decidió ingresar en la prestigiosa Juilliard School de Nueva York. Al salir, obtuvo una beca para ampliar su formación en París con Nadia Boulanger.
¿La formación como matemático le ha ayudado en su carrera como compositor?
¿Por eso decidió dedicarle su primera ópera a Einstein?
Es un hombre que me inspiró mucho. Tampoco era muy bueno en matemáticas, pero sabía lo suficiente para hablar sobre el mundo que le rodeaba. Creo que soy el compositor que más óperas ha escrito sobre científicos: Einstein, Kepler, Galileo Galilei, Stephen Hawking. Alguna vez me invitan a dar charlas a estudiantes de ciencias, y a mí me gusta porque tienen una personalidad muy especial. Para mí los científicos son como poetas, sueñan el mundo a través de las matemáticas. Ven el mundo a través de sus sueños. Y eso tiene algo de verdad.
El mundo de la literatura también le interesa. Ha puesto música a textos de Cocteau, Kafka, Doris Lessing y Leonard Cohen, entre otros.
¿Cómo fue su experiencia en París con Nadia Boulanger?
Era una de las profesoras de contrapunto y armonía más famosas y complejas. Empecé con ella tras concluir mis estudios en el conservatorio y obtener una beca, y tuve que comenzar de nuevo. Era muy amable pero también muy dura, y decían que tierna, pero yo nunca vi esa faceta suya [se ríe].
¿Y su encuentro con la cultura europea?
Durante esos años también conoció al músico indio Ravi Shankar, recientemente fallecido...
Fui muy afortunado porque tuve dos grandes profesores –Boulanger y Shankar–, fue como si me tocara la lotería [bromea]. Cuando viví en París trabajé con Shankar como asistente. Yo tenía entonces veintisiete o veintiocho años, fui a la India durante seis meses y me influyó mucho. Colaboramos durante décadas, hasta hace veinte años, aunque hablé con él pocos días antes de su fallecimiento. Gracias a Shankarempecé a entender la estructura de la música no occidental. Nos gusta decir que la música tiene un lenguaje universal, sí, es cierto, pero la gramática del lenguaje puede ser diferente dependiendo de los países. Alguien formado en la cultura occidental no podría tocar en la oriental, y al contrario. Actualmente los estudiantes de los conservatorios están comenzando a apreciar la música de otros países, porque viajan a ellos para estudiar sus culturas, pero cuando yo era joven desconocía por completo lo que se hacía en la India, Sudamérica... Solo estudiábamos la música centroeuropea: Mozart, Beethoven... Hoy afortunadamente eso ha cambiado.
¿Cómo definiría su música?
Nunca he hablado de estructuras repetitivas, ni de minimalismo. Eso son invenciones de los periodistas. Soy un compositor de música teatral, la mayoría de mis obras se representan en teatros. Puedo hablar de una manera inteligente y cómoda sobre la música teatral, pero no tanto sobre la música académica.
¿Y que nos puede decir sobre la música de «The Perfect American», que está dividida en trece escenas? En alguna entrevista la ha definido como un sueño y como un poema.
La llegada del director de escena, Phelim McDermott, y del director musical, Dennis Russell Davies, colaboradores habituales de Glass, interrumpe la entrevista. Quieren comentar sus primeras impresiones sobre la partitura. Mientras el compositor se somete a la sesión de fotos, McDermott nos asegura que la personalidad de Glass es completamente opuesta a la de Disney, «que estaba obsesionado con controlar el trabajo de sus asistentes. Él deja un gran margen de libertad para que podamos desarrollar nuestras ideas. Es muy fácil trabajar con él». «En lo que sí es obsesivo –matiza– es en cada una de las notas musicales que compone.»
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