domingo, 24 de marzo de 2013

A los Vivítopes....


Algo más que vinos ecológicos



Vista de las Bodegas Campillo, Grupo Faustino.


No es cuestión sólo de aparentar ser más responsable que los demás. Que un vino obtenga lo que se conoce como certificación de Huella de Carbono lleva implícito un compromiso y una complejidad tal que, la bodega que se decide a dar el paso, debe estar realmente convencida. 
El cálculo de la Huella de Carbono supone la descripción de la cantidad total de emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero que genera un vino. Así se sabe cuál es el impacto real que tiene la producción sobre la atmósfera y el medio ambiente. Gracias a esta verificación (un acto totalmente voluntario), la bodega consigue identificar distintas oportunidades de ahorro de costes, e implantar políticas de reducción de emisiones más efectivas e iniciativas de ahorro mejor dirigidas. 
Evidentemente, la obtención de este sello no significa que el vino sea mejor. Ni siquiera es, a priori, garantía de éxito comercial. El vino gusta o no gusta, así de simple... No obstante, en un mundo tan globalizado y competitivo, y en un sector, como el vitivinícola, en el que nuevos países despiertan al consumo, todo reconocimiento de responsabilidad empresarial y medioambiental supone un extra de valor. «Es una certificación que no se ha valorado demasiado; pero algo ha comenzado a cambiar», asegura Gonzalo Piédrola, director de operaciones de certificación de AENOR (Asociación Española de Normalización y Certificación). Según los expertos, al vino le abre las puertas a los mercados internacionales, lo cual, al final, redunda en las decisiones de consumo. Es más, en algunos países, el cálculo de la Huella de Carbono es un requisito exigido para la importación de determinados productos. A la bodega, además, le añade credibilidad frente a terceros, sobre todo en lo que respecta a los índices de sostenibilidad.
No hace mucho que AENOR otorga la Huella de Carbono. La primera bodega en lograrlo fue el Grupo Matarromera, en 2010, para 3 de sus vinos (véase más abajo). No en vano, Emina (una de sus bodegas) fue el Primer Proyecto Integral de Desarrollo Sostenible de la industria en España. 
Más recientemente (a finales de febrero de 2013), el Grupo Faustino (empresa familiar de cuarta generación y primer exportador del mundo de vino Rioja gran reserva) ha logrado que AENOR le otorgue la Huella de Carbono a 8 vinos de 6 de sus 7 bodegas, lo que incluye 4 denominaciones de origen (Mancha, Navarra, Ribera de Duero y Rioja). Se trata de 6 tintos: Faustino I Gran Reserva (Rioja 2001), Faustino V Reserva (Rioja 2006), Campillo Reserva Especial (Rioja 2005), Portia Prima (Ribera de Duero 2010), Portia Triennia (Ribera de Duero 2010), ECCO Joven (Rioja 2011); y dos blancos: Fortius Chardonnay (Navarra 2012) y Finca Los Trenzones Verdejo (Mancha, 2012). 
«Nuestra obsesión es la tierra», asegura José Luis Fernández de Jubera, director general del Grupo Faustino; quien avanza como claves en la gestión de las bodegas, el respeto por el medioambiente y la internacionalización. El Grupo Faustino ya había desarrollado proyectos medioambientales para mejorar la eficacia en la gestión del agua, la producción integrada en el viñedo, la reducción de consumo energético y la gestión selectiva de los residuos. Además, cuenta con un departamento de I+D+i, a través del cual lleva a cabo varios proyectos, como el control de TCA en los tapones de corcho (para detectar sabores desagradables en el vino). A ello se unen 14 hectáreas de viñedo para la elaboración de vino ecológico, «con muy buena aceptación en el mercado europeo, sobre todo en Alemania, Holanda, Irlanda, Polonia y Rusia», aseguran. 
De la cuna a la tumba
La obtención de la Huella de Carbono es un proceso complejo, en el que se analizan todas las fases del ciclo de vida del vino: «de la cuna a la tumba». Eso incluye las fases de recolección(origen y producción de la uva, horas de uso de los tractores en la vendimia, consumo de diésel agrícola y de energía eléctrica por riego...); de elaboración (consumo de energía eléctrica y gasóleo, utilización de productos ecológicos...); de distribución y venta (producción y transporte de botellas, elaboración de etiquetas y corchos, cápsulas, cajas de embalaje, palets de madera, reciclados...); de consumo  (principalmente, el enfriamiento de las botellas); y, por último, la fase de fin de vida (gestión y transporte de los residuos, reciclado y vertedero). 
Un sector muy comprometido
Lo cierto es que el sector vitivinícola es un sector muy comprometido con la gestión medioambiental. De hecho, buena parte de los certificados de Huella de Carbono otorgados hasta ahora por AENOR (sobre un total de 85) han sido a bodegas de vino; bien a vinos determinados, en su mayoría, o bien como organización, a la bodega. Hasta el momento, hay 7 grupos bodegueros con este sello. Como hemos dicho antes, el Grupo Matarrromera fue el primero. En 2010 obtuvo la certificación para su vino Emina 12 meses crianza (en la foto) y el Matarromera Crianza (ambos D.O. Ribera de Duero) y para el Emina Verdejo (D.O.Rueda). Otras bodegas que también han obtenido certificación de Huella de Carbono son Bodegas Gosálbez Ortí, Grupo Domecq Wines España, Grupo Freixenet, Bodegas y Viñedos Aldeanueva S. Coop. y Tom Rimbau.

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