viernes, 29 de marzo de 2013

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España es una historia de poder

 

La Historia de España a través de quienes han tenido el poder en sus manos, eso es lo que traza Varela Ortega en este espléndido ensayo. Un recorrido por los sueños de la hegemonía

España es una historia de poder
José Varela Ortega, nieto de Ortega y Gasset, recorre nuestra Historia durante los siglos XIX y XX
Ha pasado mucha agua por el río de la Historia desde que José Varela Ortega escribiera su ya clásico libro «Los amigos políticos. Partidos, elecciones y caciquismo en la Restauración» (1875-1900). En el momento de la salida del franquismo y los titubeantes inicios de la Transición a la democracia, el historiador, hoy presidente de laFundación Ortega y Gasset-Marañón, hizo una extraordinaria disección de la estructura del poder en la España de la primera Restauración.
A lo largo de las últimas décadas, su obra ha estado marcada por la voluntad de aportar, desde el análisis, ideas que permitieran tapar los agujeros negros del régimen democrático español abiertos tras la muerte de Franco. La violencia y la presión nacionalista, la guerra mundial y sus derivaciones, la problemática europeísta han requerido la toma de posición de un historiador liberal preocupado por la naturaleza del poder en los sistemas democráticos y los afanes y capacidades de integración o exclusión.
Varela tiene muy claro, como Hobbes, que «la primera inclinación de toda la humanidad es un perpetuo e incansable deseo de conseguir poder». La Historia no es otra cosa que la trayectoria de la integración de la discrepancia, la resistencia al sacrificio de la pérdida del poder como monopolio natural. El sueño de la hegemonía del poder como aspiración de los que lo detentan, la «libido dominandi» como eje de conducta.

La libertad individual

Varela, en los convulsos tiempos que vivimos los españoles, con la reproducción de viejos fantasmas de corrupción, crisis económica y agónica falta de autoestima nacional, nos brinda ahora un ensayoespléndido acerca de la Historia de España a lo largo de los siglos XIX y XX.
Tres ideas motoras planean por el libro. La primera es la permanente búsqueda de la comparación con otras realidades estatales o nacionales paralelas en el tiempo y hasta con referencias retrospectivas que al autor le gusta situar en la Hispania romana. Especialmente interesantes son sus reflexiones comparativas entre nuestra experiencia republicana y la de la III República francesa.
La segunda idea es que el libro, más que una historia del poder en abstracto, plantea la historia de unos hombres con poder. Varela es alérgico a las grandes explicaciones en términos socioeconómicos, teñidas o no de marxismo, a las que hemos sido tan dados. En esta obra se desmitifican los tópicos conceptuales de la izquierda y la derecha en su consideración de las revoluciones.
El autor no participa del fatalismo autodestructivo con el que algunos historiadores describen nuestro pasado y piensa que la Historia deja márgenes al voluntarismo decisorio de los hombres. La libertad individual por encima del determinismo estructural. Más allá de las experiencias trágicas guerracivilistas, está convencido de que siempre «fue posible la paz».

El 18 de julio de 1936

La tercera idea en la que pone el acento incide en los riesgos de la épica bélico-nacionalista. Todo empezó con la Guerra de la Independencia, el saqueo francés y la militarización de la política. De la solución del problema de Estado a la incapacidad para gobernar. El legado de la guerra serían los pronunciamientos militares, la incapacidad para la alternancia, el golpismo y la exclusión. La Restauración y su estela caciquil y clientelista intentó separar al ejército de la política y sentó las bases de la estabilidad articulando una alternancia fundamentada en el«pacto de resultados» con sus transacciones y concesiones.
El sistema tuvo sus costes, que devinieron en el golpe de Primo de Rivera, con la emergencia, de nuevo, del poder militar. La República se hundió por su propia exaltación milenarista. A ese hundimiento contribuyó la incapacidad de la derecha republicana para aglutinar a una parte importante de la derecha sociológica en su proyecto. La disolución del centro integrador estaría en los fundamentos del golpismo del 18 de julio de 1936. La guerra surgió entre la temeridad de unos y la incompetencia de otros y, desde luego, no fue una catástrofe sísmica imprevisible ni el fruto de una conjura militar patógena, sino una calamidad que tenía mucha lógica detrás. La Transición recuperó la capacidad de integración política perdida.
El autor termina con sutiles reflexiones sobre los tiempos recientes, caracterizados por la nostalgia de la ruptura y la descalificación de la Transición como fundamento del discurso de la llamada impropiamente «memoria histórica». Al final, se apuesta firme y decididamente por la competencia y el consenso como origen y destino de la democracia, la aceptación del adversario como principio inalienable. Aprendizaje de la Historia para no repetir errores, para evitar que la democracia sea sólo, como dice Varela, «una construcción de exiliados para no volver a ser desterrados».

Los señores del poder

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