El Sinatra que yo conocí
por JULIÁN RUIZ
En unos improvisados camerinos del estadio Das Antas de Oporto, Barbara Sinatra trata de ser amable con el cortejo de su casa discográfica EMI, en el que me encuentro camuflado como un ejecutivo más, ante la posibilidad de que se me descubra y me condenen como periodista, espécimen considerado como enemigo público del clan Sinatra.
La comitiva pasa por una de las bocas que dan el acceso a una de las gradas del estadio. Frank Sinatra va del brazo de su mujer todo el tiempo. Cuando tienen una perspectiva buena del estadio, Barbara le pregunta:
— ¿Qué te parece, Frank? Es francamente impresionante.
Frank deja la mirada en el vacío y contesta:
— Sí, esta Praga me gusta mucho.
Barbara se queda perpleja, gesticula como pidiendo perdón a la comitiva y le replica:
— No, no, Frank. Esto es Porto; el otro día estábamos en Praga. Esto es diferente.
Frank se enfada.
— Pero qué coño, si es lo mismo, Barbara. No me jodas.
Algunos reímos la contestación. La visita a las gradas vacías del Das Antas termina precipitadamente.
De vuelta a los camerinos, casi todos podemos entrar en el suyo particular por unos momentos. En un rápido vistazo, me fijo que hay fruta —típica en estos casos—, botellas de agua mineral, de naranjada, de limón; algo de comer y un par de botellas de whisky de Tennessee, su favorito, el Jack Daniel's reserva. Es decir, quecamino de cumplir 80 años no había dejado su pasión favorita. Bueno, sus gustos tradicionales.
Pasa el tiempo y es hora de que aparezca en el escenario el más grande cantante de todos los tiempos. Penetramos otra vez en el camerino. Es un rito, una costumbre desearle suerte al artista. Barbara da las gracias encarecidamente. Pero me fijo en una de las botellas de Jack Daniel's. Está prácticamente vacía. Barbara ayuda a su marido a levantarse de una especie de sofá. Lo consigue a duras penas. Todos pensamos lo mismo. Frank está borracho o poco le falta. Pero terriblemente despierto a la vez.
Situado en uno de los costados del escenario, descubro que delante de la orquesta y colocado un poco más bajo de la altura del micrófono se encuentra un 'telepromter'. Todas las letras del impecable concierto que dio aquella noche pasaron por esa pequeña ayuda para que Sinatra se acordara de las frases de las canciones. Incluida'My way', que es la que más detestaba cantar.
Como se hace siempre, acabado el concierto nos dirigimos hacia el camerino para felicitarle y mostrarle nuestro orgullo personal por la actuación. Pero Barbara y Frank se encuentran enfrascados en una discusión:
— Frank, por favor, tienes que ser amable. Está esperando para saludarte. Lo ha pedido y es una gran estrella.
— No, no, Barbara, no tengo ganas de ver a nadie. Vamos al hotel.
— Frank, ya está bien. Se trata de alguien muy grande en este país. Conoces los fados. Has dicho que te gustan. Ella es la gran Amália Rodrigues.
— No, he dicho que no, coño. Yo no quiero saludar a esa puta vieja. Déjame en paz.
Ante el pequeño tumulto del camerino y la deliciosa 'bronca' matrimonial, optamos por salir. Pero fue algo que jamás olvidaré.
Naturalmente, fue la última vez que vi al gran Frank Sinatra, mi querido ídolo desde que con cuatro años escuchaba en el 'pick-up' de mi padre —un encendido y entusiasta fan— aquellos Extended Plays, discos de vinilo de cuatro canciones. A los 10 años sabía de memoria 'Summer Wind', 'The Lady is a Tramp', 'All My Way', 'Night and Day', 'Wichcraft'. Muchas, muchas canciones en el sello Capitol. Bueno, Odeon-La Voz de su Amo, que era quien los distribuían en nuestro país en los años 50.
La primera vez que conocí a Sinatra fue en otro estadio de fútbol. Nada menos que elSantiago Bernabéu. ¿La fecha? La recuerdo muy bien. Entre otras cosas, porque guardo como recuerdo una entrada de silla de pista. ¿El precio? 15.000 pesetas. ¿La fecha? Jueves, 25 de septiembre de 1986.
En plena atomización y fiebre democrática, la llegada a Madrid de Sinatra había sido una constante y cruenta guerra contra lo que representaba Sinatra para los españoles de la década de los años 80. Simbolizaba el eje del mal del capitalismo. Un mafioso vulgar, asesino y mal educado.
En orden con esa bronca farisea, es casualidad que le estrechase la mano justo en el 'santo santorum' de los ultras del Real Madrid. En el famoso Fondo Sur del Santiago Bernabéu —ahora no sé cómo lo denominan—, con mi amigo Rafael Revert, que también estaba allí, rindiendo digno tributo al primer cantante de la historia de la música que tuvo fans. Antes que Elvis. Antes que los Beatles. Barbara, cómo no, también estaba presente.
Recuerdo que nos preguntó cuál era nuestro cometido y nos dijo:
— Quiero mucho a toda la gente de la radio. Ha sido siempre la gente más honesta con la música. Los disc-jockeys siempre han dado a conocer la buena música a toda la gente.
Con cariño y entusiasmo. Bueno, ya sabéis que yo empecé en la radio. Así que es imposible que me olvide de ella. Siempre estará presente en mi vida.
También me preguntó por el Real Madrid de fútbol. Y reconoció:
— No tengo ni puta día de 'soccer'. Sí, pero me gusta el fútbol americano.
La nociva propaganda 'anti sinatra' había logrado que las gradas y hasta las sillas de pista del Bernabéu presentaran un estado de soledad y vacío patéticas. El empresario se había equivocado gravemente con los precios excesivos para el concierto. Sólo se vendieron unas 11.000 entradas de las 60.000 previstas. Fue un fracaso.
Los afortunados que teníamos sillas de pista —las más caras— pudimos sentarnos en la fila que quisiéramos. Me aposté en la fila ocho. Vi todo el concierto con mi querido Miguel Ríos. Nos lo pasamos bomba. Sinatra hablaba poco entre canción y canción, pero siempre nombraba a su gran arreglista Nelson Riddle, que curiosamente tenía ancestros españoles.
Siempre que me preguntan cuál es mi concierto favorito de todos los tiempos, siempre contesto que el de Frank Sinatra en el Santiago Bernabéu. Mucha gente se queda perpleja. No entiende nada, preparados para que les diga uno de los Stones o de Pink Floyd o de David Bowie. Siempre contesto que el del Bernabéu de Sinatra. Y confieso que incluso lloré de alegría en algunas de las canciones. Sinatra tenía 71 años cuando cantó en Madrid, pero su voz sonó como un ángel, un ángel del 'swing'.
Es más: todo el que quiera el maravilloso concierto del Santiago Bernabéu puede comprarlo a un tío de Valencia que logró una copia de VHS, resultado de las ocho cámaras que sirvieron para visualizar el concierto en las dos pantallas gigantes. El DVD lo vende a 450 euros. Una vez más, como aquel empresario que trajo a Sinatra a Madrid, el precio está equivocado.
Me queda el hueco en mi nostalgia de no haber visto jamás a Sinatra en Las Vegas, en estado natural de 'rat pack'. Pero, como decía John Lennon al final de la 'Antología de los Beatles': «Bueno, no es tan trágico, a todos los que nos quieran volver a disfrutar, ahí están nuestros discos, nuestras canciones grabadas». John tenía razón.
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