Europa necesita un nuevo Lutero
17 mayo 2013
LA REPUBBLICA ROMA
17 mayo 2013
LA REPUBBLICA ROMA
La Unión Europea es están convirtiendo en una iglesia corrupta, regida por un país, Alemania, que impone una ortodoxia financiera dogmática. Según la editorialista Barbara Spinelli, la política debe retomar el control mediante un cisma protestante generado por iniciativas populares.
Este tipo de cosas sólo suceden en una Europa a la deriva, no por motivos económicos, sino por la ineptitud convulsiva de su política: hablo del escándalo de un Tribunal Constitucional alemán que rige actualmente la vida de todos los ciudadanos de la Unión, ante un Tribunal Constitucional portugués que no tiene el más mínimo peso. Hablo de Jens Weidmann, gobernador del Banco Central alemán, que acusa a Mario Draghi de sobrepasar sus funciones, al salvar el euro con los medios que tiene a su disposición, y declara abiertamente la guerra a una moneda que denominamos única porque precisamente no pertenece sólo a Berlín.
De hecho, el mandato del BCE está claro, aunque Jens Weidmann cuestione su constitucionalidad: el mantenimiento de la estabilidad de los precios (artículo 127 del Tratado de Lisboa), pero respetando el artículo 3, que establece el desarrollo sostenible de la Unión, el pleno empleo, la mejora de la calidad del medio ambiente, la lucha contra la exclusión social, la justicia y la protección sociales, la cohesión económica, social y territorial y la solidaridad entre los Estados miembros. Cuando el artículo 3 deja de aparecer en el sitio web del BCE, por temor a que Berlín sienta celos, es que algo no marcha bien en la Unión.
Dentro de un año, en mayo de 2014, votaremos la renovación del Parlamento Europeo. Esta fecha, sobre todo para los italianos, tendrá una especial importancia. Porque la Europa de la troika (BCE-Comisión-FMI) nunca ha influido tanto en nuestras vidas. Porque los pueblos de todas partes ponen en duda sus remedios anticrisis, que incluso hacen estremecer al médico más dispuesto a administrarlos: el 22 de septiembre, los alemanes se darán cita en las urnas y quizás recompensen a Alternativa para Alemania, un partido antieuropeo que apenas rompió el cascarón el pasado mes de febrero. Los partidos tendrán que dejar de fingir que pueden hacer que Angela Merkel "se doblegue". Sobre todo en Italia, deberán dejar de engañar a los electores y a los ciudadanos. Por fin, por primera vez, si se atreven, podrán designar al presidente de la Comisión. Está escrito en los Tratados.
Tesis económicas convertidas en dogmas
Si hablo de mentiras, es porque ningún Gobierno está en posición de hacer que Berlín se doblegue con los argumentos exclusivamente económicos esgrimidos hasta ahora: un poco menos de austeridad, un poco de crecimiento, algunas flexibilizaciones. Alemania, totalmente convencida de que sólo los mercados podrán disciplinarnos, sólo cambiará si la política prevalece sobre las tesis económicas que han degenerado y se han convertido en dogmas. Si los Gobiernos, los partidos y los ciudadanos muestran visiones claras de lo que debe ser una Europa distinta, y no esta Europa actual, con recursos indigentes, que ha vuelto al equilibrio de poderes que imperaba en el siglo XIX.
En estos momentos, la Unión recuerda a una iglesia corrupta que necesita un cisma protestante: una Reforma de su credo y de su léxico. Un plan detallado (como las tesis de Martín Lutero, que llegaron a ser 95). Sólo oponiendo una fe política se podrá invertir el papado económico. Es la única forma de romper con la religión dominante y Berlín tendrá que elegir entre una Europa alemana o una Alemania europea, entre la hegemonía y la igualdad entre los Estados miembros. Es una elección ante la que siempre se ha encontrado: en 1958, Adenauer declaraba que “Europa no se puede dejar en manos de los economistas".
La ortodoxia alemana no es algo nuevo. Se reafirmó tras la guerra y se denomina "ordoliberalismo": los mercados, puesto que siempre son racionales, saben perfectamente corregir los desequilibrios, sin injerencias estatales. Es la ideología de que "cada uno barra ante su puerta": que cada país expíe sus faltas solo (el término alemán "Schuld" equivale tanto a "deuda" como a "falta"). La solidaridad y la cooperación internacionales sólo surgen después, para recompensar a los países que han hecho bien sus deberes. Al igual que en Reino Unido, se invoca de un modo falaz a la democracia: al delegar partes de la soberanía, se vacían los Parlamentos nacionales. Así es como se le pide al Tribunal Constitucional alemán que se pronuncie ante la más mínima iniciativa europea.
Democracias sagradas y condenadas
Si existe engaño, es porque dentro del navío de Europa, no todas las democracias son iguales: las hay sagradas y las hay condenadas. El pasado 5 de abril, el Tribunal Constitucional de Portugal invalidó cuatro medidas de la cura de austeridad impuesta por la troika (recortes en los gastos públicos y en las pensiones), porque eran contrarias al principio de igualdad. El comunicado emitido dos días después por la Comisión Europea, el 7 de abril, ignora por completo el veredicto del Tribunal y "se felicita" por que Lisboa siga la terapia convenida, rechazando cualquier renegociación: "Es fundamental que las instituciones políticas fundamentales de Portugal se mantengan unidas para apoyar" la recuperación en curso. La diferencia de trato dispensado a los jueces constitucionales alemanes y portugués es tan deshonesta que es poco probable que el ideal de Europa sobreviva entre los ciudadanos de la Unión.
Algunos dicen que Europa puede sobrevivir si la hegemonía alemana se muestra más benévola, aunque siga siendo una hegemonía. Es lo queplanteó George Soros en septiembre de 2012 en el New York Review of Books, con una serie de argumentos sólidos. El Gobierno polaco lo exige. En Alemania, la benevolencia la reclaman los que no temen a la hegemonía, sino a una autoidolatría poco ostentosa, introvertida.
Si Alemania ha querido una Europa supranacional, hasta hacerla figurar en la Constitución, es porque los defensores del ordoliberalismo (en el Banco Central, en los colegios) se han mantenido al margen en muchas ocasiones. Adenauer impuso la CEE y el pacto franco-alemán a un ministro de Economía, Ludwig Erhard, que hizo todo lo que pudo por enterrarlos y que acusó a la CEE de "endogamia" proteccionista y de "disparate económico". Junto a Londres, intentó minar los Tratados de Roma, al preferir con diferencia una zona de libre comercio. Ni Adenauer, ni el presidente de la Comisión, Walter Hallstein, le escucharon y la racionalidad política se impuso gracias a ellos.
La política debe volver al primer plano
Con el euro se repitió la misma situación: en este caso también, junto a París, Helmut Kohl antepuso la política, pasando por alto a los economistas de las corrientes mayoritarias del Banco Central. Hoy, Europa vuelve a encontrarse en la misma encrucijada, pero con políticos camaleónicos, carentes de una verdadera determinación. La crisis ha hecho que el pueblo alemán pierda sus ilusiones. El ordoliberalismo se politiza y ajusta sus antiguas cuentas.
Por lo tanto, sólo queda la solución del cisma: la construcción de otra Europa que surja de la base y no de los Gobiernos. Existe ya un proyecto, formulado por el economista Alfonso Iozzo: según los defensores del federalismo, podría adoptar la forma de una "iniciativa ciudadana europea" (artículo 11 del Tratado de Lisboa) que se presentaría ante la Comisión.
La idea consiste en dotar a la Unión de los recursos suficientes para reactivar el crecimiento, en lugar de imponer el rigor a los Estados miembros. Un crecimiento que no sólo sería menos costoso, porque se elaboraría con consenso, sino que también sería socialmente más justo y más ecológico, porque estaría financiado con los impuestos sobre las transacciones financieras, el impuesto sobre el dióxido de carbono y un IVA europeo. Con los dos primeros impuestos se obtendrían entre 80.000 y 90.000 millones de euros: el presupuesto comunitario respetaría el límite acordado del 1,27% [del PIB]. Al movilizar el Banco Europeo de Inversiones y las obligaciones europeas, se obtendría un plan de 300.000 a 500.000 millones y 20 millones de nuevos empleos en la economía del futuro (investigación, energía).
Pero para lograrlo, es necesario que la política vuelva a situarse en primer plano y que vuelva a convertirse, como preconiza el economista Jean-Paul Fitoussi, no en un conjunto de normas automáticas, sino en una elección. Es necesario reconciliarse con la auto-subversión de Lutero, cuando redactó sus 95 tesis y declaró, según algunos: "No puedo hacer otra cosa, esta es mi postura. ¡Dios me ayude, amén!".
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