jueves, 25 de julio de 2013

Excesivo Pasolini...

Pasolini al completo en el Centro de Cultura Contemporánea de BarcelonaABC

Todos los Pasolini –el poeta, el intelectual, el amante y, sobre todo, el cineasta– están en la exposición que al creador de «Teorema» dedica el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona

Pasolini al completo en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona
Pasolini en una pausa del rodaje de su primera película «Accatone» (1961)
La tarea de enjuiciar la obra de Pier Paolo Pasolini sigue sin ser fácil. Conciliar su militancia cristiana, marxista y homosexual todavía hoy nos parece una tarea casi imposible, quizás porque todavía hoy seguimos notando en esa triple adhesión tantos motivos de asombro como de desconcierto.
El conjunto de su obra podría resumirse en doce largometrajes, seis cortos, varios dramas, numerosas traducciones y escenificaciones, poemarios, novelas, libros de viaje, dos gruesos volúmenes de ensayos críticos, cuarenta óleos e incontables columnas y artículos periodísticos. A menudo, lo que se puede hallar en todo lo anterior es una voz disidente con respecto al curso de la vida intelectual e ideológica italiana. También se puede encontrar una profunda curiosidad por los estratos más marginales (prostitutas, chulos) y una incondicional admiración hacia la idea del sexo en el Norte de África, según él mucho más natural y espontánea. Por encima de eso, no obstante, sus trabajos intentan encontrar la armonía entre la lírica y la política, entre la poesía y la ideología, entre la pasión y el análisis, entre lo sagrado y lo profano...
La llegada de Pasolini a Roma, junto a su madre, se produjo en 1950, después de varios años dando clase y dedicándose al activismo político en Casarsa, de donde se vio obligado a irse: fue apartado de la docencia y expulsado del Partido Comunista por una acusación de pederastia. En «Pasolini Roma», la muestra que hasta el 15 de septiembre le dedica elCentro de Cultura Contemporánea de Barcelona, ese momento crucial se escenifica con un pasillo oscuro desde el que se accede a las diferentes salas, como si se tratase de un viaje en tren atravesando un túnel, para a continuación arrojar luz sobre las siempre tensas relaciones entre el artista y la capital.

Las maneras del provocador

Esas relaciones se despliegan a través de cartas, fotos personales, dibujos, «story-boards», grabaciones, fragmentos de películas y objetos (entre otros, su máquina de escribir) que podrían verse como las piezas de un puzle. Y la figura resultante es la de un intelectual valiente, comprometido y contradictorio, capaz de moverse con idéntica soltura en las «borgatas» o suburbios romanos y las fiestas de sociedad, codeándose con la clase trabajadora y con la clase intelectual quizás en un intento tan admirable como desesperado por armonizarlas.
«Accatone» (1960), «Mamma Roma» (1961) y «La ricotta» (1963) conforman una suerte de trilogía romana. Son asimismo las primeras pruebas de un estilo en las antípodas de la «Nouvelle Vague», sin referencias cinéfilas y de un primitivismo tosco pero de gran expresividad. El propio Pasolini las consideraba ejemplos de cine poético antes que de cine prosístico.
En ellas quiso mezclar el mundo profano del lumpen y elementos del arte sagrado, como ciertas composiciones de Bach y Vivaldi, y referencias pictóricas tomadas de los cuadros y frescos de Masaccio, Giotto, Mantegna, Piero della Francesca y Pontormo. Según el crítico P. Adams Sitney, en esas películas se escenifica la ascensión social como una suerte de descenso a los infiernos. Las tres exhiben, en mayor o menor medida, las maneras del provocador que luego haría «Teorema» (1968), «Pocilga» (1969) y «Salò o los 120 días de Sodoma» (1975), alguien a quien es complicado aceptar sin ciertas reservas y a quien no se puede rechazar por completo.

Olor a jazmín y a sopa

Pasolini jamás aspiró a plasmar la vida tal y como la veía, sino más bien a traducirla por medio de imágenes graves y líricas que rechazan la existencia de un arte religioso, sin dejar por ello de proyectar una forma trascendental de entender el cine. Su decepción con respecto al consumismo, sin ir más lejos, se debía al cambio que había sufrido el hombre al sustituir las antiguas imágenes de santos y personajes bíblicos por estúpidos fetiches.
Los barrios humildes de la Roma que conoció en los cincuenta, impregnados por el olor del «jazmín y la sopa humilde», sufrieron bajo su mirada crítica un progresivo y traumático cambio a medida que Italia levantaba torres de hormigón, en un intento de homogenizar (y con ello despersonalizar) a la clase obrera y de enderezar al lumpen, proporcionándole algunos de los rasgos de la pequeña burguesía. Algo así fue aumentando su decepción y el carácter apocalíptico de algunas de sus obras cinematográficas.
La exposición en el CCCB no solo nos muestra al artista y al intelectual, sino también al amigo (de Laura Betti, Alberto Moravia o Elsa Morante); al hermano emocionado (por la muerte de su fratello Guido en 1945, mientras luchaba al lado de la Resistencia); al viajero incansable (en cualquier medio de transporte, pero sobre todo en coche); al amante (sufrió lo indecible cuando Ninetto Davoli lo abandonó para casarse con una mujer) y al jugador de fútbol (que organiza un partido con los equipos de rodaje de «Novecento», la película de Bernardo Bertolucci, y «Salò»). Y gracias al emocionante final de la primera parte de «Querido diario» (Nanni Moretti, 1993), nos lleva al lugar de la playa de Ostia donde Pasolini fue asesinado brutalmente en 1975, para enseñarnos allí una de las heridas mortales del arte contemporáneo.

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