MAGNUM REÚNE LAS MEJORES INSTANTÁNEAS DE LA CIUDAD EN UN LIBRO
El París que nunca se acaba
París no se acaba nunca escribió Enrique Vila-Matas y tenía razón. Tras siglos capturando cada uno de sus rincones y sus matices, siempre será un escenario inagotable e inspirador para quien tenga una cámara en las manos.
Mientras que la mirada de Cartier-Bresson se detiene en un grupo de colegialas y una pareja de enamorados que admira el puente Neuf desde la plaza de Vert-Galant, la de Bruno Barbey inmortaliza como en una nebulosa a jóvenes lanzando adoquines en mayo del 68, Robert Capa abre su obturador a la societé que acude al hipódromo, David Seymour se va de verbenas populares, Depardon nos advierte de la llegada de la minifalda a los Campos Elíseos, Le Querrec se hace uno más entre artistas, actores y cabareteras de la ciudad y Harry Gruyaert y Gueorgui Pinkhassov explotan el pulso de un París anónimo de potentes colores.
París desde las torres de Notre-Dame, 1953 (Henri Cartier-Bresson/Magnum Photos)Un París poliédrico, en suma, de mil caras y millones de segundos. “Un paseo atravesando los barrios, un inventario de escaparates y fachadas, un recorrido de tascas y monumentos: eso es lo primero que le viene a uno a la cabeza cuando piensa en fotografías y en París”. Esa ciudad es la que ha reconstruidoEric Hazan en el libro París Magnum (La Fábrica), un recorrido visual para el que ha tenido la nada fácil tarea de seleccionar 400 fotografías, de las 60.000 del archivo de la mítica agencia, firmadas por maestros como Cartier-Bresson, Martin Parr, Inge Morath, Abbas, Capa, Le Querrec, Herbert List…
40 visiones de un París que ponen el foco en lo cotidiano, en sus gentes, y que dejan de lado la parte monumental como un mero acompañamiento de una postal que tiene mucha más vida detrás. Esta mirada de los fotógrafos de Magnum, 31 de ellos extranjeros o parisinos intermitentes, abarca la segunda mitad del siglo XX, ampliada por la preguerra y el nuevo milenio, de forma cronológica para descubrir París como un sujeto que “funciona como una lente convexa que concentra las cosas y las hace más nítidas”, escribe Hazan en el prólogo del libro.
“Quizás yo hubiera utilizado otra concepción para el libro que la clásica por décadas, pero me parece muy interesante la evolución que presenta después de la guerra. El libro permite ver cómo todo cambia”, explica Harry Gruyaert, uno de los fotógrafos de Magnum que participa en el libro, a El Confidencial. “París fotográficamente no me parece una ciudad fácil. A mí me gusta sobre todo el desorden y, para eso, es una ciudad muy haussmaniana, muy estructurada arquitectónicamente”, añade.
Adolescentes franceses en un barco por el Sena, 1988 (David Alan Harvey/Magnum Photos)
Cartier-Bresson, Capa y Seymour abren este recorrido en 1932. Es el París de la alegría colectiva, de las vacaciones pagadas, de la liberación. El París más político que consulta en las páginas de Le journal o L’Intransigeant la victoria del Frente Popular, del puño en alto de las mujeres que inmortalizó Capa, de las manifestaciones de la primavera del 36 y de los combates y la liberación de la ciudad en 1944.
Del contraste a la conquista intelectual
Tras esto, llega el frío, la pobreza, el hambre y el encuadre más áspero que ha dejado la guerra. Y los contrastes. Mientras que la pobreza se muestra “de forma directa, casi fríamente y sin compasión alguna”; los ricos, escribe Hazan, siempre aparecen bajo una mirada “socarrona”.
De un lado, las chimeneas escupen un humo denso capturado Marc Riboud, existem paupérrimos mercadillos como los que retrataron René Burri o Inge Morath o la caridad la presenta un joven sacerdote que sería después el mítico abate Pierre. En frente emerge otra cara. La de vida reconquistada en la calle, la de la construcción de la torre Eiffel o la del lujo de la alta sociedad embaucada en los desfiles de Dior que retrata Capa con una mirada ácida y coloreada, la de la lucha contra el golpe de estado gaullista de Lessing, y la de la cultura. Camus, Simone de Beavoir, Marcel Marceau, Sartre… Personajes que representan un florecimiento intelectual en la ciudad que tendrá su punto máximo en la siguientes décadas, además de una fructífera relación con Magnum.
La explosión de color de Harry Gruyaert, 1985 (Magnum Photos)
Una época de imágenes completamente antagónicas, explica Gruyaert, tras la que París Magnum se adentra en los años de la Nouvelle Vague y Pop Art, de la minifalda y el burlesque, la construcción del Pompidou y la pirámide delLouvre. Un París representado también es sus estrellas, en Édith Piaf, Samuel Beckett, Jean Genet, Marlene Dietrich, Serge Gansbourg, François Truffaut o el Giacometti que cruza resguardado bajo su gabardina una lluviosa calle Alésia que inmortalizó para la historia Cartier-Bresson. Y también es la época feliz que “terminará en fanfarria con la revolución de mayo” que elevó a leyenda Bruno Barbey, la del movimiento de liberación femenino, Giscard y Chirac… Pero, sobre todo, es el París en el que se impone esa imagen intelectual y reivindicativa que hoy tenemos todos en la retina.
El color como instrumento
También es la ciudad, esa de finales de los ochenta, de los noventa y de antes de ayer, que abandona la atmósfera romántica del blanco y negro y deja paso a la explosión del color. Gruyaert, que entró en la agencia en 1972 y rechaza el arquetipo de “mítica” para definir Magnum, es uno de sus máximos exponentes. Lleva al límite la fuerza de los rojos y la intensidad de los naranjas y amarillos para imprimir la vida y el nervio a París. La ciudad ha trasladado sus espacios fotogénicos a los barrios, a la periferia más popular. Así, las estaciones, los pisos en forma de colmenas, los solares... desplazan a los cafés y el chic. Se buscan rostros anónimos y prácticamente sin tez y la inmigración reina en estas imágenes.
“Para mí el color es primordial. Es mi instrumento de trabajo”, explica el fotógrafo belga aclarando que es uno de los elementos de los que se sirve para construir sus imágenes. La conversación deriva inevitablemente a la contraposición del blanco y negro y el color y a Cartier-Bresson.
Harry Gruyaert, 1985 (Magnum Photos)
“Viví una historia curiosa con él. No le gustaban las fotos en color pero se vio obligado a hacerlas porque se las pedían”, relata. Cuando Gruyaertempezaba a exponer su trabajo sobre Marruecos, Cartier-Bresson le comentó que sus fotos -“que sufrían la baja calidad de las impresiones de la época”, aclara- no estaban mal pero… “Para él, el color era igual que la pintura. Me mandó un libro de André Lhote, que era como su maestro en pintura, y cuando me llamó para ver si lo había leído, me dijo que me iba a enviar una caja de pastel para que colorease sus fotos. Le dije que no era pintor pero sí me di cuenta de que había algo que le interesaba de cómo usaba el color. Es una historia rara pero descubrí que le interesaban los matices del color. Y hoy lo hubiera apreciado mucho más con las nuevas técnicas que existen”.
Sobre el mundo digital, Gruyaert expresa con cierta precaución la dualidad de la fotografía de la actualidad: mejores técnicas al alcance de cualquiera pero no mejor calidad a nivel general. “Lo mejor es la cantidad inmensa de posibilidades que ofrece y que nunca ha habido tantas galerías ni se han editado tantos libros". asegura.
Sin embargo, añade al hablar del uso de lossmartphones y las redes sociales, "hoy cualquiera quiere volverse fotógrafo o artista y todo eso lo ha convertido en una enfermedad. Hay gente que va a los museos a hacer fotos en vez de a mirar cuadros. Se apropian del arte. Es un poco desesperante porque no hay marcha atrás”. “El oficio es algo muy importante. Ser artista o fotógrafo es algo mucho más profundo”, reflexiona para pasear la mirada por esa nostalgia parisina en blanco y negro que retrata el libro que le ha traído a España: “Me da pena que la gente sólo conozca lo digital. A mí me encanta haber conocido la disciplina de la fotografía argéntica”.
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