A veces, aunque no siempre, mirar al pasado contribuye a entender el futuro. Y por eso, puede merecer la pena recordar una fecha que convendría no olvidar. Hace poco más de un siglo, el 21 de abril de 1907, tras la dimisión obligada del liberal Montero Ríos, España celebró unas elecciones generales marcadas por la crisis catalana, que comenzaba a asomar la cabeza en los términos que hoy la conocemos.
Unos meses antes, en noviembre de 1905, se habían registrado los llamados hechos del ¡Cu-Cut!, que se produjeron cuando un grupo de militares de la guarnición de Barcelona asaltó las redacciones de dos publicaciones afines al catalanismo. En concreto, 'La Veu de Catalunya'y el semanario satírico ¡Cu-Cut!, ambos vinculados a la Lliga Regionalista de Cambó y Prat de la Riba.
Una viñeta antimilitarista, en la que el dibujante Junceda se mofaba de forma velada de las continuas derrotas del ejército español, y que hoy resultaría ciertamente infantil, había encendido la mecha. Los autores del asalto, lejos de ser juzgados, fueron respaldados por autoridades del Estado, incluido el propio monarca Alfonso XIII. Hasta el punto de que, meses después, el parlamento aprobó la llamada Ley de Jurisdicciones, que ponía bajo la tutela de la justicia militar determinados delitos de opinión, lo que los catalanistas moderados interpretaron como una ofensa. El propio Alfonso XIII se llegó a jactar de haber redactado la Ley de Jurisdicciones, que estuvo en vigor hasta 1931.
La aplicación de esa ley, como se sabe, supuso el primer choque entre poder civil y militar del siglo XX y “una subida notable en la temperatura del conflicto nacionalista”, como sostiene el historiador Moreno Luzón. Fue en ese contexto de crispación política en el que fraguó una alianza contra natura de todos los partidos catalanistas para presentarse a las elecciones de 1907.
Como han sostenido muchos historiadores, a partir de aquellas elecciones nada fue igual en Cataluña, pero tampoco en el resto de España
La coalición, presidida por un anciano Nicolás Salmerón, ex presidente de la I República, logró integrar en una misma lista electoral a catalanistas moderados, republicanos de toda suerte y condición y a los viejos carlistones del XIX. Su éxito fue indiscutible. Solidaritat Catalana obtuvo en aquellas elecciones 41 de los 44 diputados elegidos en Cataluña, cuando dos años antes los catalanistas -por separado- apenas habían logrado seis diputados.
Como han sostenido muchos historiadores, a partir de aquellas elecciones nada fue igual en Cataluña, pero tampoco en el resto de España. La Restauración entró en una crisis terminal de la que nunca se recuperaría, y aunque Solidaridat Catalana se rompió en 1909, tras los sucesos de la Semana Trágica, hoy, 110 años después, aquella alianza continúa siendo un referente para muchos catalanistas. Ahora se llamaría una lista-país.
Ni como farsa ni como tragedia
Sería absurdo pensar, sin embargo, que los tiempos políticos tienden a ser iguales. Ni como farsa ni como tragedia, en contra de lo que sostenía Marx. Entre otras cosas, porque el papel de la monarquía constitucional es hoy muy diferente y porque los tribunales -con sus miserias y sus errores- funcionan, y hoy es impensable una ley de jurisdicciones para aplastar las voces críticas. De hecho, la España del primer tercio del siglo XX tiene muy poco que ver la del primer tercio del siglo XXI. Salvo en una cosa: la tendencia suicida a discutir en el barro la política territorial.
Todos los dramas de España -prácticamente desde las guerras de los austrias y sus estúpidas batallas- tienen que ver con las fronteras: exteriores e interiores. Incluidas las guerras carlistas, los cantonalismos pequeño-burgueses que liquidaron la I República o, incluso, el desgaste económico sufrido por España por querer mantener infructuosamente unas colonias en América y el norte de África que sólo daban fe del ocaso del imperio.
Una especie de territorialización de las ideologías que ha llevado a España frecuentemente al desastre, y, en particular, a la izquierda, casi siempre atrapada por debates identitarios a partir de discusiones estériles sobre el sexo de los ángeles o sobre la plurinacionalidad del Estado. Mientras que en otras partes de Europa las grandes ideologías del siglo XX han tendido a uniformizar los comportamientos políticos al margen de los territorios, en España ha sucedido justamente lo contrario. Han sido los territorios los que han contribuido de forma relevante a conformar las ideologías, lo que explica los frecuentes enfrentamientos y la proliferación de agravios comparativos entre regiones.
Y hoy, parece evidente, hay un riesgo cierto de que las elecciones del 21 de diciembre en Cataluña formen parte de esa tradición suicida tan española, toda vez que muchos vean esos comicios como un ajuste de cuentas entre bandas rivales. El abominable: ¡A por ellos! Confundiendo a los dirigentes políticos con la ciudadanía.
Las elecciones del 21 de diciembre son solo unos comicios autonómicos y no un plebiscito
Unos, los independentistas, buscando recuperar la legitimidad perdidapor sus contumaces ataques a la legalidad y a la Constitución, y otros, ciertos sectores de los partidos constitucionalistas, como una lección para liquidar las raíces del separatismo, y que de forma grosera expresóel exministro Wert, hoy viviendo a costa del Estado: “Hay que españolizar a los niños catalanes”, dijo en una ocasión. Sería un error descomunal.
Las elecciones del 21 de diciembre son sólo unos comicios autonómicos y no un plebiscito. Y bien harían los unos y los otros en afanarse en buscar soluciones a un problema sin duda muy complejo. Entre otras cosas, porque Europa, que ha cerrado filas con España en toda esta crisis, tenderá a cansarse si la cuestión catalana se enquistaen la medida en que en sus propios territorios existen partidos secesionistas. En algún momento, las instituciones comunitarias pedirán a España que ponga orden en su territorio evitando la internacionalización del conflicto o para frenar el coste económico que tiene la crisis catalana para la cuarta economía de la UE.
Y en este sentido, bien haría el presidente Rajoy -y también Albert Rivera- en dejar claro que, tras el 21-D, las nuevas autoridades recuperarán de forma inmediata el autogobierno catalán. Precisamente, para lograr que los sectores catalanistas que hoy, desgraciadamente, se han echado en brazos de los sectores independentistas, vuelvan a la senda constitucional y a la cordura.
Probablemente, uno de los errores que se han cometido en estos años en Cataluña desde el prisma constitucionalista es no haber dispuesto de una estrategia para romper el bloque independentista pese a sus profundas divisiones internas. Precisamente, porque se ha aceptado su relato: independencia, si o independencia, no, cuando lo útil hubiera sido hacer propuestas encaminadas a renovar el pacto constitucionaldel 78, y que en el fondo es lo que venía a representar el Estatut de 2006, refrendado al unísono por el Gobierno central, el parlamento español y el pueblo de Cataluña, y que el TC quebró con su polémica sentencia.
Polarización política
El compromiso político de devolver el autogobierno a Cataluña de forma inmediata permitiría articular listas electorales que reflejaran mejor la prolija realidad política catalana, y, desde luego, ayudaría a superar esa polarización del voto que hoy se manifiesta. Y que es, desde luego, el mejor caldo de cultivo del independentismo.
Es casi obvio que hoy existen amplios sectores de la población catalana que se encuentran políticamente huérfanos y que creen de forma sincera en una solución pactada, en particular, los más de cien mil votantes de la antigua Unió de Durán i Lleida o los de la vieja Convèrgencia que no se han sumado a los independentistas. O esos votantes de izquierdas de ICV (procedentes del PSUC) que hoy ven desolados como Podemos -a punto de desaparecer en Cataluña devorado por los comunes de Colau- ha renunciado a hacer una propuesta sobre España, como con acierto ha denunciado hace días Carolina Bescansa.
Significa encauzar el debate evitando el frentismo político, que en el fondo es lo que ha llevado a Cataluña a la situación actual
La formación de listas trasversales e ideológicamente abiertas a nuevos sectores que hoy no se sienten representados -también existe una crisis de representación en la cuestión catalana- va mucho más allá que una mera estrategia electoral. Significa encauzar el debate evitando el frentismo político, que en el fondo es lo que ha llevado a Cataluña a la situación actual, mediante la inclusión en las listas de independientes y de los catalanes cargados de autoridad moral e intelectual que quieren soluciones en lugar de crear nuevos problemas. Esa vía siempre será mejor que alimentar de forma irresponsable la polarización, como muchos parecen pretender. Los tribunales, en evidente, tienen que hacer su trabajo, pero en algún momento habrá que dejar espacio a la política más allá de aprobar el artículo 155.
Entre querer humillar -como pretenden algunos- y provocar que el ejército salga a la calle -como pretenden otros para cultivar el victimismo y provocar el caos político y económico- hay un fértil territorio que habrá que explorar para evitar que se repita lo que sucedió en las elecciones del 21 de abril de 1907. Allí empezó todo.
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