Marine Le Pen, Emmanuel Macron y Jean-Luc Mélenchon, candidatos a la presidencia francesa.
Marine Le Pen, Emmanuel Macron y Jean-Luc Mélenchon, candidatos a la presidencia francesa. LUIS GRAÑENA A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! Han pasado cinco años desde las últimas elecciones presidenciales en Francia. En este tiempo, se ha impuesto el invierno neoliberal de Emmanuel Macron y las tesis xenófobas y ultranacionalistas han visto cómo sus peones avanzaban en el tablero. El protagonista de este relato cometió errores. Tuvo un comportamiento colérico ante un polémico registro policial e incluso lo condenaron a tres meses de prisión por “rebelión”. Pero se levantó ante las adversidades. No solo ha vuelto a demostrar que es uno de los mejores oradores de la política francesa, sino que también dispone de un programa detallado y transformador. Por el desarrollo de su campaña, se le ha comparado con la tortuga que, a base de constancia, adelanta a la liebre en la fábula de Esopo, un símbolo que él y sus seguidores han adoptado. Bienvenidos a la segunda temporada de la remontada de Jean-Luc Mélenchon. Como si fuera un revival de la campaña de 2017, el candidato de la Francia Insumisa (LFI), Jean-Luc Mélenchon, afronta la primera vuelta de las presidenciales de este domingo con posibilidades de clasificarse para la final electoral (24 de abril). Según los últimos sondeos, el presidente Macron quedaría primero con el 27-25% de los votos, aunque seguido de cerca por Marine Le Pen con el 25-20%. En tercera posición llegaría Mélenchon, con el 18-16%. Pero estos estudios de opinión deben cogerse con pinzas, puesto que suelen fallar. No se puede descartar una sorpresa el domingo a las ocho de la tarde con un sorpasso del dirigente insumiso dejando en la lona a la aspirante ultraderechista, eliminada para la segunda vuelta. Mélenchon ha subido de manera fulgurante en el último mes, pasando en los sondeos del 10% al 18-17% actual Siguiendo una trayectoria parecida a la de hace cinco años, Mélenchon ha subido de manera fulgurante en el último mes, pasando en los sondeos del 10% al 18-17% actual. En 2017, esta remontada resultó insuficiente al quedar cuarto con el 19,6%, por detrás de Macron (24%), Le Pen (21%) y el conservador François Fillon (20%). ¿Volverá a repetirse la misma historia? ¿O esta vez habrá un final feliz para los insumisos? Ante el riesgo de una victoria ultra en la hipotética repetición de un duelo Macron-Le Pen, cada vez más electores de izquierdas están llegando a la misma conclusión: la mejor manera de pararle los pies a la aspirante de la Reagrupación Nacional es eliminarla desde la primera vuelta, con el voto a Mélenchon. Efecto de voto útil En los últimos días se multiplicaron las llamadas a favor del líder insumiso desde horizontes diversos del progresismo, como la excandidata socialista Ségolène Royal, Christiane Taubira (exministra de Justicia de François Hollande y responsable de la legalización del matrimonio homosexual en 2013), el activista ecologista Cyril Dion o la feminista Caroline De Haas. Una de las esperanzas de los insumisos es que el electorado más indeciso se encuentra entre los otros cinco candidatos de izquierdas (la socialista Anne Hidalgo, el verde Yannick Jadot, el comunista Fabien Roussel y los troskistas Philippe Poutou y Nathalie Artaud), que pueden terminar con porcentajes raquíticos debido a este efecto de voto útil. “Desde 2017, casi todos los sondeos dieron a la RN de Le Pen unas intenciones de voto superiores a su resultado final”, advierte Jean-Yves Dormagen, director del instituto Cluster 17, cuyo último estudio de opinión pronostica un 21% para Le Pen y el 18% para Mélenchon. La dirigente ultra, que depende de un volátil electorado popular, teme las repercusiones de una de las grandes incógnitas de los comicios: la abstención. También puede sufrir una mayor dispersión de votos a causa de la competencia interna del polemista ultra Éric Zemmour. No será fácil, pero hay partido, creen los insumisos. “¡Podemos llevar a cabo la mayor bifurcación política que nos podamos imaginar!”, clamó Mélenchon, 70 años, el martes de 5 abril en su último mitin en Lille, con un ambiente eléctrico y retransmitido en otras 11 ciudades a través de hologramas. Seguramente en su mejor discurso de esta campaña, comparó el hecho de votar por el programa de L’Avenir en commun (Futuro en común) con los procesos de construcción popular que supusieron las independencias de países africanos o las transiciones democráticas en América Latina. Un discurso con ciertas reminiscencias al Podemos de los inicios. El programa del Futuro en común, uno de sus pilares A pesar de que numerosos tertulianos daban por muerto (políticamente) a Mélenchon el pasado verano, ha logrado consagrarse como el único dirigente de izquierdas con opciones en estos comicios. Dos decisiones estratégicas tuvieron un papel clave: unir a la izquierda desde la base en lugar de la cima y un fecundo trabajo de pedagogía a través de su programa, vendido en las librerías y que ocupó durante meses los primeros puestos de los libros de no ficción más vendidos. Dos decisiones estratégicas tuvieron un papel clave: unir a la izquierda desde la base en lugar de la cima y un fecundo trabajo de pedagogía a través del programa electoral Ante los lloriqueos por la división de la gauche y el intento fallido de organizar unas primarias de la izquierda en enero, ha resultado más fructífera la iniciativa del “Parlamento de la Unión Popular”, una instancia formada por 100 miembros de LFI y 100 personas de la sociedad civil que asesoran al candidato y hacen campaña por su programa. Entre estos últimos destaca la presencia de la exportavoz de Attac Aurélie Trouvé, la escritora Annie Ernaux, la activista altermundialista Susan George, el animalista Aymeric Caron o la exresponsable de las juventudes de los verdes Claire Lejeune. Las medidas de El Futuro en Común y la politización a su alrededor son lo más interesante de la campaña de Mélenchon. Resultan un reflejo de un reformismo radical que aspira a impulsar una transformación ecosocialista. Entre sus propuestas emblemáticas destaca una disminución de la edad de jubilación a 60 años, un aumento del salario mínimo hasta 1.800 euros brutos –actualmente es de 1.600–, la reducción a 32 horas del trabajo semanal o instaurar el trabajo garantizado para combatir la pobreza y el desempleo e impulsar la “bifurcación” verde. La “planificación ecológica” tiene un peso preponderante, a través de un plan de inversiones de 200.000 millones de euros para instaurar un modelo energético sobrio y con 100% de renovables en el horizonte de 2040. El obstáculo de la guerra en Ucrania Tras haberse presentado en las presidenciales de 2012 (11%) y en 2017, la tercera campaña presidencial de este exministro en el Gobierno socialista de Lionel Jospin (entre 2000 y 2002) ha resultado una síntesis de las anteriores. Como ya había hecho hace cinco años, priorizó los símbolos nacionales, como la Marsellesa o la bandera tricolor, en lugar de la simbología tradicional del izquierdismo. Pero a diferencia de 2017, cuando una de sus consignas era el dégagisme (¡echémoslos a todos!), esta vez apostó por una retórica más bien parecida a la de una izquierda popular. La estrategia populista ha quedado relegada a un papel secundario. “Otro mundo es posible (…). Y somos nosotros quienes vamos a construir este nuevo mundo”, aseguró el 20 de marzo ante cerca de 100.000 personas en la parisina plaza de la República, en uno de los momentos fuertes de su campaña. París, Marsella, Lyon, Nantes, Toulouse, Lille… Es larga la lista de localidades en que se celebraron mítines multitudinarios del insumiso, siendo el candidato con actos más concurridos. Pero esta campaña de menos a más se ha enfrentado a un serio obstáculo: la guerra en Ucrania. Debido a su posición altermundialista, el insumiso había advertido en los últimos años sobre los riesgos de la expansión de la OTAN hacia el este de Europa. Después de la brutal decisión de Vladimir Putin, la socialista Hidalgo y el verde Jadot multiplicaron sus reproches contra Mélenchon sobre su supuesta condescendencia respecto al presidente ruso. Como también ha sucedido en España, el estallido de la guerra suscitó un cierto macartismo. Alimentado desde la derecha hasta el centro-izquierda, este acusó al altermundialismo de unos vínculos con Putin parecidos a los de la ultraderecha, a pesar de encontrarse a las antípodas ideológicas del jefe del Kremlin. “Sin duda, la guerra no resulta una ventaja para él, ya que tiene la imagen de ser un dirigente pro-Putin”, reconocía Paul, 28 años, un simpatizante ecologista presente en el mitin de Mélenchon en Marsella del 27 de marzo, donde se congregaron varias decenas de miles de personas. Además de su imagen más desgastada que en 2017 y la fragmentación de la gauche, uno de los obstáculos de la remontada insumisa, según el analista Fabien Escalona, es su posición sobre Putin. “Lo aleja de una parte de los votantes del centroizquierda”, afirma este periodista del digital Mediapart y experto en la socialdemocracia. Lecciones de una remontada inesperada El dictamen de las urnas determinará el alcance final de la campaña de Mélenchon. ¿Logrará un resultado cercano al 20%, pero insuficiente para clasificarse para la segunda vuelta? ¿Obtendrá finalmente un respaldo más modesto? ¿O bien dará la sorpresa clasificándose para la final del 24 de abril? Más allá del resultado, se ha confirmado una de las singularidades de la gauche. “Las izquierdas anti-neoliberales (Francia Insumisa, el Partido Comunista y los anticapitalistas) representan alrededor del 20% del electorado, mientras que las formaciones de centroizquierda (el Partido Socialista y los verdes) tienen un peso mucho menor, del 6%”, destaca el politólogo Stefano Palombarini, sobre un equilibrio de bloques que parece haber variado poco entre 2017 y el presente. “Si Mélenchon logra un gran resultado, esto dará a la Francia Insumisa un rol preponderante en la reconstrucción de la izquierda”, apunta Escalona. Pero no debería repetir los mismos errores que en 2017, cuando sus dirigentes pecaron de prepotencia y pensaron que ya se habían convertido en una fuerza hegemónica en el espacio progresista. Ahora deberían tener la habilidad de tejer pactos con otras formaciones progresistas, como los verdes o los comunistas. Otro escollo al que se enfrentarán será la sucesión de Mélenchon, puesto que abandonará probablemente el liderazgo de su movimiento si no gana los comicios. Independientemente del futuro del candidato insumiso, su posible remontada representa un capítulo inesperado en el ciclo del populismo de izquierdas en Europa. Una demostración de que la política salida de las plazas no ha dicho su última palabra. AUTOR > Enric Bonet VER MÁS ARTÍCULOS @EnricQuart
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