El politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca.
El politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca. E.M.A. A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! Asistimos a una crisis política sin precedentes en la que se suceden a mayor velocidad que nunca acontecimientos imprevistos, como la presidencia de Trump o de Bolsonaro, el Brexit o el surgimiento de fuerzas de ultraderecha en Europa. En palabras de Ignacio Sánchez-Cuenca (Valencia, 1966), la política se “ha desordenado” y eso ha provocado la emergencia de partidos que él califica de antiestablishment más que de populistas. En El desorden de la política (Catarata), el catedrático de Ciencias Políticas de la Carlos III sostiene que lo que vivimos es una crisis de representación política producida porque los partidos y los medios de comunicación han dejado de ejercer su tradicional papel de intermediadores. Ambos han perdido autoridad frente a la ciudadanía. Sánchez-Cuenca no se atreve a aventurar hacia dónde nos conducirá esa situación pero lo que sí tiene claro es que los sistemas políticos están en “una especie de punto de inflexión”. En su opinión, la teoría de que la economía y la Gran Recesión explican el momento de fragmentación política actual no es suficiente, y en el libro hay ejemplos de países que no han sufrido los rigores de la austeridad y, sin embargo, asisten a una pérdida de fuerza de los partidos tradicionales y al surgimiento de fuerzas que cuestionan el sistema. Su análisis concluye que la corrupción de los partidos políticos, el incumplimiento de sus compromisos electorales y la colusión de los partidos tradicionales, que han hurtado del debate asuntos que preocupan a la sociedad, son los responsables de la quiebra de confianza. La tesis principal del libro es que estamos ante una crisis de representación, pero que, a diferencia de los años 30 a los que hacen referencia algunos analistas, la democracia no corre peligro. Sin embargo, lo que ocurre en países como Hungría, Polonia, Brasil, Estados Unidos con Trump, ¿no apunta a serios retrocesos democráticos? La crisis de los años 30 era una crisis de democracia porque había alternativas al sistema, el fascismo y el comunismo. Ahora, en cambio, se trata más bien de una crisis de representación. Nadie argumenta abiertamente contra la democracia, incluso en estos países que has mencionado, en Rusia, en Turquía, en Hungría, el principio de legitimación sigue siendo democrático, por mucho que las elecciones se lleven a cabo sin pluralismo o con fraude electoral. También afirma que se trata de una crisis de representación global y, sin embargo, eso coincide con participaciones récord en las elecciones de algunos países latinoamericanos, en las últimas de Estados Unidos o incluso las últimas autonómicas de Madrid. ¿Eso cómo se encaja con las explicaciones? Hay casos puntuales, por supuesto, pero si uno calcula las tendencias y los promedios, lo que vemos es que la participación lleva cayendo de forma paulatina desde los años 50. La tendencia es más acusada en los países en vías de desarrollo que en los países desarrollados. La caída de la participación viene de muy atrás y está acompañada por otros fenómenos paralelos como el aumento de la volatilidad electoral, la polarización y una sensación negativa hacia el futuro, consistente en pensar que los hijos vivirán peor que los padres. La suma de todos esos elementos configura las características generales de la crisis de la representación política en la que estamos inmersos. La participación electoral lleva cayendo de forma paulatina desde los años 50 Otra de la afirmaciones de su libro es que la economía no es decisiva en el crecimiento del voto a los partidos antiestablishment, y prueba de ello es que en algunos países donde ha funcionado mejor el Estado de bienestar ese aumento es un 20% superior al de países donde ha habido mayores recortes. Entonces, ¿qué factores explican ese crecimiento de los partidos antiestablishment? La mayor parte de los analistas dan por supuesto que el problema de fondo es económico. Pero hay tres argumentos que indican que aunque la economía puede influir, no es la causa fundamental. El primero es que se han dado casos de populismo antes de la crisis del 2008. Así ocurre, por ejemplo, en el caso de Berlusconi en Italia, una forma primigenia de antipolítica, que tiene causas políticas. El segundo argumento es que hay países en los que surgen fuerzas antiestablishment a los que no les afectó demasiado la crisis del 2008. Hungría, Polonia y la India son buenos ejemplos. El tercer argumento es que si la causa fuera económica, es decir, si la gente vota a partidos antiestablishment porque aumenta la desigualdad, la precariedad laboral, etcétera, la respuesta lógica sería el voto a partidos de izquierda, aquellos que defienden esas posiciones. Y, sin embargo, el voto a los partidos de izquierda ha aumentado muy poco. Más que buscar unas causas generales al ascenso de los partidos antiestablishment, que en cualquier caso son muy variadas, conviene analizar los mecanismos que hacen que la representación política deje de funcionar. Hay tres mecanismos distintos. El primero es la corrupción. Así se explica, por ejemplo, la ruptura del sistema de partidos en Italia en los años 90. El ascenso de Berlusconi tiene que ver con un escándalo político de dimensiones colosales. Una segunda vía es que los partidos hagan cosas distintas de las que prometieron, es decir, que traicionen el mandato por el que fueron elegidos. Aquí un ejemplo puede ser el surgimiento de Chávez en Venezuela tras las políticas de ajuste neoliberal realizadas por Carlos Andrés Pérez. El tercer mecanismo es que los grandes partidos entren en colusión, adoptando las mismas posiciones en torno a ciertas cuestiones. Esto es lo que, a mi juicio, provoca el surgimiento de partidos de extrema derecha en países europeos muy desarrollados, por ejemplo, en Austria y en Suiza, dos países en los que hubo largos períodos de gran coalición. Se abre entonces la posibilidad de que surjan competidores nuevos que exploten temas que quedan fuera, como la inmigración. En conclusión, no hay un único factor para explicar las fuerzas antiestablishment. Con todo, en la base de todas ellas cabe identificar un fallo en la representación (por corrupción, por incumplimiento o por colusión). En España hay asuntos como la monarquía que los partidos tradicionales han relegado de sus agendas a pesar de que hay un debate en algunos sectores de la ciudadanía. ¿Eso se produce por colusión o porque los medios de comunicación lo han silenciado? Algunas veces he escrito que una de las características negativas del sistema político español es que es muy poco permeable a las demandas que proceden de la sociedad civil. Y un ejemplo paradigmático es lo que mencionas de la monarquía. Las encuestas que se han publicado en Contexto y otros medios sobre la monarquía revelan que la sociedad está mucho más dividida que el sistema de partidos; el consenso de los partidos se ha roto por el surgimiento de un partido como Podemos. Las encuestas sobre la monarquía revelan que la sociedad está mucho más dividida que el sistema de partidos El Reino Unido ha dicho que el rey no es inviolable en sus asuntos privados. Pero no parece que eso haya afectado mucho al discurso general en España. En España los jueces no han querido interpretar así la Constitución. Lo lógico habría sido limitar la inviolabilidad del rey a los actos debidos, es decir, a los actos que él realiza en su condición de jefe de Estado. Los actos que lleva a cabo como particular no pueden ser impunes en una democracia. Jueces, políticos y medios han formado un bloque (colusión) en defensa de la monarquía que es prácticamente indestructible. Antes ha mencionado las experiencias europeas de grandes coaliciones. También es el caso de Alemania, donde, después de dos períodos de gran coalición, se produjo un ascenso de AfD. En España algunos apuestan por esta misma fórmula. ¿Hasta qué punto eso podría beneficiar a partidos antiestablishment? Mucho. Yo no soy contrario por principio a la gran coalición. Entiendo que en ciertas condiciones históricas puede ser una fórmula. Ahora, en un país como España, en el que la confianza en los partidos políticos está por debajo del 10%, si los dos grandes partidos se unen, la ciudadanía va a entender que lo hacen para defender sus intereses y blindarse frente a los desafíos de los nuevos partidos. Eso es letal porque si la ciudadanía lo interpreta como una forma de colusión, va a considerar que ese gobierno es ilegítimo. Cuando eso se hace en Austria o en Alemania, se hace con unos niveles de confianza en los partidos muy superiores a los que se dan en España. En Europa hemos asistido a la práctica desaparición de algunos partidos socialistas. ¿En qué se diferencia el PSOE del Partido Socialista francés o del PASOK? El PSOE estaba en caída libre hasta 2016. En 2016 se frena, a diferencia de lo que sucedió en Grecia, donde el PASOK tenía un apoyo muy clientelar y cuando no pudo repartir prebendas se vino abajo. En Francia, siempre había habido mucha fragmentación interna en el Partido Socialista. En España el partido se mantiene más o menos estable desde el punto de vista territorial. ¿Y quién lo salva por una carambola? Yo creo que la vieja guardia del partido. ¿En qué sentido? La vieja guardia, al expulsar a Pedro Sánchez y permitirle que iniciara una campaña de desafío y de cuestionamiento de las élites del partido, lo convierte en un candidato rebelde, con un punto de heroísmo, similar a los candidatos que surgen en los nuevos partidos. Y eso insufla sangre nueva e ilusión en un Partido Socialista que estaba muy debilitado. O sea que al final es una carambola histórica la que termina salvando al Partido Socialista frente al francés o al griego. Hay otros partidos socialistas que también han bajado mucho y ahora empiezan a recuperarse. En Alemania el SPD llegó al 20% y ahora está en el 25% y gobernando. ¿Es Isabel Díaz Ayuso antiestablishment? Pues es una buena pregunta. Yo creo que la cuestión es parecida a la de si Trump es antiestablishment. Y hay un sentido en el que no y otro en el que sí. Ambos vienen a decir que las élites políticas fueron timoratas, no quisieron hacer lo que la ciudadanía quería y que ellos vienen a corregir eso, encarnando la voz de una ciudadanía muy amplia que se encuentra huérfana de representación. En ese sentido, en el sentido de que hay un desafío a las élites antiguas de sus partidos y de los partidos rivales hay un componente antiestablishment. Luego, en materia de políticas públicas y en materia de programa político, eso hay que matizarlo ya mucho. Afirma en su libro que los partidos antiestablishment no son la solución, sino el síntoma. ¿Es el fin de la política tradicional como la conocemos? Hay algunos elementos que permiten afirmar que los sistemas políticos están en una especie de punto de inflexión y que algo se ha quebrado en el modelo tradicional de la democracia representativa. Según lo veo, el surgimiento de fuerzas antiestablishment es un síntoma muy claro de que hay algo que está roto en la base del sistema. Pero no me atrevería a afirmar que los partidos antiestablishment vayan a ser dominantes o vayan a ganar. Creo simplemente que muestran que algo no funciona bien y que el sistema tiene que readaptarse. Sí me atrevo a decir que estamos en un punto de inflexión. Y eso es lo que explica que se acumulen tantas anomalías como las que estamos viviendo en estos últimos tiempos, es como si la política se hubiera acelerado en todas partes. Todo pasa a una gran velocidad, cuando normalmente la política tenía ritmos más lentos. No sé hacia dónde nos dirigimos exactamente, pero parece que se ha iniciado una ruta de cambio en alguna dirección, de momento desconocida. ¿Y cómo se está produciendo esa desintermediación de los agentes tradicionales de mediación? Hemos visto a candidatos sin partido como Berlusconi o Macron. Y puede que Yolanda Díaz sea también un ejemplo de una fórmula parecida… La tesis central del libro es que las instancias clásicas de intermediación política (partidos y medios) atraviesan una crisis profunda de credibilidad. Los partidos agregan, filtran y priorizan las demandas sociales. Los medios, por su parte, organizan el debate público y proporcionan los elementos con los que evaluar a gobiernos y partidos. Si fallan partidos y medios, si la gente no confía en ellos, la política se desordena, se sale de su cauce habitual. Tanto la revolución digital como la tendencia individualista de nuestro tiempo favorecen un cuestionamiento generalizado de los intermediadores tradicionales No es un problema exclusivamente político. Tanto la revolución digital como la tendencia individualista de nuestro tiempo favorecen un cuestionamiento generalizado de los intermediadores tradicionales en múltiples esferas (financiera, cultural, de consumo…). Cada vez hay más asuntos que podemos hacer por nosotros mismos, sin recurrir a los intermediadores. En el caso de los partidos, vemos, como apuntabas en la pregunta, que en los partidos nuevos hay fenómenos de hiperliderazgo, el partido es poco más que una plataforma en torno al líder. Sucede así en contraposición al partido burocrático tradicional. El principal problema es que se trata de una solución provisional, no parece que pueda ser permanente. Estas nuevas plataformas están demasiado unidas a la evolución del líder y los líderes caducan rápidamente. La esperanza de vida de un político nuevo es bastante limitada. Se dibuja así una política muy inestable, demasiado quizá para lo que puede aguantar una sociedad. En algún momento hay que encontrar un principio de estabilización y ahora no sabemos cuál es. ¿Se le ocurre alguna fórmula que pudiera subsanar esa falta de comunicación entre las dos esferas, la de los políticos y la de los ciudadanos? Bueno, soy completamente inútil a la hora de proponer soluciones y alternativas. A pesar de ello, sí me gustaría señalar una asimetría interesante. En el libro insisto en que no son solo los partidos políticos los que están en crisis, también los medios de comunicación tradicionales atraviesan problemas serios. Mi impresión es que los medios están haciendo mayores esfuerzos para recuperar la confianza de los lectores o de los espectadores. En los partidos políticos hay muy poca innovación. La mayor novedad en las últimas décadas ha sido la introducción de primarias, pero no parece que eso sea suficiente. ¿Por qué? Porque las estructuras organizativas de los partidos siguen existiendo, como es lógico, y los ciudadanos ven que dichas estructuras no cumplen adecuadamente la función que tienen encomendada, canalizar las demandas sociales: en muchos casos las ignoran o las traicionan, generando una gran insatisfacción. ¿Cómo se corrige eso? Yo no tengo la solución, sólo sé que con los partidos tradicionales la democracia no se recupera. Los expertos en diseño institucional tienen muchas propuestas, como introducir mecanismos de sorteo, o transformar las cámaras altas de los parlamentos en cámaras ciudadanas que controlen a los políticos, o avanzar en la democracia directa a través de la tecnología digital. En fin, propuestas hay muchas, pero yo no soy capaz de afinar ahí ni de tener grandes ideas de futuro. En el libro aborda también el papel que juegan los medios de comunicación. ¿Qué poder de influencia les atribuye en la decisión de los votantes de elegir a quién votar? Que tienen poder no lo puede dudar nadie. Pero hay que entender que manteniendo más o menos constante el poder de los medios, hemos visto cómo en muchos países surgían partidos nuevos y, en algún caso, incluso se alzaban con la victoria. Podemos en el año 2015 estaba en un 25% de intención de voto. Y eso era con los mismos medios que hay ahora, o peor todavía, probablemente había menos pluralidad mediática de la que hay ahora. Yo soy más bien escéptico sobre ese tipo de explicaciones, especialmente teniendo en cuenta que los medios también arrastran problemas de credibilidad importantes, lo que limita su influencia. Estamos asistiendo a una extraña huelga de transportes. Da la impresión de que también en este asunto han desaparecido los agentes mediadores. Estamos ante un fenómeno que no se sabe muy bien hacia dónde va ni cómo se puede solucionar, porque tampoco se sabe muy bien quiénes son los que tienen que ponerse de acuerdo. Este ejemplo es muy bueno, porque en el libro no he tratado los problemas de desintermediación en el mundo laboral, es una de las lagunas del libro. La huelga de transportistas, hasta cierto punto, confirma la tesis general que mantengo. Esta es una huelga que se ha iniciado al margen de las estructuras tradicionales de representación de interés en el sector del transporte y, por lo tanto, al no encauzarse a través de los intermediarios, se vuelve mucho más complicada de gestionar. Es lo mismo que sucede en la política cuando los partidos políticos dejan de funcionar como intermediarios, que las cosas se salen fuera de sus cauces naturales y se observan fenómenos que creíamos que eran imposibles de observar. AUTORA > Mónica Andrade Periodista. Nacida en Madrid y criada en Pamplona. Huye de los focos, prefiere el 'backstage'. VER MÁS ARTÍCULOS @monicaadepe
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