lunes, 11 de septiembre de 2023
La " Guerra Santa " de unos Carcamales...RECOMENDADO.
Alfonso, la amnistía y la perestroika
El ex vicesecretario del PSOE pretende convertir un régimen democrático, el suyo, en uno que no lo puede ser, el nuestro.
Por
Víctor Guillot
11 septiembre 2023
Alfonso Guerra. Foto: El Socialista
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Víctor Guillot
Víctor Guillot
Víctor Guillot es periodista y adjunto a la dirección de Nortes. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y migijon.
-Es una infamia-, declaró Alfonso Guerra, ungido de dulces inflexiones sevillanas, ante el micrófono vacío de la Cope. La vieja guardia ha perdido el resplandor de códice miniado que fulgía en otras décadas. Alfonso se ha convertido en eso que Heidegger llamó un ser de lejanías. A Guerra, el viejo vicesecretario, se le sube ahora un incendio a la cara cuando piensa en la amnistía: sobre su conciencia, turbada de conjuras, venenos y versos de Machado, caen plenos de redención los oráculos pontificales de la Transición.
Cuando Guerra, a España no la iba a reconocer ni la madre que la parió, pero el nuevo ciclo político que se fragua en la caldera del Congreso, no es del agrado de Alfonso, que trata de convertir la investidura de Pedro Sánchez en una enmienda a la Constitución del 78. En su último libro, La rosa y las espinas, publicado en La esfera de los libros, y que se presentará en el Ateneo de Madrid el próximo día 20, se refiere el viejo político a una izquierda retardataria, integrada por jóvenes, a su juicio, inmaduros que alguna vez se creyeron sabios pero que defendieron, desde su irrupción, políticas reaccionarias. Admite el ex vicepresidente del Gobierno que las políticas sociales del gobierno de Pedro Sánchez encajan en la socialdemocracia pero que otras se escapan de ella, las institucionales. Nadie se llevaría las manos a la cabeza si no fuera porque lo dice el mismo hombre que hace cuarenta años reconoció haber matado a Montesquieu.
Alfonso Guerra, Fidel Castro, Felipe González y Daniel Ortega en
“Cuando se asume lo absurdo, las sociedades están en decadencia” escribe entre espinas el hombre memorioso que trata de rimar el presente con Spengler. Alfonso dibuja en su entrevista y sus memorias una España crepuscular, con sus dioses muertos (Brand, Palme y Mitterrand) o ensimismados en el Olimpo, como Felipe. A su juicio, la sociedad española está en decadencia si el Gobierno y el Parlamento logran aprobar una Ley de Amnistía. España, como ideología, debe sumergirse en otra ley similar para redefinirse como ya lo hiciera con la del 77, pero Guerra no admite comparaciones entre los amnistiados de la Santa Transición y los amnistiados de la perestroika del 23. “Lo que se anuncia es lo contrario de aquella. Es una polémica tramposa como todas las que plantean los nacionalistas. Antes habrá que discutir si es un acto puro o impuro”. Reconoce el histórico Guerra que la primera y única amnistía política que hubo en España tras la muerte de Franco sirvió para clausurar un régimen autoritario y para que también comenzara otro democrático y admite que aquella era ilegal porque no tenía encaje en las leyes franquistas, pero era también, y eso es lo que le otorga legitimidad, moralmente justa.
Guerra, tahúr del idioma, moralista impenitente, el que siempre se salva de la culpa y no admite la resignación del paso del tiempo, trata de salvarse de sí mismo antes que del tiempo, dando la vuelta a la futura amnistía y otorgándole un atributo falaz: el de convertir un régimen democrático, el suyo, en uno que no lo puede ser, el nuestro. Y ahí es donde el ex vicesecretario del PSOE coloca el cepo retórico a su propio partido, al que llega a considerar también de su patrimonio. Porque Guerra será un ser de lejanías, pero sigue siendo el mismo zorro de siempre, compadecido en la ironía, aunque sea él quien finalmente caiga en su propio engaño. Cree Alfonso que las amnistías se conceden para borrar el pasado. Y no es así. Las amnistías no borran ningún pasado, pero sí son útiles para construir un futuro sobre los cimientos de la convivencia política entre diferentes. Con la amnistía del 77, se olvida Alfonso que salieron a la calle militantes de ETA, del Frap pero también los policías del Régimen. Y eso es lo que Guerra oculta para lograr que el socialismo lo convierta finalmente en un beato.
Convertido en el centinela del viejo socialismo, preservando unas esencias que lo emparentan con Prieto, Azaña y De los Ríos apuro lo poco que queda del hombre que fue, que no es más ni menos tiempo del que le queda por vivir. Se ha prestado a hacer su particular guerra santa contra los nacionalistas, advirtiéndole a Pedro Sánchez que no muerda la manzana del pecado. El pecado, hoy, es una España más federal sobre la que tendrán que replegarse todos los partidos si quieren realmente que este país se torne un poco más moderno. Pedro Sánchez ha iniciado su particular perestroika, una perestroika en guapo, que germina desde los votos que otorgaron al presidente en funciones la posibilidad de revalidarse en el cargo a partir de octubre. Efectivamente, es una putada depender de los nacionalismos periféricos para poder gobernar pero lo es peor aún ser gobernados por un partido que se alía con la extrema derecha, algo que Merkel, por citar a la canciller que Guerra más respeta, siempre rechazó en Alemania. Ya sabemos que los nacionalistas reclamarán un par de huevos duros, ya sabemos que será difícil encontrar encaje constitucional para ese par de huevos, pero las elecciones generales significaron un paso importante en Cataluña al que conviene dar importancia. El pasado 23 de julio, en Cataluña ganó el seny, triunfó el sentido común. El pasado 23 de julio, los catalanes arrinconaron la rauxa, el arrebato, poniendo contra las cuerdas a la Cup y a Junts.
Pedro Sánchez en Gijón. Foto: David Aguilar Sánchez
Mientras en Cataluña hay una mayor tendencia hacia el sentido común y la distensión que, en el fondo, son las cosas del comer, el panorama político español se va envolviendo cada día más en la estela perpetua una campaña electoral, que sólo se relajará cuando el PP admita que el país ha entrado en un nuevo ciclo que requiere de su consenso. No es descabellado que Pedro Sánchez, después de su investidura, disuelva en cuestión de meses las Cortes y convoque otras elecciones, haciéndolas coincidir con las europeas del 9 de junio. No es descabellado que Pere Aragonés haga lo mismo. El calendario se ha convertido en otro campo de batalla para los españoles y, en el caso de Alfonso Guerra, en una derrota diaria, ay.
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