jueves, 7 de septiembre de 2023
La 2ª Residencia o...El Paraíso.
Segunda residencia, segunda vida
Por
Víctor Guillot
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Víctor Guillot
Víctor Guillot
Víctor Guillot es periodista y adjunto a la dirección de Nortes. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y migijon.
Entre el paraíso y la vida terrenal, hay una estación intermedia. Me refiero a la segunda residencia. Algunos estudios indican que en Asturias, el precio de la segunda residencia se ha disparado hasta situarse entre un 30 y un 125% por encima del precio de la primera. El último y apagado fulgor del ocaso vendrá precedido de unos cuantos años en el norte, amparados en el refugio climático asturiano. El triunfo se mide en metros cuadrados, calidades de pizarra o mármol, orientación norte o sur, con vistas al mar o la montaña, en una zona residencial de familias acomodadas en la periferia o en el corazón de la ciudad, conmovido y agitado y sí, como no, con piscina comunitaria.
Una segunda residencia, querido y desocupado lector, es una segunda oportunidad solapada a la primera que se le concede a la burguesía. Efectivamente, como en los videojuegos, el burgués cansado ansía una segunda oportunidad, una segunda vida, la otra vida, la que nos merecemos, esa otra paralela que unos pocos tienen y que es la misma que todos los demás desean tener. La segunda residencia ha venido a cubrir ese hueco en nuestra existencia insatisfecha. Primero fue un gesto de insolencia, capaz de encender una hoguera de vanidad y envidia. La acumulación de viviendas hoy se percibe como codicia, como una acumulación de vidas traducidas a euros. Hoy, la previsión de 42 grados de calor en primavera y en verano, han restado lujo y convertido la segunda residencia en un acto de supervivencia, sumergido en una oleada de autocompasión burguesa.
Sin embargo, el siglo XXI ha arrebatado el brillo del éxito al chalet de temporada. La conciencia climática lo ha sustituido por una mancha que somete la compra a la sospecha de la usurpación. Queda por definir si la oleada de residentes que proceden de Madrid o del País Vasco disparará como un volador el precio de la primera vivienda. Vendrá la ola roja a denunciar el proceso de gentrificación y turistificación. ¿Acaso vivir seis meses es realmente residir? Demasiado grotesco para ser cierto. Paradojas de la vida, mientras la clase media que ronda los sesenta se dispone a comprar una segunda vida más templada y solaz, mientras acepta que dormir es un verbo que no se conjuga en la Gran Capital, sofocante y hostil, la juventud del norte se dispone a abandonar su ciudad para malvivir en un piso colmena enfundada en la precariedad de Madrid.
En la segunda residencia se sustancia el sueño burgués de la clase media. Es el destino final. La segunda siempre tiene el hechizo de lo que nos espera bajo sus tejas. Para la clase obrera, la primera casa es sólo el laberinto de su hipoteca, pero para la burguesía, la segunda residencia es el palacio vivificado de experiencias vacías. El ser humano no vive en una casa sino que convive con ella. Por eso Jean-Paul Sartre no quería tener un hogar sino vivir de hotel, incluso eligiendo hoteles mediocres e impersonales, porque no quería dejar rastro de sí ni que la vivienda, burguesa o palaciega, dejase rastro en él. ¿Y si realmente lo que hay es una burguesía agotada, cansada de sí misma, que ha desembocado en el paroxismo, reconcentrada en sí misma, encerrada o galvanizada que ha pasado a ser, inesperadamente, la primera? ¿Y si la vida, que se agota, que se acaba, sólo pudiera lentificarse, congelarse, encerrado uno en las paredes de esa otra vida, parcial, diletante, amputada, que es la segunda residencia? La segunda residencia, en el fondo, es una manera maquillada de diferir que el individuo ya no tiene ninguna causa. La segunda vivienda es una casa vacía de porvenir.
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