sábado, 30 de marzo de 2024
La Fosilidad de nuestras tradiciones...RECOMENDADO
Historia siempre contemporánea, memoria democrática, tradiciones
La lucha por la memoria histórica es la lucha por nuestra libertad aquí y ahora.
Por
Enrique Del Teso
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Enrique Del Teso
Enrique Del Teso
Es filólogo y profesor de la Universidad de Oviedo/Uviéu. Su último libro es "La propaganda de ultraderecha y cómo tratar con ella" (Trea, 2022).
«Una expresión facial tercamente mantenida ya no es una expresión facial sino una careta, de ahí la falta de naturalidad de muchos retratos», dice el aforismo 563 de Andrés Rábago. Las tradiciones, y estamos en Semana Santa, son el doctor Jekyll y míster Hyde. Las tradiciones tienen algo de ritual y, por tanto, algo de irrealidad y, por tanto, algo de juego. Todos tenemos procesiones y días de Ramos infantiles y felices en los remolinos revueltos de la memoria. En las tradiciones nos reconocemos como parte de algo mayor que nosotros y en ellas mascamos el vínculo intergeneracional. Son parte del doctor Jekyll que contradice la bobada aquella de Margaret Thatcher de que no existe la sociedad. Las tradiciones son parte de ese tejido que produce el altruismo compulsivo interno en los grupos humanos. Y son también míster Hyde. Viendo a la Legión pasear en Jueves Santo el Cristo de Mena, transidos de fe y henchidos de patria, azul de mar y caminar del sol, cantando a los siglos que son el novio de la muerte, la tradición muestra ese lado suyo de expresión tercamente mantenida, que la hace más una careta que una imagen del país. El punto de conducta fósil que tienen las tradiciones a veces las hace circenses, no puedo tomarme en serio la emoción de ese ritual legionario que mantiene en formol la gravedad de aquellos espadones ridículos de Primo de Rivera, que se creían los Tercios de Flandes en el Rif. Las tradiciones vienen del pasado y, en su faceta de míster Hyde, arrastran con ellas esas cosas del pasado que fuimos dejando fuera por atroces y oscuras. Por eso no es raro que los más reaccionarios de entre nosotros, esos a los que la modernidad les hace escoceduras, cabalguen sobre las tradiciones para disfrazar de identidad colectiva y querencia de nuestros mayores sus pretensiones de atrocidad y oscuridad. La imagen de un cuerpo de élite de nuestro ejército embelesado con el Cristo subrayan lo que el catolicismo tuvo de inquisitorial y lo que el ejército tuvo de sectario. La Constitución ordena que las religiones revoloteen libres en la sociedad como esos papeles que el aire mueve de un sitio a otro, pero que sean de cada uno y no una referencia de normalidad, y menos una imposición, para el conjunto. Me preguntaba qué pensarían esos legionarios en trance de Sánchez o Bildu e imaginé la tradición como una borrasca que se llevase consigo cualquier asomo de entendimiento.
Con las tradiciones, con la confusión de los recuerdos y con la apetencia de olvido cuando el recuerdo genera compromiso y obligaciones, las derechas están intentando hacer con nuestra historia un engrudo de esos que hacen bola en la boca y rebajan el lenguaje a farfullas y espurreos. Esas derogaciones de la Memoria Democrática, y las tergiversaciones grotescas subsiguientes en esas pomposamente llamadas leyes de concordia, no son enredos con el pasado, sino anuncios de intenciones presentes. Toda historia es contemporánea, dijo Benedetto Croce. El pasado ilumina el presente, pero también se recurre al pasado como coartada para propósitos presentes. La historia siempre acaba siendo contemporánea. El embrollo y distorsión de los datos conocidos se alimenta del negacionismo. El negacionismo es parte sustancial del activismo de ultraderecha y consiste en sembrar la desconfianza en los canales habituales de transmisión del conocimiento. La inmensa mayoría de las cosas que sabemos, incluida la esfericidad del planeta y la existencia del Polo Norte, las sabemos porque nos las enseñaron o las leímos. Mientras cruzamos la carretera, no podemos dar una prueba de que, efectivamente, existió Napoleón y el castellano procede del latín. El negacionismo pretende negar la validez de esos libros, esos profesores o esos documentales con que aprendimos las cosas. La ultraderecha pretende la brutalidad, la sociedad compuesta de una oligarquía a sus anchas y sin límites, perros y bufones de corte (ellos, la propia ultraderecha) y población a granel sin derechos y siempre entre la pobreza y la subsistencia. Todo, desde la ciencia que explica la deriva del clima hasta la historia que racionaliza el pasado y la actividad periodística que muestra la realidad en caliente, todo, les quita la razón y desnuda su brutalidad. Así que todo debe ser puesto en cuestión, el flujo del conocimiento debe ser infartado por los trombos negacionistas. Debemos dar por válido lo que nos enseñaron si solo se oponen a ello los bárbaros. Si el discurso de alguien tiene la arenilla de expresiones como negro, MENA, moro, falsa feminista, izquierdista de salón, progre, paguita, subvencionado, ideológico, chiringuito, …, y si esa es la gente que pone en cuestión lo que nos dijeron, debemos tener por verdadero lo que nos dijeron.
Acto republicano en Candás. Foto: Tania González
La justicia y la injusticia son formas en que se relaciona algo que sucede con algo que sucedió antes. Alterando lo que sucedió, se altera la percepción de lo que es justo hacer. La memoria histórica no va de revolver viejas heridas, sino de robustecer la justicia y la apetencia de justicia. La guerra civil acabó en el 39. Después no había guerra, solo crímenes, primero masivos, y después en un goteo trágico que llegó a los 70. Crímenes, encarcelamientos, torturas, persecuciones y destierros. Lo que más protege a las sociedades de la barbarie y el crimen es conocerlas, reconocer su aliento. Lo que pretende la negación de la memoria histórica es que la barbarie, tan antigua, sea nueva y desconocida, que crezca de nuevo sin que la veamos venir. No es revolver el pasado, es nuestro presente, el punto al que querrían llevarnos los bárbaros. El PP no está cediendo a la ultraderecha. El PP creció con la raíz en el franquismo y del franquismo toma sus impulsos. La ley de concordia es una maldad que aprovecha las limitaciones de la transición (por cierto, para la ley de concordia, la transición fue el paso de qué a qué, si no hubo dictadura). La transición fue más lampedusiana (cambiarlo todo para que todo siga igual) de lo que se quiere reconocer, al menos en cuatro aspectos: se mantuvieron los privilegios de la Iglesia; la vida personal y responsabilidades del Rey fueron las tercermundistas previstas por la dictadura; la oligarquía económica crecida en el franquismo fue intocable (y ahí sigue); y se mantuvo el relato oficial que convenía a los protagonistas del franquismo. El relato, y no banderas o ejércitos, es lo que da unidad a los pueblos, se dice con agudeza en la ficción de Juego de tronos. Las historias compartidas y las creencias respecto de la procedencia común son el tejido invisible que nos hacen sentir que Cádiz es parte nuestro pueblo, aunque nunca hayamos estado allí ni conozcamos a ningún gaditano. Seguramente, no hubiera sido viable una transición que hiciera justicia con los asesinos y los saqueadores. Pero el relato debió dejar sentado que fueron asesinos y saqueadores y que se les perdona por una razón práctica superior; que la República era una democracia, convulsa como las demás que estaban en los previos de una gran guerra; que el levantamiento, como décadas después el 23 F, fue un golpe fascista contra una democracia. Ahora los bárbaros buscan acomodo en los huecos que la transición dejó en la memoria colectiva para blanquear crímenes y pillajes. Nuestro escurridizo relato deja en la memoria que ETA fue la tragedia que no debemos olvidar. Y así es y así está siendo. Pero no es la peor tragedia que conoció España. Por la debilidad del relato, es más fácil convertir la ansiedad en ira contra ETA que contra Franco. Por eso se cuestiona más a Bildu, que se aleja de ETA, que al PP que se acerca a Franco.
La lucha por la memoria histórica es la lucha por nuestra libertad aquí y ahora. Guillem Martínez dijo con lucidez: «la libertad es el colmo de la sencillez; la libertad, ese todo, consiste en casi nada». Es tan sencilla que solo se ve cuando choca con algo que la impide. Es confusa porque solo muestra la cara que chocó con algo, que siempre es parcial. Pero la intuición que tenemos de ella es tenaz y nadie que encierra a 7291 ancianos y decreta su muerte nos la va a explicar. La memoria democrática y la decantación de nuestras tradiciones es la lucha contra quienes nos quieren quitar ese todo que consiste en casi nada.
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