miércoles, 20 de marzo de 2024
Embrollo vecinal y Democracia.RECOMENDADO.
El desprestigio de la política amenaza la democracia
Francisco Carantoña
FRANCISCO CARANTOÑA
OPINIÓN
El líder de Chega, André Ventura, se felicita por los 48 diputados conseguidos por la formación de ultraderecha El líder de Chega, André Ventura, se felicita por los 48 diputados conseguidos por la formación de ultraderecha Pedro Rocha | REUTERS
20 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.
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Portugal ha dado un nuevo aviso. Es cierto que el presidente de la república, Marcelo Rebelo de Sousa, adelantó innecesariamente las elecciones en el peor momento posible, pero las causas del ascenso de André Ventura no son solo coyunturales.
En la noche del 10 de marzo, los analistas, portugueses y españoles, coincidían en que la inflación había hecho mucho daño en un país con bajos salarios que todavía no ha logrado la recuperación de los servicios públicos, muy deteriorados por la crisis de 2008 y la intervención de la gestión de la economía por la UE. Además, el éxito del turismo, un sector siempre inflacionista, contribuye, como en España, a la extrema carestía de la vivienda en las principales ciudades.
Tras la dimisión de Antonio Costa, el presidente podría haber permitido que el parlamento, todavía a media legislatura, eligiese a un nuevo primer ministro socialista, partido que contaba con mayoría absoluta. Se impuso su deseo de favorecer al PSD, su partido y previsible ganador de las elecciones. El resultado fue una cámara ingobernable, salvo que AD, la coalición liderada por el PSD, pacte con Chega, algo que ni Marcelo ni Luis Montenegro deseaban, aunque ahora lo exige el sector más duro de su partido. La formación de gobierno puede complicarse todavía más si el PS acaba situándose como primera minoría, por delante de AD, tras el recuento del voto del exterior, aunque los primeros datos indican que no es muy probable que eso suceda.
El PS, salvo que quede como primer partido, parece proclive a no impedir un gobierno minoritario de AD y los liberales, pero el problema será cómo va a sacar adelante sus medidas, incluido el presupuesto, sin mayoría parlamentaria. Chega solo las apoyaría si entra en el gabinete y el PS se suicidaría si votase a favor de la política neoliberal de las derechas. Otra alternativa sería el acuerdo «central» entre AD y PS, que implicaría mutuas cesiones y una política menos conservadora, pero, con una izquierda radical muy débil, eso convertiría a Chega en la única fuerza de oposición, un regalo que ni unos ni otros quieren hacerle.
Es probable que dentro de dos años, de haberse agotado la legislatura, con mejor coyuntura económica, el populista Ventura hubiera obtenido menos votos, pero hace tiempo que se manifestaba en Portugal un descontento de fondo que, como en otros países, aumentaba el desapego hacia la política conocida, tradicionalmente manifestado en una alta abstención. Ni los políticos ni la prensa portuguesa se han degradado como en España, pero los primeros no han logrado conservar el vínculo con la gente, con sus problemas cotidianos, que garantizaría su apoyo.
En toda Europa, en todo el mundo, crece la desconfianza hacia unos partidos muy profesionalizados, con dirigentes que se perciben como movidos por la ambición personal y distantes de la sociedad, además de mediocres. Eso, y la desorientación de las izquierdas, explica el crecimiento de los populismos caudillistas.
Ha habido una inflación molesta, pero no terrible, provocada por el ataque ruso a Ucrania y, últimamente, por la brutal guerra de Gaza y sus derivaciones; la economía sufre cierto estancamiento en algunos países, pero no se vive una grave crisis económica mundial que pueda considerarse la causa del malestar. Es cierto que la incertidumbre que suscita la situación internacional fortalece los nacionalismos y la búsqueda de un poder fuerte, que aparezca como protector, pero se vivieron momentos peores durante la guerra fría e incluso en los primeros años de este siglo. Lo que está realmente en crisis es el modelo de partidos, la forma de hacer política.
Es necesaria una labor pedagógica sobre los valores de la democracia, los derechos humanos y las libertades, pero para que sea eficaz los dirigentes políticos deberían hacer un esfuerzo por creérselos. No debería ser difícil explicarlos si se logra que la gente mire a su alrededor y compare, solo una semana después de las elecciones portuguesas se ha producido la pantomima iliberal de Putin. También haría falta que los partidos se vinculasen a ese pueblo del que solo se acuerdan cuando truena, en vez de dejarlo en las manos de los demagogos.
En España parece que ha triunfado una conspiración para llevar al límite el desprestigio de la política. Hace demasiado tiempo que el insulto y la descalificación del contrario han sustituido al razonamiento. Más que mediocre, el debate político resulta infame. La estulticia del populismo derechista patrio ha logrado que se reduzca progresivamente su expectativa de voto, puede considerarse un don del cielo, pero no resuelve el problema. El peligro es serio e inquieta que no se perciba por quienes están al frente de las instituciones y representan al pueblo en las Cortes, parlamentos de comunidades autónomas y ayuntamientos.
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