viernes, 6 de marzo de 2009

El arte contemporáneo, un Casino.

Philippe de Montebello.

No le gustan los focos y, en principio, no es gran amigo de las entrevistas, pero su educación extrema y su inesperada espontaneidad salvan cualquier huella de hartazgo. Sobre todo porque este catedrático y ex director del Metropolitan de Nueva York (hoy director emérito) viene ilusionado a España para inaugurar la primera Cátedra Museo del Prado. Lo hará con el ciclo de conferencias El Museo: hoy y mañana, del que poco ha desvelado a los periodistas. "Vengan a escucharme", contesta. En su opinión, este tipo de causas no son "imprescindibles para un gran museo, pero si existe la posibilidad, y en España existía, debe hacerse", sentencia.

PREGUNTA.- Ha pasado 30 años al frente de uno de los museos más importantes del mundo. Si echa la vista atrás, ¿cambiaría algo?
RESPUESTA.- No. No me arrepiento de nada. Sólo dudo de vez en cuando de algunas cuestiones, muy pequeñitas, y tal vez tenga uno o dos secretos que aún no estoy preparado para contar. Puede que algún día lo haga.

P.- En una ocasión definió la Madonna con niño de Duccio, que usted adquirió para el MET, como una obra delicada e intimista. ¿Son estas cualidades parte de su propia personalidad? ¿Cree que existe una relación de peso entre la colección de un museo y el mundo interior de su director?
R.- Es imposible contestar que no existe ese vínculo, porque todos somos seres humanos, incluidos los directores de museo y conservadores. Aunque tratemos de ser independientes es imposible huir de la influencia que tiene la propia personalidad. Pero cuando uno dirige un museo como el Metropolitan, que exhibe arte de todo el mundo, hay que poner en segundo lugar los gustos e intentar comprender las obras en su propio contexto. He comprado muchas piezas que no me caían bien, pero tuve que adquirirlas por otras razones que las hacían importantes. Siempre les digo a los miembros del patronato cuando reaccionan mal ante una obra que lo hacen por desconocimiento, y que su gusto, como el mío, no cuenta para nada. Hay algo de universal en cierto nivel de excelencia, pero en lo demás uno debe fiarse de los consejos de un conservador. Luego, pasado el tiempo, es fácil saber si alguien se ha equivocado con una pieza, entonces ese conservador debe irse.

P.- ¿Le ha pasado en muchas ocasiones? ¿Podría citar, entonces, alguna compra de la que el equipo del museo no haya estado muy orgulloso con el paso de los años?
R.- Preferiría no citar ninguna. Porque concretar algo es hacer daño.

P.- ¿Qué opina de que en nuestra centuria una calavera recubierta de diamantes se considere arte de primera categoría?
R.- No sé si de primera categoría pero sí muy, muy cara. Y no estoy seguro de que todos los críticos lo piensen. El arte contemporáneo es como un casino. Es difícil juzgar las cosas, todo es demasiado personal, al contrario de lo que ocurre en el arte antiguo, donde siempre hay un criterio. Desde luego hay conservadores que tienen ojo para juzgarlo, pero no es mi caso.

P.- En las entrevistas de estos días ha comentado que desde el Renacimiento el arte ha seguido a la riqueza, pero debe haber otros criterios que influyan en los movimientos. Espero.
R.- No desde el Renacimiento, ¡desde Adán y Eva! En serio, el arte, claro, sigue al dinero y a las poblaciones, es casi siempre urbano y se sitúa en los lugares en los que hay focos de influencia. Pero siempre debe existir un criterio de necesidad intelectual, porque tenemos el derecho de conservar el arte que se nos ha entregado como si fuésemos sus guardianes. Todos tenemos una responsabilidad con la obra de arte, pero no como unos carceleros sino como unos prestamistas que lo muevan de un lugar a otro si existe una buena razón para hacerlo. El arte es universal, pertenece a todo el mundo.

P.- ¿Qué tipo de arte cree que nunca deberá mostrarse en un museo como el Metropolitan?
R.- La verdad, no sé si existe. El mundo está siempre cambiando. A comienzos del siglo XX se consideraba inapropiado incluir arte africano en los museos, pero con el paso del tiempo hemos conseguido otorgarle un valor propio. Una importancia que otros han sabido apreciar, como Picasso, por ejemplo. Así que ahora este arte está representado en el MET con una importancia no menor que la del griego o la del romano. Y no es tan extraño. ¿Por qué? Porque desde el punto de vista de la estética todos ellos, todas las formas que trazaron, tienen una misma inspiración: la naturaleza. De tal manera que los pliegues de un traje en una escultura griega o en una pintura africana siempre surgirán de la observación del artista hacia, por ejemplo, la arena de la playa. Lo mismo ocurre con las formas de las plantas, etcétera. Esta es la gran ventaja de un museo como el MET, en el que uno tiene acceso a comparar todas esas piezas.

P.- Si me lo permite, voy a hacerle un pequeño test: cite cinco artistas españoles que le parezcan especialmente buenos. Y si puede, alguno vivo.
R.- Oiga, el catedrático soy yo, así que debería ser yo quien examinase, pero aunque quiera que le hable de gente viva, es difícil no mencionar a los cinco realmente grandes: Velázquez, El Greco, Ribera, Murillo… y luego Picasso y Juan Gris. Y en otro nivel Pedro de Mena, Valdés Leal. Ah, y aún no he citado a Zurbarán, que me encanta. ¿Llevo ya más de cinco?

P.- Sí, pero todos muertos.
R.- Es que no suelo hablar mucho de los vivos, prefiero hablar de muertos, porque ellos no me replican.

P.- Además de la diferencia obvia entre el concepto de público y privado que existe en la museística europea con respecto a la norteamericana, ¿Qué otras divergencias clave averigua entre ambos modelos?
R.- En este momento sí observo algún cambio entre uno y otro que es digno de ser estudiado. En Estados Unidos estas instituciones han surgido desde la nada. Los profesionales están escogiendo obras en un gran mercado para construir lo que creen que deber ser un gran museo enciclopédico universal. En Europa pasa al contrario, ya existían las colecciones y ahora se escoge cortando en vez de seleccionar añadiendo, como ocurre en mi país.

P.- ¿Y el público? ¿Ha cambiado a lo largo de estas tres décadas? ¿Hasta qué punto debe un museo adaptarse a sus requerimientos?
R.- Sí, ha mutado, pero estos cambios suelen ser muy graduales. 30 años no son tantos. Lo son en mi vida, pero no en la del mundo. Obviamente he percibido mutaciones en la educación, en los jóvenes… y es importante responder a las nuevas necesidades pero sin realizar demasiadas concesiones. Hay que estar al tanto de lo que piensan para encontrarlos en el punto intermedio entre lo que ellos exigen lo que el museo plantea. No debe perderse la autoridad, pero sin llegar al autoritarismo.

P.- Desde su llegada a España también ha hablado mucho de llevar el arte a otros países que hasta la fecha no han podido costearlo. ¿Cómo debe occidente colaborar con ellos?
R.- Sólo creando exposiciones de un tipo de arte que se adapte a estos países, a lo que ellos reclaman en este momento. Como su riqueza es muy reciente, no tienen todavía infraestructura ni personal adecuado para afrontar los desafíos del mundo del museo. Hace años que en el MET tenemos becarios chinos, y hoy 16 museos de ese país están dirigidos por aquellos estudiantes. Lo mismo debe hacerse con otras zonas, como en el Golfo Pérsico, que tiene aún menos competencias. Tenemos que ayudarles a crear profesionales, no sólo tenemos que prestarles obras. Ellos tienen derecho a tener ambiciones e instruir a su pueblo. También lo hicimos nosotros, pero ahora es su momento.

P.- Hábleme de la razón por la que está en España ¿Le hacía falta a un museo como El Prado una cátedra como la que usted ha inaugurado?
R.- En primer lugar quiero decir que me siento honrado, ha sido muy interesante trabajar con la gente de aquí. No lo he preparado solo, ha sido imprescindible la ayuda de Zuzaga y Finaldi. Y sé que los estudiantes y conservadores sabrán mucho, así que será más un diálogo que una clase magistral.

En cuanto a la necesidad de un proyecto así, no es imprescindible, pero si se puede hacer, y aquí, con la concesión del Rey, se puede, es algo muy positivo. En el MET venimos celebrando conferencias similares desde hace años con universitarios, conservadores, etcétera. Todos los grandes museos deben hacerlo si tienen la posibilidad, porque es una manera de ampliar sus funciones y la formación de los ciudadanos.

P.- Habla del MET como si siguiera ejerciendo allí. ¿Lo hace? ¿En qué emplea su tiempo ahora?
R.- De momento soy catedrático aquí por un mes, pero en Nueva York lo soy el resto del año, además soy asesor de una gran fundación interesada en mejorar el conocimiento del arte antiguo y los intercambios entre las viejas civilizaciones. Trabajo con ellos dos días a la semana. Además, soy miembro de patronatos de varios museos… En definitiva, que no estoy retirado ni lo estaré.

P.- En todo este tiempo, ¿no le ha picado el gusanillo del coleccionismo?
R.- Sí, he coleccionado un poquito. En casa tengo dibujos antiguos de los siglos XVI y XVII, y arte islámico, páginas del Corán, porque me gusta mucho su tipografía, también tengo marfiles y arte de la China antigua. Cosas pequeñas, no puedo aspirar a más. Pero sí creo que es importante coleccionar, porque es una manera de fijarse mejor en las cosas: el ojo se agudiza cuando hay dinero de por medio.

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