Un viajecíto esclarecedor, Francia Ummmmm.
Castillos, viñedos y buena vida
en el Languedoc francés
En el extremo sur de Francia se ubica esta región que, por su situación, muchos comparan con un anfiteatro que mira al mar. Posee un largo litoral mediterráneo con playas arenosas que se extienden 180 kilómetros desde la frontera española hasta Camargue. El Languedoc es una tierra con fuerte personalidad y horizontes diversos.
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Texto | Fotos: Pedro Madera
Actualizado lunes 31/08/2009 09:56 horas
Los que disfrutan con las carreteras estrechas y los pueblos escondidos detrás de una curva tienen lugares míticos. El slow drive está de moda. El Languedoc es un lugar perfecto para nuestro propósito, a sus increíbles paisajes suma su ritmo tranquilo de vida. Este sitio hay que conocerlo sin prisas, paladeando cada reflejo del sol en el agua, saboreando cada destello en sus viñedos, degustando cada conversación con los lugareños... Un sitio donde volver es casi obligación.
La región de Languedoc–Rousillon se encuentra situada en el extremo sur de Francia y limita con los Pirineos, Andorra y España por la parte inferior; y con Provenza y los Pirineos Centrales al norte, hasta Auvergne. Por su situación muchos se refieren a esta región como un anfiteatro que mira al mar. Posee un largo litoral mediterráneo con playas arenosas que se extienden 180 kilómetros desde la frontera española hasta Camargue. El Languedoc es una tierra con fuerte personalidad, donde sus horizontes son tan diversos que la región no puede reducirse a un solo destino.
Nuestro primer destino es Perpiñán, en tiempos capital del reino de Mallorca. Esta ciudad ha sabido conservar su legado español, algo que se refleja en su arquitectura y en el ambiente de la ciudad. Tampoco debemos perdernos una visita a las localidades de Collioure en la costa y de Céret en el interior, que a principios del siglo XX eran unas simples aldeas cuya luz especial atrajo a diversos pintores como Matisse, Derain, Dufy, Picasso y Chagall.
Picasso tenía un especial cariño por Céret, que presume de ser la cuna del cubismo. Collioure fue una gran fuente de inspiración, como se refleja en muchas pinturas impresionistas. Esté rincón de la región llamado el Rosellón ha sido durante siglos motivo de luchas entre Francia y España por su posesión y enaltece su catalanismo luciendo por todas partes la bandera roja y amarilla.
Inspiración de pintores
Abandonamos momentáneamente la costa para visitar Carcassone. Fabulosa ciudad medieval perfectamente conservada, exhibe 2.500 años de Historia y 1.000 años de arquitectura militar en sus fortificaciones, que datan del siglo IV. Mientras conducimos por sus carreteras, comprendemos por qué el Languedoc es un lugar de culto para los pintores. Los colores del paisaje y su excepcional luz crean un ambiente único en el que deleitarnos con sus conmovedoras ruinas, castillos, abadías y fortalezas. Aquí conviven en perfecta armonía el arte románico y el barroco en compañía de una arquitectura civil que ha sabido conservar a la perfección la memoria de sus antepasados.
La Catedral de St. Just rivaliza con cualquiera de las del norte de Francia y conserva unos magníficos tapices
La siguiente parada es Narbona, una ciudad fundada por los romanos, que es un activo centro de comercio de vino y buen sitio para ir de compras. La Catedral de St. Just rivaliza con cualquiera de las del norte de Francia y tiene unos magníficos tapices. Cerca de la ciudad y en un valle está la abadía benedictina de Fontfroide con su iglesia del siglo XIII y su jardín de rosales.
Envueltos en este universo de tradición e historia, podremos disfrutar de uno de los mayores placeres que alberga el sur de Francia: sus vinos. Los viñedos inundan la región del Languedoc, donde historia y vino conforman un espíritu inigualable. La calidad de sus caldos sitúa a esta zona del sur de Francia como una de las grandes regiones vitivinícolas del mundo, capaz de competir con las denominaciones más prestigiosas.
La capital del Languedoc
Béziers, en el corazón de los viñedos del Languedoc y presidida orgullosamente por su catedral, se alza entre el Orb y el Canal de Midi. Subiendo por los paseos Paul-Riquet, constructor del Canal, descubriremos entusiasmados la ciudad. Ver la catedral de St. Nazaire desde el puente viejo sobre el río Orb es una forma perfecta de entender el románico. Eso sí, la conducción es dificultosa, por lo que conviene olvidarnos del coche y disfrutar de sus cuestas y sus calles inclinadas. Las esclusas de Fonseranes nos demuestran las capacidades de la ingeniería del siglo XIX. Ocho puertas sirven para superar los 312 metros de desnivel. El agua y las leyes de la física hacen el resto. El mar ya está más cerca.
Cruce de caminos de la cultura, la ciencia y el arte, Montpellier es una ciudad con un patrimonio incomparable
Después de maravillarnos ante el Canal de Midi, es hora de conocer la capital del Languedoc, Montpellier. Cruce de caminos de la cultura, la ciencia y el arte, Montpellier es una ciudad con un patrimonio incomparable. El Ecusson, con su plaza de la Comédie, dominada por la Ópera, se extiende hasta el nuevo barrio de Antigone, diseñado por Ricardo Bofill. Las calles estrechas, jalonadas por numerosos palacetes de los siglos XVII y XVIII, conducen a la Catedral St. Pierre, a la Facultad de Medicina, la más antigua del mundo occidental, en la Place Royale du Peyrou, o al Jardín Botánico creado bajo el reinado de Enrique IV.
El rústico e independiente carácter de los habitantes de Languedoc–Rosellón, se ve reflejado en esos platos sanos y sin pretensiones que son típicos de la región. Fuertes sabores mediterráneos con una abundante utilización de hierbas, ajo y aceite de oliva. Cordero aderezado con tomillo y asado a la parrilla sobre fuego de sarmiento en las tierras altas. Guisotes de carne de caza o vaca, cocinados lentamente durante horas, o cassoulet, el más famoso de los platos regionales.
El placer de comer bien
En el litoral hay buen pescado y marisco, y de las montañas son excelente su charcutería, sus jamones y patés. Las setas del bosque, naranjas y castañas son utilizadas en diversos platos, así como las verduras frescas que crecen en abundancia en estos parajes. El roquefort, para muchos el rey de los quesos, se elabora en Roquefort-sur-Soulzon con leche de oveja y luego se deja madurar de forma natural en las cuevas de Cambalou. Deliciosas tartas de fruta y helados recién confitados en el Rosellón; pastelitos de miel y almendra; mazapán con frutos secos.
Las ciudades del Languedoc–Rosellón, dinámicas y cargadas de historia, ofrecen un arte de vivir único
Como se ve no hay sitio para hamburguesas y pizzas, aquí el comer se disfruta despacito, mientras se aprecia un buen caldo de la región o se charla animadamente con los compañeros de mesa. Las ciudades del Languedoc–Rosellón, dinámicas y cargadas de historia a la vez, nos ofrecen, ante todo, un arte de vivir único.
El de las terrazas sombreadas en las que se charla con relajo durante todo el año... El de los paseos indolentes que nos conducen, al azar de las callejuelas, a las entrañas del casco viejo que no alcanza a descubrir el turista apresurado... El de las compras por placer en tiendas que nos reciben como si fueran amigos... En definitiva, el arte de la buena vida.
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