sábado, 29 de agosto de 2009

Caminos no trillados.....

Que traerán polémica.

La reforma de un modelo intelectual imperfecto
Publicado el 28-08-2009 , por Gillian Tett

¿Necesita el mundo una tasa “Tobin” global? Ésa es la cuestión que últimamente ronda en los círculos financieros londinenses. Hace unas tres décadas, el economista James Tobin, propuso por primera vez la introducción de un impuesto a las transacciones financieras para frenar la especulación monetaria a corto plazo. Desde entonces, han sido pocos los dirigentes que se han atrevido a proponer la idea por temor a que se considerara totalmente desfasada.


No obstante, Adair Turner, presidente de la Autoridad de Servicios Financieros (FSA, en sus siglas en inglés), participó este mes en una mesa redonda organizada por la revista Prospect, en la que planteó la celebración de un debate sobre la propuesta “Tobin”. Como era de esperar, la noticia no ha dejado indiferente a nadie, aunque lo más curioso de la proposición es su marcado tinte intelectual. El presidente de la FSA está cada vez más convencido de que los políticos occidentales atraviesan un momento decisivo desde ese punto de vista.

En los últimos años, argumenta, “la teoría de los mercados eficientes, el consenso de Washington, el sistema de desregulación del libre mercado....” era predominante, prácticamente una “religión”.

Esto dio lugar “a un regimen regulador derivado de una corriente intelectual”, permitiendo al lobby bancario aumentar su tamaño e influencia. Ahora, explica Turner, la hipótesis de los mercados eficientes, que durante tanto tiempo fue el signo de identidad de la FSA y de los reguladores bancarios de todo el mundo, está siendo cuestionada. “La idea de que los mercados, cuanto más completos y más llenos de liquidez, mejor ha dejado de ser válida. Esta crisis pide a gritos una profunda reforma del sistema regulador financiero global, no pequeños retoques”, concluyó Turner durante la reunión organizada por Prospect, en la que yo también participé.

Su discurso merece una reflexión, teniendo en cuenta que Turner trabajó antes para la consultora McKinsey, que preconizaba el credo del valor del accionista, el mercado de libre competencia y el capitalismo financiero.

Turner ha cambiado de opinión y piensa que la interpretación intelectual que durante tanto tiempo guió los principios de la FSA y McKinsey, es equivocada. Sus críticos podrían decir que el presidente de la FSA está adoptando una pose política. Después de todo, en su día se reprochó a la Autoridad de Servicios Financieros su incapacidad de actuar de forma más enérgica contra las bonificaciones de los ejecutivos bancarios.

Sin embargo, los comentarios de Turner son un simple reflejo de la realidad que vivimos y plantean además una cuestión de vital importancia: ¿qué tipo de marco intelectual deberían utilizar los reguladores occidentales después de percatarse de su error? Por desgracia, Turner no ofrece respuestas más concretas.

El presidente de la FSA aporta muchas ideas que, en su opinión, deberían debatir políticos y reguladores. Le gustaría que se pusieran límites a la innovación financiera que se revisara el dominio del mercado y los precios en los mercados financieros mayoristas. Pero esas ideas no son precisamente un manifiesto; en realidad, Turner insiste en que los reguladores “intentan todavía entender” qué van a hacer “después del descarrilamiento de la teoría que durante tanto tiempo dominó el mundo de la economía y las finanzas”.

Sin duda, la postura agnóstica despertará indignación o confirmará la sensación de que los reguladores son ineficaces. No obstante, es probable que esa sea una respuesta equivocada. Después de todo, el verdadero problema del entorno financiero en las últimas décadas no es que autoridades e inversores utilizaran teorías económicas equivocadas, sino que lo hicieran de forma tan obnubilada.

Organismos como el FSA, por ejemplo, estaban tan aferrados a la eficiencia de los mercados que sólo intervinieron cuando el fracaso de estos eran evidente. De igual forma, los inversores tenían tal obsesión por las limitadas definiciones del valor del accionista que, al igual que los reguladores, a veces daba la impresión de que operaban de forma autómata.

No obstante, nunca va a existir un sistema intelectual perfecto que explique cómo “deberían” funcionar los sistemas financieros.

Al fin y al cabo, la ideología siempre parte de un intento de cambiar las luchas y estructuras de poder. Y, al igual que el antiguo modelo intelectual ha demostrado ser imperfecto, cualquier nueva “teoría” que sustituya a las anteriores tendrá sus limitaciones. Lo que necesitamos ahora son autoridades, políticos, inversores y banqueros dispuestos a alcanzar un consenso y a aplicar políticas que se adapten a las nuevas realidades.

La idea no es fácil de vender. Después de todo, como indica Turner, un mundo sin una ruta definida es amenazante. “A los reguladores mundiales les genera incertidumbre asumir que no se dispone de un marco intelectual que defiende la idea cuantos más mercados mejor”.

Por el momento se desconoce si Turner será capaz de convertir la retórica en política, dada la cantidad de reacciones en contra que sus comentarios van a generar. Yo, por mi parte, creo que merece un reconocimiento, por intentar plantear lo inconcebible y distanciarse de la fuerte dependencia de los credos. Falta saber si otros reguladores se sumarán a sus ideas, no sólo en Europa, sino en EEUU, cuna de la mayor parte de los dogmas del libre mercado.

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