Diego Lerman: "El totalitarismo no sólo surge de dictaduras militares"
El director argentino retrata en La mirada invisible cómo la corrupción del régimen militar argentino corrompió hasta el último ciudadano
Juan SARDÁ | Publicado el 12/08/2011
Los últimos meses de la dictadura militar argentina son el escenario cronológico de La mirada invisible, una apasionante reflexión sobre el totalitarismo que llega este viernes a España tras haber pasado por el Festival de Cannes o San Sebastián. Diego Lerman firma una película que penetra como un estilete en la mente de María Teresa (Julieta Zylberberg), una profesora de 23 años en un instituto reservado para la elite que encuentra en la aplicación a rajatabla de la disciplina la forma de canalizar su frustración sexual. Su amor, entre lo platónico y lo erótico, de un alumno y su peligrosa amistad con un preceptor del colegio marcadamente fascista son los elementos de un drama rodado de forma exquisita que mantiene al espectador en continua tensión aunque la película aparentemente tenga un ritmo lento. Basada en la novela de Martín Kohan Ciencias morales, ganadora del premio Herralde, el director explica por qué un sistema político perverso acaba por corromper la vida cotidiana de todos los ciudadanos.
Pregunta.- Aunque la violencia física sólo aparece al final, La mirada invisible es una película muy violenta.
Respuesta.- Hay una violencia física e ideológica marcada por el contexto histórico. Las pautas son aplicadas a rajatabla. Cuando estaba escribiendo la adaptación de la novela, junto a María Meira, hicimos una investigación sobre el colegio entre ex alumnos y preceptores. Encontramos una cosa muy curiosa, un Manual del subversivo, librito escrito por los militares en el que están descritas de manera tan detallada las normas de disciplina que es atroz. Hay tal grado de detalle como explicar cómo hay que formar una fila y doblar una esquina o el largo pelo.
P.- Esa violencia también está relacionada con las emociones turbulentas de la omnipresente protagonista.
R.-Pretendía aferrarme a un punto de vista y no moverme de allí. Se percibe el mundo a través de este personaje. Mas allá de la trama, la época, o ese colegio de elite que es como un microcosmos nacional, lo que me gustó de la novela es ese lugar subjetivo desde el que se accede a la Historia con mayúsculas. Hay quien ha visto como un defecto que los alumnos, por ejemplo, apenas tuvieran identidad pero es cómo los percibe ella. La película se aferra a sus sensaciones y una cosa que me gusta de ella es que sea tan extrema, eso la hace más atractiva.
P.-La represión de la dictadura se concretiza en la represión sexual y emocional del personaje.
R.-Hay también una gran soledad... La intención es explicar lo general a través de lo particular. Lo veo cómo describir una célula, la protagonista, para acabar viendo cómo es el cuerpo humano, la sociedad argentina de la época. Lo curioso es que el totalitarismo no sólo surge cuando hay fascismo o una dictadura militar. He viajado con la película a países muy lejanos como Túnez, Armenia o Japón y mucha gente se sentía indetificada con ese liceo de Buenos Aires, me decían cómo les recordaba a su propio colegio. Los totalitarismos, sean donde sean, se repiten y generan modelos represivos muy parecidos.
P.-Hay algo en esa mujer atormentada que recuerda mucho a la Isabelle Huppert de La pianista.
R.-Me lo han dicho varias veces y me gusta porque me gusta mucho el trabajo de Haneke. Pero él rueda con mucha distancia, narra desde la frialdad. La pianista va a un extremo pero lo mira desde fuera, en cambio mi película busca ese lugar casi subjetivo, se mete en el punto de vista del personaje. Vemos cómo esa represion sexual y moral se manifiesta en su cuerpo y sólo es capaz de darle rienda suelta en el baño porque es el único lugar donde esta sola. La represión es inhumana y es como algo que hundes en el agua y lo intentas mantener allí pero en algún momento va a salir a flote.
P.-Esa represión social se manifiesta en un colegio donde la disciplina se convierte en una herramienta para la tiranía.
R.-Ese colegio aún existe pero hubo que recrearlo porque no nos dejaron rodar. Es un sitio muy atractivo porque se ha fundado con el país y muchos de los próceres de la nación han salido de allí. Es muy elitista pero es gratuito, y en Argentina es un icono de la clase dominante. El escritor de la novela, Martín Kohan, sí fue a ese colegio pero los modelos que generan estos lugares, como he dicho antes, se repiten en muchos países.
P.-Vemos cómo un sistema de gobierno corrupto e ilegítimo produce un vacío moral.
R.-Esa falsa moral lo contamina todo. Cuando existe un poder político que asesina a gente como la dictadura militar argentina toda la sociedad se resiente porque existe un desplazamiento de la ética hacia lugares muy peligrosos. Lo vemos en la figura del preceptor del colegio. En esa época salían del liceo militar y estaban muy adoctrinados. En este caso, vemos a alguien que ha participado en la parte más oscura de la represión por lo que su sentido de lo que es correcto y lo que no lo es está totalmente destrozado.
P.-La fascinación de la protagonista con uno de sus alumnos tiene ecos de Muerte en Venecia. Incluso la puesta en escena, muy estética, tiene reminiscencias de la obra del maestro italiano.
R.-Tadzio, el niño de Muerte en Venecia, fue una inspiración para crear al chico de mi película. Tenía que ser alguien en esa línea que separa la niñez de la adolescencia, cuando no está nada claro adonde pertenece. Respecto a la estética, el filme puede tener un tono onírico, casi irreal, precisamente porque se aferra a ese punto de vista de sensaciones, a su propio cuerpo
No hay comentarios:
Publicar un comentario