sábado, 6 de julio de 2013

Dos SGAE en juego...

La columna de aire

por Abel Hernández

¿Una nueva SGAE? (2): Varios jaques

En el capítulo anterior dejamos a nuestra protagonista de estas semanas en la calma tensa que precede a una gran tormenta, con el supuesto anuncio de Antonio Onetti de que abandonaba el barco descontento con la gestión de la junta directiva. Que nosotros sepamos el presidente de la Fundación Autor aún no ha cesado pero los problemas internos han seguido creciendo en la sede de Fernando VI en esta semana.

Lo último ha sido que la Comisión Nacional de la Competencia ha abierto expediente sancionador a la SGAE “por posibles prácticas restrictivas de la competencia en el ámbito de la gestión de los derechos de propiedad intelectual”, es decir: defendiendo los intereses de los once socios que se están lucrando de manera notable como intermediaros entre las televisiones y otros músicos. Algunos de los denunciantes a la Comisión habrían dado de alta desde 2005 más de 25000 títulos recaudando más de 25 millones de euros. Es notable que la infracción por la que se expendienta a la SGAE consiste en un “abuso de su posición de dominio en el mercado de gestión de derechos de reproducción y comunicación pública”. Si esto no puede sentar precedente para otros casos, ya me dirán.

La peleona Asamblea General de Socios del pasado 20 de junio, (recomendamos leer la interesante crónica del guionista Natxo López, testigo de tal berlanguiana reunión) y sus preliminares y consecuencias arrojan datos para varias lecturas.

Parece evidente que traducen dos problemas muy graves. Uno es la inestabilidad debida a la virulencia de los enfrentamientos internos, los juegos de tronos que amenazan con devorar desde dentro a la institución. Los socios poderosos se enfrentan unos con otros por sus intereses particulares mientras la SGAE va perdiendo respaldo por parte del resto de afiliados y la ciudadanía abuchea. El otro, los problemas económicos derivados de la red especulativa Arteria montada durante la etapa Bautista y cuya deuda y costes de desinversión están asfixiando a la sociedad de gestión. A ellos se suman ahora los que son fruto del hundimiento de la demanda cultural y la supresión del canon digital.

Ambas cosas deben ser resueltas o al menos mitigadas cuanto antes si la SGAE quiere sobrevivir. Si no, parece fácil pensar que la bacanal acabe en canibalismo, Saturno devorando a sus hijos y todo eso. Ahora bien, a nuestro entender, no menos graves resultan dos asuntos que encontramos al irnos por ramas o cerros de Úbeda, generalidades que encierran estas particularidades.

De partida, el que sigue siendo el gran tema pendiente: la incuestionable falta de democracia interna. El número de socios con derecho a voto se duplicó (algo más) tras las detenciones de julio de 2011. Fue sólo un parche: el sistema desigual de atribución de poder de decisión interna según facturación (quién más factura, más capacidad de votos tiene) sigue garantizando un funcionamiento de falsa democracia por el cual se perpetúa el clamoroso predominio de la capacidad de decisión de los editores y de algunos autores o intermediarios.

Mientras la situación de sufragio restringido y el sistema electoral propio de un sindicato vertical franquista y no de una asamblea, no cambie drásticamente, la SGAE seguirá pareciendo un club privado donde hacen dinero unos cuantos. Pero al margen de la imagen que dé al exterior, tal clase de formato “aristocrático”, facilitará la esclerosis de la institución y dificultará cualquier movimiento destinado a cambiar el status quo dentro de la misma. La ausencia de democracia interna provoca que el margen de cambio siga dependiendo de los que menos interés tienen en que nada cambie. El extraño caso de los once socios, las presiones internas y externas que están arrinconando al mismo presidente de la SGAE con posterioridad a que éste tirara de la manta para proteger los intereses de otros socios que salían perjudicados, no dejan de ser elocuentes en cuanto a la capacidad de intervención de esos afiliados más poderosos y “supernumerarios”.

Posiblemente sólo mediante una completa regeneración democrática acaben las luchas intestinas. El problema es que tal operación no parece posible desde dentro del cuerpo. Acaso sólo un cambio en la legislación o presiones como la actual de la Comisión Nacional de la Competencia puedan ayudar a dar la vuelta a esto.

De la mano de lo anterior vienen los asuntos de la transparencia y de la comunicación con la ciudadanía. Los que fueran caballos de batalla de la actual junta directiva en el proceso de llegar al cargo y en las afirmaciones nada más lograrlo, siguen sin verse. Resulta indudable que la oscuridad absoluta de los tiempos de Eduardo Bautista ha pasado a mejor vida y que con la nueva junta algo se ha mejorado, pero queda demasiado por hacer. La comunicación de la “nueva SGAE”, quitando alguna declaración y alguna entrevista de Reixa (presidente mucho más abierto a lo público, es cierto), sigue estando destinada a los socios que piensan como siempre han pensado los socios. Esto sería lógico en cualquier institución privada que no tuviera la necesidad de dar explicaciones. Pero, tras tantos años de encanallar sin remedio su imagen y la de músicos y otros creadores ante la sociedad española mediante prácticas impopulares hasta lo suicida, y tras ese fin de fiesta que fuera el colosal escándalo judicial de la SGAE de Bautista, era de esperar una nueva manera de relacionarse con la calle, una pedagogía sobre qué es la SGAE, en qué consisten sus funciones y cuál es su posición bien explicada con respecto de los numerosos temas candentes en cuanto a la mal llamada propiedad intelectual.

Mientras tanto, el colectivo de los autores, y por extensión el de músicos, sigue siendo uno de los más detestados por la sociedad (y subiendo), esa misma sociedad con la que los músicos y demás creadores aspiramos precisamente a compartir nuestra obra.

Así, en el caso de la supresión del canon digital por parte del gobierno de Rajoy (se reguló la compensación fija a los socios de la SGAE por copia privada rebajándola de 115 a 5 millones de euros, sacados directamente de los presupuestos generales del Estado), a lo más que ha llegado la actual SGAE ha sido a la denuncia de que la industria de las telecomunicaciones “se ha ido de rositas” (Reixa) ya que, no sólo no se ha hecho cargo del canon, sino que ni siquiera ha repercutido positivamente la supresión de éste bajando los precios de los productos. El empeño que mostraba en la campaña por la presidencia por que las telecos fueran quienes pagaran derechos en lugar de los usuarios parece haberse quedado en un pataleo. Hace tan solo unos días, Reixa mostró públicamente el rechazo a la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual que prepara el Gobierno (posiblemente llegará al parlamento a finales de año) y que, entre otras cosas, controlará más las actividades de las entidades de gestión de derechos. Pero sin llegar a explicar claramente por qué. Es vital relacionarse de manera mucho más clara, lo que puede requerir salir de los despachos y debatir, posiblemente aguantar insultos, dar la cara e incluso realizar campañas informativas, debates abiertos, aunque cueste.

Tras el desmantelamiento de la vieja SGAE, ésta no parece haber hecho ni siquiera una profunda autocrítica pública ni un atisbo de desactivación de las prácticas más insidiosas de recaudación. Tampoco ayudan insensatas declaraciones contra la banda ancha que enmascaran el odio contra Internet.

Son muchos los asuntos pendientes. Por ejemplo, es inaplazable (ya que se intuye como mar de fondo del descrédito sin techo de la sociedad española y del descontento de parte de colectivo de músicos y de socios de la SGAE) una comunicación pública que abra el debate interno y social sobre la autoría y sus derechos, hoy por hoy entendidos exclusivamente en términos de propiedad intelectual y sus contratos únicamente como copyright. La encrucijada de los autores con deseo de ejercer su derecho de dar licencia Creative Commons a sus obras sigue sin resolverse y la SGAE sigue recaudando derechos que las mismas generan, lo quiera uno o no, pero no permite al autor liberar determinadas opciones de uso.

Pero no es cuestión de lavar la imagen. Es cuestión de limpiar de verdad la casa, tirando tabiques y tapias y ampliando su estructura si es preciso. Sólo así sobrevivirá la SGAE. Es cuestión de sostener un diálogo para comprender cómo han cambiado las cosas y cómo la gestión de los derechos de autor debe cambiar también. Y no resulta menos urgente que resolver los problemas económicos causados por las distintas operaciones especulativas de la era anterior, el justificar ante la ciudadanía, (o sea el público, ¿recuerdan?) de dónde procede ese lucro acumulado ahora convertido en deuda. Aunque, bueno, es precisamente por airear cuentas y operaciones de algunos “supernumerarios” por lo que Reixa se ha encontrado con el ataque en el que ahora está metido. En este punto volvemos a lo de la necesidad de democracia interna y así sucesivamente.

No sé si será una barbaridad pero este cada vez más perplejo socio n° 78.891 tiene la sensación de que o bien la SGAE busca el amparo y entendimiento de la sociedad española y del conjunto de sus socios hasta el más insignificante, o le queda poco tiempo hasta que uno de los jaques acabe en mate. Porque, pese a lo que pueda parecer en los despachos de Fernando VI o de las editoriales o intermediarios de los derechos de autor, no es a Reixa sino a la SGAE a quien se le está acabando el aire. Al contrario que en los mapas antiguos, aquí faltan dragones y su fuego purificador. Quizá estén a punto de precipitarse desde el cielo.

No hay comentarios: