"Cambio de era": el regreso de Piqué
El martes día 17 Josep Piqué escenificará en el Club Financiero Génova de Madrid su regreso a la política activa con la presentación de su ensayo “Cambio de Era” (editorial Deusto). El que fuera ministro de Ciencia y Tecnología, Industria y Energía, Portavoz del Gobierno y de Asuntos Exteriores con José María Aznar, ha dejado la presidencia de Vueling -brillante gestión la suya- y del Círculo de Economía de Barcelona. Si en la compañía de transporte aéreo, Piqué demostró sus dotes de gestor, en el lobby empresarial barcelonés ha sabido construirse un liderazgo social, especialmente difícil dada la situación política en Cataluña. Cumplida esa etapa en la sociedad civil y en la gestión privada parece regresarle la pulsión por la política que manifiesta en el ensayo, breve pero contundente, que se distribuirá de inmediato.
He tenido oportunidad de leerlo. Y es un texto muy estimable porque el autor demuestra haber asimilado muchas experiencias y numerosísimas e interesantes lecturas. Con una prosa eficaz aunque no pulida, Pique explica cómo los poderes se desplazan del Norte al Sur y del Oeste al Este, activado el desplazamiento por las evoluciones demográfica y tecnológica. La conexión de estos movimientos con la globalización la asocia el autor con la movilidad -volar es ahora una commodity- y con la virtualidad, por eso Facebook, escribe, si fuese un Estado, sería, el más poblado después de China e India. En ese contexto, para Pique, el nacionalismo se queda obsoleto y “se cura viajando” y recuerda intencionalmente a Miterrand cuando sostuvo en un discurso en el Parlamento Europeo que “Le nationalisme c´est la guerre”.
Piqué dice que la crisis española es de autoestima colectiva y se agrava por nuestro problema de cohesión nacional “que mantiene una correlación directa, con signos opuestos, entre la fortaleza o la debilidad del conjunto -España- y la reivindicación de las partes, sobre todo CataluñaEl relato de Piqué deja traslucir a un hombre de convicciones liberal-conservadoras muy holgadas que le permiten alabar el papel de Juan Pablo II, Margaret Thatcher o Reagan en la defunción de la guerra fría y la caída del Muro, sin olvidar a figuras de la socialdemocracia que considera claves como el alemán Helmunt Schmidt. Sin complejos, Piqué afirma que “Occidente gana la guerra fría porque su progresividad tecnológica, su claramente mayor eficiencia productiva, su capacidad para generar prosperidad y distribuirla mejor, llevan literalmente al colapso de las economías planificadas centralmente”. Pique viaja por las “potencias globales” (la nueva bipolaridad EE UU-China) y por las “potencias regionales” (Brasil, Canadá…), haciendo un “exordio” sobre España. Para Piqué, la historia reciente de nuestro país “ha sido un éxito” que hace arrancar del plan de estabilización de 1959.
Pero antes de aterrizar con incisión sobre la realidad española, el exministro analiza -quizás la parte más brillante de su ensayo- la naturaleza de la crisis de Europa que es la del euro. Es, dice, una crisis “política, institucional y de claras dificultades de gobernanza”. De esa crisis pendería la española que es de autoestima colectiva que se agrava por nuestro problema de cohesión nacional “que mantiene una correlación directa, con signos opuestos, entre la fortaleza o la debilidad del conjunto -España- y la reivindicación de las partes, sobre todo Cataluña, puesto que a pesar de ETA y de sus trágicas consecuencias (…) es mucho más expresiva del problema de cohesión que el propio País Vasco”. Es muy difícil discrepar -y como vasco entiendo especialmente la afirmación de Piqué- con ese principio según el cual históricamente Cataluña siempre ha sido -por contrapunto y diferenciación con la castellanía- la gran debilidad de España como conjunto. Acaso porque no hemos querido advertir que hay una España castellana y una España catalana.
Piqué regresa -los apuntes anteriores lo demuestran palmariamente- con un espíritu plenamente reformista; lúcido sobre el problema nacional de España y el papel que Cataluña desempeña en élSea como fuere, Piqué, en el ámbito ideológico en el que se mueve con sus contundentes antecedentes de compromiso político, es muy claro: “Estamos al final de un ciclo”. Y propugna que el éxito de Transición no nos impida reconocer que “hay que apuntar hacia una nueva etapa”. El ex ministro apela al sentido de la proporción cuando cuantifica en ocho las constituciones que desde 1812 hemos derogado abruptamente y reclama la reforma de la actual para enganchar emocionalmente al futuro a toda esa enorme masa ciudadana que, ahora por debajo de los 57 años, no pudo votarla. Para Pique nuestro problema es “político, institucional y social” y muchos españoles han perdido el “vínculo afectivo” con la Transición haciéndose necesario “un cambio profundo del sistema”. Más optimista en lo económico, no lo es en otros aspectos porque se ha producido una pérdida de “prestigio y arraigo de las instituciones públicas”. Propugna “repensar” nuestro sistema político para evitar la italianización y niega cualquier virtud a la “inacción o la indiferencia” que detecta.
Piqué regresa -los apuntes anteriores lo demuestran palmariamente- con un espíritu plenamente reformista; lúcido sobre el problema nacional de España y el papel que Cataluña desempeña en él; acertado en el análisis de lo que nos sucede que encuadra bien en la crisis europea que es la más grave de cuantas existen ahora en todas las regiones del mundo desarrollado y emergente.
No es posible -al menos no hay datos objetivos para afirmarlo- si este puede ser un discurso que remueva el anquilosamiento en el que Rajoy, su Gobierno y la dirección del PP han instalado su discurso y su gestión, pero tanto si lo fuera como si no, el aldabonazo de Josep Piqué y su propia figura y lo que representa en el conjunto de España y específicamente en Cataluña son importantes. El centro-derecha español no tiene tanto banquillo -si es que tiene alguno en este momento-como para dejar caer en el olvido o amortizar el discurso y la personalidad de Piqué. Un hombre, además, que asume su colaboración con Aznar, intensa, prolongada y leal, combinándola con un visión del futuro sin rémoras ni complejos.
He tenido oportunidad de leerlo. Y es un texto muy estimable porque el autor demuestra haber asimilado muchas experiencias y numerosísimas e interesantes lecturas. Con una prosa eficaz aunque no pulida, Pique explica cómo los poderes se desplazan del Norte al Sur y del Oeste al Este, activado el desplazamiento por las evoluciones demográfica y tecnológica. La conexión de estos movimientos con la globalización la asocia el autor con la movilidad -volar es ahora una commodity- y con la virtualidad, por eso Facebook, escribe, si fuese un Estado, sería, el más poblado después de China e India. En ese contexto, para Pique, el nacionalismo se queda obsoleto y “se cura viajando” y recuerda intencionalmente a Miterrand cuando sostuvo en un discurso en el Parlamento Europeo que “Le nationalisme c´est la guerre”.
Piqué dice que la crisis española es de autoestima colectiva y se agrava por nuestro problema de cohesión nacional “que mantiene una correlación directa, con signos opuestos, entre la fortaleza o la debilidad del conjunto -España- y la reivindicación de las partes, sobre todo CataluñaEl relato de Piqué deja traslucir a un hombre de convicciones liberal-conservadoras muy holgadas que le permiten alabar el papel de Juan Pablo II, Margaret Thatcher o Reagan en la defunción de la guerra fría y la caída del Muro, sin olvidar a figuras de la socialdemocracia que considera claves como el alemán Helmunt Schmidt. Sin complejos, Piqué afirma que “Occidente gana la guerra fría porque su progresividad tecnológica, su claramente mayor eficiencia productiva, su capacidad para generar prosperidad y distribuirla mejor, llevan literalmente al colapso de las economías planificadas centralmente”. Pique viaja por las “potencias globales” (la nueva bipolaridad EE UU-China) y por las “potencias regionales” (Brasil, Canadá…), haciendo un “exordio” sobre España. Para Piqué, la historia reciente de nuestro país “ha sido un éxito” que hace arrancar del plan de estabilización de 1959.
Pero antes de aterrizar con incisión sobre la realidad española, el exministro analiza -quizás la parte más brillante de su ensayo- la naturaleza de la crisis de Europa que es la del euro. Es, dice, una crisis “política, institucional y de claras dificultades de gobernanza”. De esa crisis pendería la española que es de autoestima colectiva que se agrava por nuestro problema de cohesión nacional “que mantiene una correlación directa, con signos opuestos, entre la fortaleza o la debilidad del conjunto -España- y la reivindicación de las partes, sobre todo Cataluña, puesto que a pesar de ETA y de sus trágicas consecuencias (…) es mucho más expresiva del problema de cohesión que el propio País Vasco”. Es muy difícil discrepar -y como vasco entiendo especialmente la afirmación de Piqué- con ese principio según el cual históricamente Cataluña siempre ha sido -por contrapunto y diferenciación con la castellanía- la gran debilidad de España como conjunto. Acaso porque no hemos querido advertir que hay una España castellana y una España catalana.
Piqué regresa -los apuntes anteriores lo demuestran palmariamente- con un espíritu plenamente reformista; lúcido sobre el problema nacional de España y el papel que Cataluña desempeña en élSea como fuere, Piqué, en el ámbito ideológico en el que se mueve con sus contundentes antecedentes de compromiso político, es muy claro: “Estamos al final de un ciclo”. Y propugna que el éxito de Transición no nos impida reconocer que “hay que apuntar hacia una nueva etapa”. El ex ministro apela al sentido de la proporción cuando cuantifica en ocho las constituciones que desde 1812 hemos derogado abruptamente y reclama la reforma de la actual para enganchar emocionalmente al futuro a toda esa enorme masa ciudadana que, ahora por debajo de los 57 años, no pudo votarla. Para Pique nuestro problema es “político, institucional y social” y muchos españoles han perdido el “vínculo afectivo” con la Transición haciéndose necesario “un cambio profundo del sistema”. Más optimista en lo económico, no lo es en otros aspectos porque se ha producido una pérdida de “prestigio y arraigo de las instituciones públicas”. Propugna “repensar” nuestro sistema político para evitar la italianización y niega cualquier virtud a la “inacción o la indiferencia” que detecta.
Piqué regresa -los apuntes anteriores lo demuestran palmariamente- con un espíritu plenamente reformista; lúcido sobre el problema nacional de España y el papel que Cataluña desempeña en él; acertado en el análisis de lo que nos sucede que encuadra bien en la crisis europea que es la más grave de cuantas existen ahora en todas las regiones del mundo desarrollado y emergente.
No es posible -al menos no hay datos objetivos para afirmarlo- si este puede ser un discurso que remueva el anquilosamiento en el que Rajoy, su Gobierno y la dirección del PP han instalado su discurso y su gestión, pero tanto si lo fuera como si no, el aldabonazo de Josep Piqué y su propia figura y lo que representa en el conjunto de España y específicamente en Cataluña son importantes. El centro-derecha español no tiene tanto banquillo -si es que tiene alguno en este momento-como para dejar caer en el olvido o amortizar el discurso y la personalidad de Piqué. Un hombre, además, que asume su colaboración con Aznar, intensa, prolongada y leal, combinándola con un visión del futuro sin rémoras ni complejos.
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