La geopolítica del poder blando
ÁLEX RODRÍGUEZ
El Tratado de Letrán (1929) redujo la Santa Sede a la Ciudad del Vaticano: solo 44 hectáreas, con apenas mil habitantes y 450 ciudadanos repartidos por las nunciaturas de todo el mundo. Pero el brazo político del Vaticano, conocido como la Santa Sede, es mucho más. Se ha convertido en una organización transnacional tan importante que ningún Estado puede permitirse el lujo de ignorarla. Solo quedan siete naciones que no han establecido relaciones diplomáticas plenas con ella: Afganistán, Bután, China, Corea del Norte, Omán, Arabia Saudí y la pequeña isla-nación de Tuvalu (Casanova).
VANGUARDIA DOSSIER analiza la geopolítica de la Santa Sede, un poder blando que con la elección del cardenal polaco Karol Wojtyla como pontífice contribuyó a la caída del comunismo en los países del este de Europa pero no logró que el viejo continente aludiera a sus raíces cristianas en su Constitución (Cadiot). Si la elección de Wojtyla fue una apuesta geopolítica, no lo ha sido menos la del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como papa Francisco. No es casual que el primer pontífice no europeo sea de América Latina. La Santa Sede no puede perder “el continente de la esperanza” (Kourliandsky).
El Vaticano es el inventor de la diplomacia moderna (Lebec). Ahora se enfrenta a tres retos: la resistencia de las culturas nacionales a la influencia de la Iglesia católica, la penetración del individualismo en el cristianismo y el vigor del islam (Chauprade). El primero es apreciable entre asiáticos y ortodoxos. China es un claro ejemplo: no hay libertad religiosa y los católicos viven su fe en la clandestinidad. Sin embargo, y más allá de los desafíos políticos, la lógica de un acercamiento entre China y el Vaticano constituye un reto de la civilización (Lincot). Comparten ya alguna cuestión: la organización de la Iglesia y el Partido Comunista de China son similares (Hanson).
En el continente de la esperanza está el segundo reto: la Iglesia pierde fieles a costa de las iglesias evangélicas y pentecostalistas llegadas de Estados Unidos. Paradoja: son ya una cuarta parte de los estadounidenses los que se identifican como católicos y son los que aportan más apoyo financiero al Vaticano (Gillis).
Si los dineros causaron numerosos quebraderos de cabeza a la Santa Sede en el siglo XX, éstos no han desaparecido en el XXI. Las finanzas están siendo supervisadas para evitar el blanqueo de dinero y la financiación del terrorismo. Incluso hay quien aventura la posibilidad de que el papa Francisco clausure el Instituto para las Obras de la Religión (IOR), la banca vaticana (Pollard). Solucionado hace 20 años el problema de su relación con Israel (Beilin), la diplomacia vaticana se enfrenta a un tercer desafío: intentar reconstruir una solidaridad islamocristiana y fortalecer los vínculos entre el islam y Occidente, porque lo contrario sería un desastre para ambas partes (Bitar).
Todo ello como el poder blando que nació con el Tratado de Letrán y que, ahora hace 50 años, dio con la encíclica Pacem in Terris de Juan XXIII el primer paso en el camino de la vieja a la nueva geopolítica de la Santa Sede (Scott).
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