"Tengo 83 años y busco trabajo"
Está en paro. Necesita trabajar. Busca piso. Abandona el apartamento donde ha leído la mayor parte de su vida, en la parte noble de Madrid. Allí comieron los escritores latinoamericanos que hicieron boom. Quiere legar su inmensa biblioteca a quien no la olvide en un trastero. Entiende ahora, con muchos años de retraso, lo que le pedía aquel traductor del Ulises. “Mario, dame trabajo, dame algo para traducir”. Necesitaba ingresos. Era su drama, el mismo por el que atraviesa Mario en estos momentos, como si de un cuento deDickens se tratara. Él, Mario Muchnik, uno de los grandes editores independientes de este país, con su editorial varada desde 2008 por un pago inesperado. Una operación delicada, un hospital muy caro. La vida o la muerte; eligió la muerte del editor y la vida del hombre. Qué remedio.
Lo que tenía en la caja para los próximos tres libros se fue en médicos. “Las cosas se pusieron mal para el mundo y para mí en 2008”. Se frota las manos y se abate en tristeza. Una larga conversación antes del homenaje que le ofrece la Casa de América por su trayectoria de cuatro décadas devuelve la imagen de un editor decepcionado. Conversador insaciable de vida infinita, sólo interrumpe su paseo por los recuerdos para responder a la demanda del Sintron. “Tragicomedia”, dice para definir su momento. “Tengo 83 años y busco trabajo”.
Los editores condenados
La culpa es de los editores que publican demasiado, repite como leitmotivdesde que llegó al mundo de la edición por tradición familiar, con los Seix, a los que se había asociado su padre, Jacobo Muchnik. Ahora llegaremos a esa parte de su memoria. Antes aclara que cuando habla de “editores” se refiere a los dueños de las grandes empresas. Esos monstruos que no quieren apearse de sus beneficios aunque el mercado caiga en picado cada año. Los editores que trabajan para ese monstruo “están condenados”. Así, sin más. En esos términos, en esas grandes empresas, el editor no es más que una especie en extinción. Un elemento superfluo, avasallado por el marketing.
Mario es un editor pyme. Un tamaño que publica sólo lo que le permite leer y descubrir, ser y estar cerca de los pasos de un nuevo escritor. Un editor que nunca ha encajado en los planes de los grandes, ni con los Seix ni con Anaya. ¿Era un ingenuo por creer que la artesanía puede hacerse en cadena y no salir malherido?
Los traspiés aparecen cuando menos lo esperas. Una reunión con los distribuidores de los libros de la gran editorial. El gerente interrumpe con prisas. Le pregunta si tiene el libro de un albanés. Se refería a Ismail Kadaré. “Sí. Está previsto para después del verano”. “¿Y no podríamos sacarlo la semana que viene?”. “Hay que traducirlo”. “¿Y no se puede hacer de aquí a la semana que viene?”. Eran “bestias”.
Errores y erratas
Pero esas no son las lesiones que se olvidan o se esconden. Aquellos son recuerdos de rabia y dolor, pero no duelen tanto como los errores propios. Ese dichoso libro de un argentino –no da el nombre– que en la primera página ha perdido una preposición. Una frase coja, un libro fallido. Grabadito en el orgullo desde finales de los setenta. Quién puede quedar indemne después de dar a luz quinientos libros. Muchos hijos para soñar con una vida serena. “Yo he cometido errores. He publicado libros que no han vendido. He dejado de publicar libros que después se vendieron mucho. He perdido editoriales. Hablo porque puedo. Porque sufro mis errores y mis erratas”.
Sus aciertos: Jorge Guillén, Susan Sontag, Cortázar, Isaiah Berlin, son sólo algunos. Sus encuentros: con los Lara siempre pide langosta y vino caro, “son fuertes, astutos y hábiles, y nunca me mintieron”. Con Giulio Einaudi, su maestro, la referencia. “Decía que yo era el mejor editor de España”. ConCarlos Barral, que “era un despelote, un descuidado, pero nadie sabía cuidar las ediciones como él”. Con Toni Lamadrid, una admiración absoluta. Y el sabor agridulce de los veteranos, Jorge Herralde y Beatriz de Moura, de quienes habla con cariño, aunque sin olvidar cómo era su trabajo antes y cómo es ahora.
Uno entre un millón
“¿Qué echo en falta en la edición? La discriminación entre lo que es basura y lo que es menos basura. Lo bueno es muy escaso. No he leído ni leeré aRoberto Bolaño. Sí, ya sé, dicen que es muy bueno. ¡Pero es uno! Si Herralde publica 80 al año, ¿qué hacemos con el resto?”. Entiende la estrategia, no la comparte. Cuantos más décimos de lotería compres, más posibilidades de premio. “Antes apostabas por ocho y los ocho eran buenos. Eso ya no será más”. Ahora la edición es cosa de ocupación, una guerra de volumen. Al menos, una parte de la edición. No hay que dejarse arrastrar por la decepción descabalgada de quien reconoce que su oficio se ha vuelto una cosa profundamente antipática para él.
Los jóvenes ya no van a preguntarle. Han escarmentado. Llegaban a esta casa soleada, con un inmenso balcón acristalado, traían sus ilusiones bajo el brazo para triunfar como editores y Muchnik les preguntaba si habían buscado un buen distribuidor para sus libros, de dónde sacarían el dinero… Nada de ahorros, socios capitalistas. Y mucho estómago. “Todo se hace sobre el cadáver de alguien. Y en especial mi cadáver”.
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