Eurovegas se ha esfumado. Más de dos años de trabajo tirados a la basura y casi cinco desde que Sheldon Adelson visitó por primera vez Madrid al olor de oportunidades. Al final, el dorado del juego que debía levantarse en el Distrito Norte de Alcorcón ha pasado de largo sobre los doce millones de metros cuadrados comprometidos para el proyecto. Sin casinos no habrá desarrollo para el suelo. La iniciativa de Las Vegas Sands era el catalizadoral que se habían agarrado los propietarios para sacar adelante unos activos que después del boom inmobiliario han quedado inútiles. La reclasificación de rústico a urbanizable aprobada por el municipio para la causa fue tumbada el año pasado por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid y es ahora el Tribunal Supremo quien tiene la última palabra.
En cualquier caso, el frente judicial ya no es un problema. Al menos, no para que Las Vegas Sands se instale en Madrid. El comunicado del viernes por la mañana dejó a todo el mundo con el paso cambiado. Hasta este verano, cuando el secretario de Estado de Comercio, Jaime García Legaz, ya trabajaba entre bambalinas, todas las partes estaban convencidas de que el proyecto saldría adelante. Los propietarios de suelo también. No en vano, el hecho de que el Gobierno apartara a la Comunidad de Madrid como interlocutor fue recibido con optimismo. La operación se estaba dilatando demasiado en el tiempo y era necesario darle un impulso ejecutivo que agilizara el lento desarrollo administrativo, fruto de las exigencias requeridas por el magnate estadounidense.
Adelson estiró demasiado sus condiciones. Lo de fumar era casi lo más accesorio. Exigía garantías sobre las condiciones fiscales especiales en caso de cambio de partido político en el poder. Además, pretendía ser indemnizado siempre que la Administración incumpliera en tiempo y forma, más allá de que la financiación de la primera fase del proyecto estuviera todavía por concretarse. Más que un problema de dinero, sugieren algunos de los promotores, "se ha pasado el arroz". España ya no necesita ser rescatada y menos aún por el oro del juego. El Gobierno ha preferido dejar pasar este tren, con cierto coste de opinión pública y de oposición política, convencido de que la senda de la recuperación está más cerca. Como dijo Emilio Botínel dinero llega ya por todas partes.
Todos esperaban a Las Vegas Sands
Más allá de las derivadas políticas, los perdedores de este sainete son los propietarios del suelo. Algunas grandes familias, como los González, o promotores como Metrovacesa pierden la opción de dar salida, con una sola operación, a tantos millones de metros cuadrados. "Es un buen suelo, pero es difícil desarrollar todo de golpe". Durante estos años, el mercado de compraventa de suelo ha sido escaso. Todo el mundo prefirió esperar a que se materializara el proyecto de Las Vegas Sands, tan sólo algunos bancos adquirieron suelo como daciones en pago de deudas en mora. La verdadera especulación inmobiliaria giró durante algún tiempo alrededor de otros pueblos de la periferia de la capital que también se ofrecieron como sedes para el complejo de Sheldon Adelson.
Para algunos, Madrid ha perdido una oportunidad única para generar riqueza. Para otros, se ha evitado un modelo pernicioso de creación de empleo. Entre medias, cinco años de idas y venidas, desde que Sheldon Adelson visitó el deficitario Parque Warner levantado en San Martín de la Vega, donde tuvo la idea por primera vez de invertir en España. Hasta el plantón del pasado viernes, la posibilidad de que el magnate convirtiera a la capital en el nuevo templo del juego para esta parte del mundo era una realidad, aunque con pies de barro. El paso del tiempo ha hecho caducar todas las opciones. Y mucho más tendrá que pasar para que los doce millones de metros cuadrados tengan desarrollo a futuro, por más que el sector logístico e industrial empiece a reactivarse.
Visto lo ocurrido con Eurovegas, parece que España sólo es tierra fértil para urbanizaciones de todo tipo. Durante los últimos años de la burbuja, distintas multinacionales del ocio adulto habían elegido inhóspitos secarrales de la Península para promover majestuosas ciudades del juego. Acudían al reclamo de intrépidos promotores locales que en aquellos años dorados del ladrillo soñaban con adornar inmensos terrenos rústicos con desarrollos residenciales y de ocio gracias al gancho del juego. Primero fue El Reino de Don Quijote, en la provincia de Ciudad Real, de cuyo sueño ahora sólo queda un aeropuerto infrautilizado. El segundo tuvo por destino el desierto aragonés de Los Monegros, que murió de sed antes de ver el primer euro. Esta vez, ni a la tercera fue la vencida.