Frank Gehry, el Lehendakari del titanio
Querido Frank Gehry, mago del museo postmilenario, todopoderoso interventor de nuestro hábitat urbano, altísimo ordenador de las riberas, supremo decano de la arquitectura del espectáculo, espíritu indomable por las modas, aclamado renovador del paisaje incapacitado para la sutilidad, fiel cumplidor de los presupuestos sin suplementos, octogenario enemigo de la impoluta caja blanca, salvador de los ciudadanos asfixiados por la grisura depresión postindustrial, ejecutor de los sueños de Thomas Krens, director de la Fundación Solomon R. Guggenheim, que inventó el museo-reclamo para confirmar que el arte por sí mismo no se financiaría jamás a menos que se convirtiese en una chuchería turística, querido Frank Gehry, Lehendakari del titanio, gracias a sus caprichosas curvas una ciudad despertó de la derrota y animó a un país errante a replicar la fórmula por la costa y el interior, usted, oh ser superior, inauguró la nueva fiebre del oro en Valencia, Zaragoza, Madrid, Barcelona, Santiago o León, a las que llegaron otros astros del firmamento arquitectónico, aunque a usted le parezcan “pura mierda” en un 98%, para levantar monumentales obras en honor al falso milagro españoly vestir al emperador con nada.
Han pasado 17 años desde la inauguración de la comercialización de la arquitectura como espectáculo, del arte como adorno del edificio, y casi dos décadas después del esplendor del desfalco español ha regresado a un país que le premia, aunque ya no busca oro, sino que se conforma con un trabajo zarrapastroso y llegar a fin de mes. Conoció la España deprimida y vuelve a la España harta, esa misma que está hasta las narices del derroche político de las arcas públicas, utilizadas para pasar como faraones del servicio público mientras esconden la democracia en una cuenta en B. Han sido muchos años y muy lentos, pero han pasado y durante este tiempo se han descubierto tantos pasteles de mierda, que no es consciente de haber regresado a un país que ha aprendido a preguntar y a molestar, a cuestionar los jolgorios y las alharacas, a censurar los despilfarros y a priorizar sus necesidades. El Hotel Reconquista no es ese país, pero en él ha mostrado cómo se dibujan las líneas maestras del monumento al ególatra: el puño levantado y el dedo anular empalmado. Cuánto miedo a la pregunta del traje del emperador.
Querido señor Gehry, debemos agradecerle su nítido homenaje a la libertad de pensamiento y expresión porque confirma que los premios, cuando no están pactados, están sobrevalorados, y que los micrófonos y las fotos con peineta están bien donde están, en la calle.
“No hagan preguntas estúpidas como ésa”, dice. Porque todo el mundo debe saber, según indica, que a pesar de la amplia mayoría de “pura mierda”, “de vez en cuando hay una pequeña cantidad de personas que hace algo especial”. “Son muy pocos, pero déjenos en paz”. Está el Partenón de Atenas y el Guggenheim de Bilbao, por lo que dice. Fidias y usted. PeroFidias es poca cosa frente a usted, al que Bilbao le debe todo: “Recuerdo que en Bilbao la gente sacaba el título en la universidad y se iba. Nadie quería vivir ahí. Era una ciudad triste. La industria del acero estaba en declive, todo el mundo perdía su trabajo”. Hasta que llegó usted, Lehendakari del titanio, y devolvió la felicidad a los bilbaínos, que le adoran por todo lo que hizo por ellos, le paran cuando le ven por la calle, levantan estatuas ecuestres en todos los parques y montes en su honor, porque gracias a su edificio, ¡a su generosidad!, abandonaron el siglo XIX y descubrieron la quinta esencia del Estado de bienestar. Por desgracia, la fórmula Bilbao que le dio la fama no volvió a funcionarle nunca más. Muchas gracias querido Frank Gehry por haberse desvelado, por retratar todo lo que significan usted y estos premios, por mostrar que allá, en los pueblos civilizados, también hay peinetas. No se guarde nunca las manos en los bolsillos.
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