Caparrós: "La causa del hambre no es la pobreza sino la acumulación de riqueza"
El periodista, narrador y ensayista argentino, autor de un demoledor libro sobre la escasez de alimentos, participó como invitado en el II Encuentro de la Alianza contra el Hambre y la Malnutrición en el paraninfo de la Universidad de Oviedo
MARTES 21 DE ABRIL DE 2015
"¡Qué laburo!". Cuenta Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) que así, en clave lunfarda y en voz alta, se repetía a sí mismo ese lamento ("¡qué trabajo!") durante la escritura de El hambre, "el libro que más me costó de los treinta que llevo escritos". Porque, según afirma el periodista, narrador y ensayista argentino, no le resultó fácil "dar un sentido elocuente" y evitar "pornografía de la miseria" a la hora de escribir sobre "la mayor vergüenza y el mayor fracaso de nuestra civilización": las decisiones que "solo dependen de nuestra voluntad" y que hacen que "el 11 por ciento de la población del mundo se vaya a la cama con sensación de hambre" en un tiempo en el que "la escasez ya no es una excusa" como siempre lo fue antes.
Esa vergüenza, sus causas y sus efectos son el asunto de fondo de El hambre,y sobre todo ello habló ayer por extenso Caparrós en el Paraninfo de la Universidad de Oviedo en conversación con con el profesor de Filosofía y decano de Extensión Universitaria Vicente Domínguez, primero, y con algunos de los asistentes después, como invitado en el II Encuentro Nacional Alianza contra el Hambre y la Malnutrición.
Con la misma paleta de registros que aparecen en su libro --desde la anécdota de campo hasta el análisis geopolítico, desde el dato económico hasta la reflexión moral, Caparrós dedicó más de una hora a centrar la atención sobre "la fealdad, el asco que deberíamos tener, y el asco que deberíamos tener por no tenerlo" en relación con "aquello que conseguimos no ver con grán éxito en una sociedad en la que lo difícil es no ver" y que estamos convencidos de que "es algo que pasa a los otros". Es decir: sobre la concentración de alimentos en manos de un pequeño sector de la población mundial que además "desperdicia entre el 30 y el 50 por ciento de lo que consume", y sobre la consiguiente exclusión del acceso a los alimentos necesarios para el resto en un momento en el que, sobre todo después de la "revolución verde", "hay alimentos para toda la población mundial, y más".
El hambre más canalla
El hambre que se provoca en ese contexto sin precedentes es, para Caparrós, "más canalla" porque es evitable y porque es también "más insidiosa" que nunca: "Yo mismo todavía pensaba en el hambre como una imagen poderosa, como el niño de Biafra con la barriga hinchada. Ahora eso se hace más difícil porque no es un hambre icónicamente tan poderosa; es el hambre de quien no se alimenta lo suficiente para desarrollar sus cuerpos y sus cerebros, para vivir todo el tiempo que debería vivir, de quienes viven vidas más chiquitas y son más pequeños, más tontos, quienes viven cada día solo para conseguir un poquito de arroz y un poquito de maíz".
Las causas son muchas y también los efectos. Respecto a las primeras, el escritor se refirió a los fondos de inversión y los especuladores que han encontrado en los mercados de alimentos un refugio frente a la crisis, un sector de primera necesidad "en el que los precios no fallan" y en el que invertir el dinero de los rescates públicos reforzando su poder y agravando aún más la crisis para los más débiles. "El hambre no es nada que forme parte de las variables que contemplan. No lo hacen para hambrear a nadie, sino para obtener ganancias, y quienes pasan hambre son simples daños colaterales", ha explicado Caparrós.
En el otro extremo está el "uso del hambre como un elemento constitutivo del sistema", como una "herramienta de presión" social sistemática. Por ejemplo, las industrias textiles de la India "que tienen a cinco o seis millones de mujeres trabajando 12 horas al día durante seis días a la semana cobrando sueldos de unos 20 euros porque su única alternativa es pasar más hambre".
La pobreza no es la causa
La conclusión es demoledora: "Detrás de cualquier cuestión de migraciones, guerras, conflictos de género, hay siempre un mismo problema: personas que no comen lo suficiente"; y la causa última, "no es la pobreza sino la riqueza": la "concentración de la riqueza en manos de unos pocos". Es una argumentación que entra en polémica con las tesis habituales, que Caparrós personifica en economistas como el bengalí Amartya Sen, a quien también le niega la tesis de que la democracia es un factor de disminución del hambre... como lo probaría la misma India, "que pasa por ser la mayor democracia del mundo".
El escritor también muestra en su libro los efectos perversos del "asistencialismo". Si bien le reconoce "un efecto benéfico inmediato", Caparrós considera que la caridad a escala internacional "es una forma de perpetuar la situación que no ataja las causas, sobre todo porque quienes dan las asistencias son los mismos que las provocan". Citó como ejemplo el caso de Níger, país con pocos recursos agroganaderos pero segundo productor mundial de uranio, "explotado por una empresa china y una francesa" que se llevan los réditos de la materia prima. "Luego, las bolsas de granos las mandan los mismos franceses", explicó el ensayista argentino. Pero además, "el asistencialismo crea un mecanismo que hace que la gente ya no se perciba como sujeto de derechos sino como receptáculo de la gracia, alguien a quien se le regala algo y que se somete a quien tiene el poder de darle o no darle".
Su investigación en este terreno le llevó a un resultado "sorpendente", contrastado primero en su país de origen y luego a escala mundial, según detalló Caparrós: "De 40 millones de argentinos, cinco viven de la asistencia alimentaria del estado, y esa proporción se repite a escala mundial. Es decir, entre 1.000 y 1.200 millones de personas viven de distintas formas de asistencia, fuera del sistema productivo, a la deriva en los alrededores de las grandes ciudades".
Humanos desechables
La constatación de la existencia de esos seres humanos "desechables, gente sin función y casi sin opción a reinsertarse" arroja una conclusión añadida sobre el sistema capitalista; "un sistema que entiende que los sistemas son eficaces en la medida en que son capaces de usar todos sus recursos, pero que tiene 1.000 o 1.200 personas en su capital global que no sabe cómo utilizar". "Podría matarlos o dejarlos morir, pero eso queda feo, así que los convierte en receptores de ayudas", agregó el escritor.
Con todo, Martín Caparrós no quiso dejar un pronóstico ominoso. "El último capítulo del libro es muy optimista... pero quizá no consigo hacerlo evidente", ironizó. En sus líneas se contiene la conclusión del libro, que pretende ser movilizadora: "necesitamos una forma moral de la economía en la que todos tengan lo que necesitan y nadie tenga más de lo necesario". Claro que "queda por saber cuál es la forma política para realizar eso porque la última", admitió Caparrós refiriéndose al comunismo, "fracasó estrepitosamente".
El hambre intenta ser una aportación en ese sentido "en uno de esos períodos de la historia que no tienen proyecto de futuro, que lo ven como una amenaza". Pero sobre todo intenta no ser algo que Martín Caparrós dijo "detestar en los libros políticos"; lo que el escritor argentino Macedonio Fernández llamó un "hacedor de lindos" y proponía para su contratación como servicio municipal: un ciudadano especialmente poco agraciado que debería pasearse por el centro de Buenos Aires para que los bonaerenses, al cruzárselo, se dijeran: "Bueno, yo no estoy tan mal". Si este último fuera el efecto de El hambre en sus lectores, el mucho laburo de su autor habría sido en vano.
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