sábado, 2 de marzo de 2024
Atinado como siempre ...Del Teso...RECOMENDADO.
Ábalos y la política, semántica y pragmática
Que sea un delito, una falta de ética o circunstancias desafortunadas lleva al mismo punto: si perdiste tu voz, si no se te escucha, debes dejar el cargo
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Enrique Del Teso
Enrique Del Teso
Es filólogo y profesor de la Universidad de Oviedo/Uviéu. Su último libro es "La propaganda de ultraderecha y cómo tratar con ella" (Trea, 2022).
Empecemos por el lenguaje. Uno va a un restaurante y pide el plato del día. El camarero dice: «son las once». Uno llega a una cafetería y se sienta en la mesa de un amigo con el que había quedado a las diez y media y este le dice serio: «son las once». Uno le pregunta a un amigo que qué sabe de Elena. El amigo, incómodo, se levanta y le dice: «son las once». Es siempre la misma frase. Hay algo que no cambia: siempre son las once. La misma frase significa siempre que son las once. Y hay algo que cambia con el contexto. La misma frase, con el mismo significado, comunica en el primer caso «es pronto para servir comidas»; en el segundo, «llegas media hora tarde»; y en el tercero, «no me hables de Elena». Eso que no cambia lo llamamos semántica y lo que cambia de un contexto a otro lo llamamos pragmática. Por mucho que una frase tenga una semántica constante, el contexto le hace decir cosas absolutamente dispares. En política también hay una parte constante y otra que varía de un momento a otro. A la parte que no varía la llamamos ideología y principios. A la parte que varía la llamamos coyuntura. Esperamos esas dos partes. Nos gusta que los políticos se atengan a principios reconocibles con coherencia. No nos gustan los políticos sin principios, porque quienes cambian con cada coyuntura son oportunistas y no son de fiar. Pero también nos gusta que los políticos interpreten bien las coyunturas y se adapten a ellas. No nos gustan los dogmáticos que no tienen más discurso que repetir el catecismo ideológico. Como con las palabras, queremos notar una parte constante y una parte adaptativa y variable. Ábalos, en su muy notable entrevista con Alsina, quiso reducirlo todo a la parte constante. Repitió mucho la palabra «límites», cuáles son los límites de todo. Alberto Garzón se había quejado de lo contrario, del dogmatismo de quien petrifica los principios e ignora las circunstancias. Semántica y pragmática, principios y coyunturas.
Lo que se diga de Ábalos y las mascarillas puede cambiar de una hora para la siguiente. En este preciso momento, creo que Ábalos es inocente. Creo que no hizo nada ilegal ni falto de ética, que no toleró ni tapó nada, ni fue negligente, o por lo menos no mucho. Y a la vez creo que debió dimitir inmediatamente. La coyuntura lo exige. ¿No es injusto?, diría Ábalos. A ello iremos. Ábalos pregunta por los límites de las responsabilidades, exige que le digan qué ley o qué imperativo moral quebró para tener que salir de la política apestado por un caso de corrupción. Lo que pide Ábalos es algo que no hay: una guía legal y moral permanente que señale en cada caso el límite la culpabilidad legal o moral. Por supuesto que se puede explicitar una guía así, pero si es para el ejercicio de la política siempre tiene que estar la otra pata: la coyuntura.
Pedro Sánchez, María Jesús Montero, en la fila del Gobierno del Congreso de los Diputados, y Patxi López, detrás, el pasado miércoles, durante la sesión de control parlamentario.
En 2013 Ángel González, diputado por IU en la Junta del Principado, acabó dimitiendo porque fue imputado por prevaricación en una gestión determinada. Ni yo ni nadie pensamos que Gelín se hubiera quedado con dinero ni que hubiera obtenido beneficio alguno de aquel asunto; tampoco hizo perjuicio a nadie. Pero ante la imputación formal, tuve la sensación de que debería haber dimitido desde el principio. Años después, siendo vicepresidente, Pablo Iglesias estuvo a punto de ser imputado por García Castellón. Si hubiera sido imputado, yo hubiera preferido que no dimitiera. ¿Debe un político abandonar su cargo cuando es imputado sin ser todavía acusado?
La posición de Ábalos apunta a que la respuesta a esa pregunta marque una pauta permanente. Pero en política las guías éticas tienen que encajar en coyunturas. En 2013 estábamos ahogados por una corrupción sistémica del PP y gestores de entidades públicas, incluidas las financieras. Había un montón de cargos imputados en delitos de mala clase que se mantenían con impunidad en sus poltronas con el mantra de la presunción de inocencia. Hubo tal cantidad de casos, que el gobierno de Rajoy cambió en la ley la palabra «imputado» por el eufemismo «investigado», que sonaba mejor. IU estaba, con razón, en la actitud de acabar con aquel hedor y exigía retirar de sus cargos a los imputados. En esa coyuntura, era insostenible que Ángel González se mantuviera en el cargo siendo imputado, por más inocencia que inspirase su caso. En 2013 había un problema de impunidad. En los momentos actuales, hay un activismo político conservador y partidista evidente en la cúpula judicial. Aunque finjan escandalizarse los jueces, el lawfare es evidente en los delirantes casos contra Podemos, en el sesgo con que se tratan los casos que afectan al Gobierno y en el blindaje de la impunidad de los casos del PP. Baste ver ahora la estrafalaria acusación de terrorismo a Puigdemont. El terrorismo consiste en aterrorizar con violencia pública, ostentosa y brutal. El terrorismo es trágicamente evidente en tiempo real. Qué raro es este terrorismo que solo se detectó siete años después. Cambió la coyuntura respecto a 2013. Ahora el problema no es de impunidad de culpables, sino de indefensión de inocentes. Me hubiera producido desconsuelo que Castellón hubiera conseguido imputar a Iglesias y este hubiera dimitido. No creo haber cambiado mis principios y me gustaría pensar que no soy incoherente por querer cosas distintas en coyunturas distintas.
Seguramente Carlos Solchaga, allá por el 94, sintió que era injusto tener que dimitir por las andanzas de Mariano Rubio y Manuel de la Concha en Ibercorp, en las que él no tuvo arte ni parte. Pero Solchaga tenía un fuerte vínculo político con los encausados de Ibercorp. Cuando un político se ve envuelto, con culpa o sin ella, en un escándalo o episodio estridente, ese escándalo será lo que venga a la mente cada vez que hable y será lo que aviven con éxito sus rivales cada vez que diga algo. El escándalo convertirá a la audiencia en sorda estratégica y el político será un político sin voz, es decir, un cadáver político. No importa si es culpable de algo o si fue mera mala suerte, como puede ser el caso de Ábalos. Que sea un delito, una falta de ética o circunstancias desafortunadas lleva al mismo punto: si perdiste tu voz, si no se te escucha, debes dejar el cargo. ¿No es injusto?, diría Ábalos. Es política. Un entrenador de fútbol sabe que perderá su puesto aunque él no tenga la culpa de los malos resultados, es su oficio. En política todo es ideología y encaje en la coyuntura. En ciencia y en artes, la prioridad son los merecimientos. En política no. No es que se pueda maltratar el honor personal de los políticos, como se queja Ábalos, es que no es la prioridad. Como en el caso de los árbitros, es parte del oficio. La prioridad es la percepción puntual que hay del suceso y, dicho groseramente, el titular de la noticia. Si el PSOE arropa a Ábalos, ¿cuál sería ese titular? Políticamente, en esta coyuntura, con el poder judicial y la Brunete mediática desatados, la prioridad es que el Gobierno no pierda la voz por enredarse en un suceso repugnante que le queda lejos. Ábalos se duele del papel que se atribuye a los políticos de piezas intercambiables y sacrificables con justicia o sin ella. Y tiene razón. Ahora mismo, la percepción pública de la política se compone de fogonazos, de frases virales rápidas y guerrilleras, que desatan un pico de atención y desaparecen para dar paso a otras, donde la prensa se contagia de las maneras de las redes sociales y donde se articulan con dificultad discursos coherentes que se escuchen con una mínima pausa. Un político ahora está caricaturizado por estridencias amnésicas que conectan positiva o negativamente con el estado emocional alterado de la audiencia. Este es un panorama sombrío, pero lo es por la democracia. El narcisismo de los políticos les hace sentir que su honorabilidad, méritos o ambición es lo primero, pero no lo es. La democracia está desfigurada por el ruido y la distorsión de la información y eso debe preocuparnos. La infelicidad de los políticos atrapados en infortunios (hablo de los inocentes) son gajes del oficio, no hay política que no tenga aristas de frialdad, como los negocios. Ábalos debería haber visto que una bola se había echado a andar y debería haber hecho como Garzón: salir rápido, a regañadientes pero rápido. El daño personal es menor y con el tiempo reparable.
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