Los candidatos a lehendakari en el debate organizado por RTVE el pasado 9 de abril. / RTVE
Los candidatos a lehendakari en el debate organizado por RTVE el pasado 9 de abril. / RTVE En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí Al PNV parece haberle llegado su hora pero su estancamiento no alumbrará un nuevo escenario político en Euskadi. Los sondeos son concluyentes: tendencia ascendente de la izquierda abertzale, fatiga en el nacionalismo conservador, estabilización del voto socialista y popular, y descalabro catastrófico del denominado ‘espacio confederal’ como consecuencia de la incapacidad de Sumar y Podemos para concurrir juntos a estas elecciones. El resumen de este cuadro es que por mucha subida que experimente EH Bildu, el PNV volverá a formar una coalición de gobierno con el PSE. Pocos dudan de ello. La única novedad es que la coalición soberanista, una formación que hasta hoy mismo se muestra esquiva a la hora de calificar como terrorista a ETA, ha diluido esa mala reputación que le acompañaba y está en condiciones de ganar unos comicios por primera vez en la historia. En votos y, probablemente, también en escaños. Sin embargo, conviene no olvidar que en Euskadi es más fácil imaginar el fin del mundo que al PNV fuera de Ajuria Enea (residencia oficial del lehendakari). La pugna por la hegemonía entre dos nacionalismos ideológicamente antagónicos está siendo feroz. La prueba es que en las doce convocatorias autonómicas celebradas desde 1980, el triunfo del PNV en escaños siempre ha sido inapelable y, en ocasiones, también arrollador. Sólo en una ocasión salió derrotado, en 1986, pero fue consecuencia de una escisión interna. El asunto de ahora es distinto. Ya no se habla de las elecciones como un monólogo victorioso del nacionalismo tradicional. La mágica pócima de ese péndulo jeltzale que con tanta habilidad han hecho oscilar entre el pragmatismo autonomista y la independencia, o entre la izquierda y la derecha, para ocupar un lugar central en la sociedad vasca ha empezado a perder sus efectos sobrenaturales. Está por ver el tamaño de su estancamiento, pero al menos abastece al panorama político vasco de una expectación emocionante. “Estoy francamente ilusionado y no, no me da miedo un triunfo de EH Bildu porque, por mucha ambigüedad que muestren sobre el drama que provocó ETA –algo que tarde o temprano tendrán que aceptar sin dobleces–, han pasado 14 años desde el último asesinato. No sé si es mucho o poco tiempo, pero eso no les inhabilita para ganar apoyos. Tampoco le ha pasado factura al PP negar la memoria de la dictadura o aliarse con la derecha franquista donde consideran necesario. La actuación de la izquierda abertzale allí donde ha resultado decisiva para sacar adelante políticas progresistas, como en Navarra o en el Congreso de los Diputados, explica en parte la coyuntura que puede llevarles ahora a romper su techo electoral”. La opinión de Xabier Etxebarria, nacido en Sopela, Bizkaia, hace 29 años, licenciado en Sociología y restaurador de casas antiguas resume bien las impresiones de muchos ciudadanos vascos en el momento actual. PUBLICIDAD Más allá de las causas que puedan encontrarse para que mucha gente siga viendo a EH Bildu como sinónimo universal de la infamia, quizá es el momento de buscar otras explicaciones que ilustren la transformación que desde 2016 viene experimentando el mapa electoral vasco. El primero, indudable, es el desgaste sufrido por el PNV después de 44 años de hegemonía casi imperial. Si hubiera que buscar una imagen-referencia de su lento declive esa sería Osakidetza, el servicio vasco de salud, la otrora joya de la corona del autogobierno vasco, hoy gripada por una gestión privatizadora que sólo ha generado problemas en la atención sanitaria de la ciudadanía. Mucha gente que podría apoyar a Podemos votará a EH Bildu porque ya no encuentra una alternativa real de carácter federal y republicano El otro motivo esencial es la falta, o quizá la incapacidad, del nacionalismo tradicional para encontrar un relevo generacional de garantías. Su nuevo candidato a lehendakari, Imanol Pradales, es 14 años más joven que Iñigo Urkullu pero pocos ven en él ese aire renovado y vitaminado al que tanto ha apelado en su partido durante esta campaña que enfila su recta final. El presidente del Euzkadi Buru Batzar (EBB), Andoni Ortuzar, ha terminando recurriendo a los tópicos de siempre, a esa economía desbordante que han liderado acorde a las tablas de la ley y, por supuesto, a ETA. “El futuro está en juego. El PNV ha construido Euskadi paso a paso y en estas elecciones está en juego ese bienestar, que no está garantizado”, ha repetido en más de una ocasión. Para Mireia Zabala, estudiante de Tecnología de Comunicación en la Escuela de Ingenieros de Bilbao, el País Vasco siempre ha mantenido una pizca de reverencia hacia la gestión institucional del PNV, “y el PNV ha sabido vender a la ciudadanía que todo el bienestar alcanzado, que cada carretera construida, que cada empleo nuevo, que cada éxito logrado, se debe a su diligencia al frente del Gobierno vasco”. Una especie de retroalimentación que comenzó en 1980 y ha perdurado hasta hoy. Sin embargo, como dice el sociólogo Imanol Zubero, “la evolución de las sociedades modernas ha provocado un deslizamiento político en los partidos con larga trayectoria histórica. Ha ocurrido en Francia con el Partido Socialista, en Italia con la Democracia Cristiana, y puede suceder en Euskadi con el PNV. No sé si ahora, pero es un hecho que en cada elección pierden apoyos”. A la hora de calibrar en qué medida habrá un cambio tras las elecciones del domingo, conviene repasar la evolución de las encuestas que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) viene realizando desde 2016 donde se aprecia el lento pero inexorable estancamiento del PNV, especialmente entre los más jóvenes. En aquella cita, EH Bildu fue la fuerza más votada entre los electores de 18 a 34 años mientras el PNV se impuso entre los mayores de 35. Cuatro años más tarde, la base demográfica de la izquierda soberanista se ensanchó. Ganó entre los votantes de 18 a 44 años y el PNV lo hizo en los mayores de 45. De cara a los comicios del domingo, los sondeos indican que Bildu se verá reforzado por el apoyo mayoritario de los nuevos electores, unas 21.000 papeletas, y de una de cada cuatro personas que en la convocatoria anterior optaron por Elkarrekin Podemos. ¿Cómo ha sido posible ese trasvase tan elevado? “Porque ya no utilizan la vieja retórica hostil. En todos sus discursos utilizan constantemente palabras como ‘izquierda’, ‘futuro’, ‘servicios públicos’ y ‘progresismo’. El candidato a lehendakri de Bildu, Pello Otxandiano, tiene 41 años. Viste con vaqueros y camiseta. Tiene el aspecto de un recién licenciado de la Universidad. Es más fácil imaginárselo departiendo amigablemente en una conferencia que lanzando arengas”, apunta el sociólogo Xabier Etxebarria. Todas las encuestas subrayan el alto porcentaje de indecisos, de hasta el 21% Si esta prospección sociológica resulta ser correcta, las posibilidades de la izquierda abertzale de ganar los comicios son manifiestas. “Ahora bien”, apostilla el sociólogo Imanol Zubero, “también es innegable que EH Bildu juega con el viento a favor. Hablo de la posmemoria de ETA, de la ‘podemización’ formal de su mensaje, de la crisis que sufren los servicios públicos y del radicalismo de las clases medias. Factores que, a la vez, zarandean al PNV, parcialmente desarbolado, que ha emprendido una operación de sustitución de liderazgo que parece diseñada por sus enemigos. Pero las tendencias son contexto, no destino, que deben ser correctamente gobernadas y, en sociedades cada vez más líquidas como la nuestra, lo que hoy empuja en una dirección mañana puede convertirse en fuerza en contra. Mucha gente que podría apoyar a Podemos votará a EH Bildu porque ya no encuentra una alternativa real de carácter federal y republicano. Quiero decir que hay gente que votará a Bildu no por su perfil nacionalista sino porque es de izquierda. Si el alma independentista se impone a la izquierdista, esas personas dejarán de apoyarles porque dirán que eso no es lo suyo”, concluye Zubero. Es cierto que todas las encuestas subrayan machaconamente que el alto porcentaje de indecisos declarados, hasta el 21% de los ciudadanos con derecho a voto, podrían mover el tablero político de manera decisiva en un contienda electoral tan ajustada como la del domingo. Pero los expertos en demoscopia suelen ser prudentes. Muchos no creen que su efecto modifique excesivamente el escenario descrito. La única sorpresa sería que esa indecisión manifiesta termine empujando hacia arriba al PNV para reducir su distancia o empatar con EH Bildu. Mireia Zabala, la estudiante de Telecomunicaciones, asegura que votará el domingo pero aún no sabe el color que tendrá su papeleta. “Creo que Euskadi no está tan mal como dicen pero son necesarios cambios y compromisos claros con una política económica más social, pública y equilibrada”. Son estos apoyos los que precisamente busca el PNV para contener su presumible derrota. La sociedad se ha vuelto más sensible a las cuestiones sociales que a las territoriales, pese a que los partidos que pugnan por la hegemonía sean nacionalistas “No son tiempos para experimentos y menos para experimentos dogmáticos como los que propone EH Bildu”, defiende Pradales. El candidato jeltzale sigue confiando en que “la experiencia para gestionar” mostrada por su partido a lo largo del tiempo sea suficiente aval para aguantar el ascenso de la izquierda soberanista. Para Pradales, como antes lo fue para Urkullu, la ideología es intrascendente cuando se tiene la responsabilidad de gobernar. “Elige bienestar”, reza su eslogan de campaña. “¿Bienestar para quién?”, se pregunta el sociólogo Xabier Etxebarria. “¿Para la gente que tiene que acudir a la sanidad privada para hacerse una ecografía de urgencia pagada con su dinero?”, sentencia. Desde la perspectiva que ofrecen sus cuatro décadas de ejercicio continuado del poder autonómico, los estrategas de Sabin Etxea se están trabajando el voto de la clase media no sólo en sus caladeros naturales sino también entre los indecisos de entre 40 y 70 años que ven al PNV como pegamento de la política vasca reeditando su matrimonio de conveniencia con el PSE. Pero los tiempos cambian. Las luchas y la organización social son diferentes a las que había en 2011, el año del fin de ETA. La sociedad se ha vuelto más sensible a las cuestiones sociales que a los dilemas territoriales, pese a que los dos partidos que pugnan por la hegemonía sean nacionalistas. Y aunque la correlación de fuerzas se está reajustando, afirmar que ha llegado un nuevo ciclo político parece un tanto exagerado. Esto, a fin de cuentas, sigue siendo Euskadi.
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