domingo, 16 de febrero de 2025
Astutiano, Asturianísimo....Un Gigante.
Nortes
Cuando aún tenía toda la vida por delante, en la ternura de los quince años, Fermín Canella era -o lo aparentaba- miedoso. O eso le parecía a la riosellana Enriqueta González Rubín, la primera escritora en asturiano de la que se tenga constancia que publicó una novela. La Rubín, de corta vida, le sacaba 17 primaveras al pequeño Canella cuando le dedicó su “Cuento de miedo”, un poema en el que un par de gatos se transfiguraban en fantasmas, y una hueste de obreros, en pesado caminar mañanero hacia la fábrica, en terrible güestia. Fuera o no “medraneru” el joven Fermín, uno de los siete hijos del liberal Benito Canella, lo cierto es que difícil será encontrar asturiana o asturiano que, habiendo brillado en la intelectualidad de su tiempo, no aparezca ligada a la figura de quien llegaría a ser rector de la Universidad de Oviedo, defensor del idioma y la cultura asturiana y acendrado cronista de nuestro pasado. A su carácter dos anécdotas le delatan. Se dice, a lo primero, que, a viva voz, siempre tuteaba (un rara avis en su época); y, después, que no se le conocían enemigos, aunque sí “desamistades”: la que le tocó, aunque tangencialmente, con Julio Somoza llevó al traste al primer proyecto colectivo que puso sobre la mesa la idea de la identidad asturianista.
Construir el pasado pisando la tierra
La historia comienza en 1849, en el día de San Fermín. El mediano de los hijos (fue el tercero de siete) de Benito Canella y Carlota Secades nació en la calle San Francisco de Oviedo, al lado de la Universidad. De ambos progenitores heredaría una muy diversa inquietud cultural, pronto orientada al estudio de la historia y de las tradiciones asturianas. Con todo, Fermín Canella acabaría licenciándose en Derecho Civil y Canónico, una disciplina cuya severidad no da cuenta del que fue el verdadero espíritu del estudioso. Colaborador en prensa, acabaría por presidir la asociación del gremio en Oviedo. Será esta institución la que, por su propia iniciativa, sufragaría en 1911 los gastos del entierro de Perfecto Fernández Usatorre, Nolón, desdichado autor en “bable” cuyo retorno a Asturias, tras un paso de 30 años por Cuba, distaba mucho de asemejarse a las historias míticas sobre los indianos de éxito. Canella pisaba el barro -y, para demostrarlo, la curiosa imagen que se muestra estos días en el Edificio Histórico de la Universidad, entre las piedras que recorrió aprendiendo a andar y a morir, toda su vida, y que le muestra calzando unas poderosas madreñas-; conocía las desventuras de sus coetáneos y leía mucho más allá.
En su boda con Matilde Muñiz (1878).
Con birrete, montera y madreñes.
De ahí, tal vez, su éxito como divulgador. Supo Canella, en su faceta de historiador, hablar con el lenguaje del pueblo y recurrir también a él cuando, a la hora de elaborar sus Memorias asturianas del año ocho, a un siglo de la Francesada, se basó en los recuerdos de quienes habían vivido la guerra y conocido a sus protagonistas. De esta práctica, poco trabajada en el siglo del positivismo, no solo se recuperó la historia y las formas de personajes invisibles para el papel, como Marica Andallón. También se pusieron los cimientos de la historia construida por medio de la transmisión oral que hoy se enseña en la institución de la que él fue rector a partir de 1906.
Con el escritor y médico Octavio Bellmunt en dos momentos de su vida.
‘Asturiano asturianísimo’
A cien años de la muerte de Fermín Canella, falta aún quien historie su vida apasionante, analice su obra y construya un relato sobre quien, en gran parte, ha configurado casi todos aquellos en los que se basa la identidad asturiana. Así lo denuncia, en su Asturias nunca vencida, David Guardado, que señala directamente a Canella y a Caveda y Nava como filtradores de los temas clave, y de las formas, del asturianismo. La larga sombra de Fermín Canella se oculta, por ejemplo, detrás del covadonguismo, a cuya historia también dedicó una obra (De Covadonga: contribución al XII centenario, en 1918) o, y en connivencia con Julio Somoza, de la asimilación de Josefa Jovellanos al apodo La Argandona, heredado del marido al que sobrevivió más de cuarenta años. Falla también en sus memorias de la francesada al asignarle a Juaca Bobela una fecha de nacimiento que no le corresponde (pero sí a una hermana homónima, nacida y muerta antes que la heroína ovetense). No todo son flores y mieles cuando se hace una revisión contemporánea del intelectual, pero, como diría Billy Wilder, nadie es perfecto.
Retrato como Rector.
Portada de El Comercio.
Don Fermín tampoco, por más que a su muerte, en 1924, le loasen todos los periódicos, situándole como el gran intelectual del siglo que, tras la I Guerra Mundial, había comenzado a morir. “Era un risco de Asturias, fragante, en la plácida llanura del claustro”, dirá, de él, EL COMERCIO, que le asigna a su muerte una portada y una hagiografía definiéndole como “el asturiano asturianísimo, todo él entregado a la historia y a la tradición regional”. Lo era, en cierto modo; al menos, uno de ellos, aunque el movimiento que conformó para este fin, el grupo de La Quintana, no durase mucho tiempo. Lo parió Canella, junto al jovellanista Julio Somoza y Braulio Vigón, en 1881, y la asociación encontró pronto altavoz público en páginas del diario ovetense El Carbayón.
Una Academia que no pudo ser
Las cuitas entre Somoza, intelectual de proverbial mala uva, y Máximo Fuertes Acevedo llevarán al traste este primer conato organizado de establecer en Asturias la Academia que ya defendiera, en el siglo XVIII, Gaspar Melchor de Jovellanos, pero esa ya es otra historia. A su muerte, en la ya mentada necrológica, el diario decano de Asturias, nacido y vinculado históricamente a Gijón, trató de hacer un poco más suyo a Canella desvinculándolo de la capital, en la que murió (esta vez en su cama de la calle Fruela) como vivió, “humorista y zumbón”, llevando “la idiosincrasia ovetense, pero sin que le aprisionaran la calle de Cimadevilla ni el paseo de los Álamos, pues, por así decirlo, Canella en Asturias era universal”. Decían, también, que en Canella habían encontrado “un vocero documentado y entusiasta” tanto Asturias, en general, como “sus preclaros varones”, en particular. Y, sin embargo, ya lo ven, su historia comienza no en pluma de varón, sino en la de una mujer que quiso enseñarle a no tener miedo.
Y lo consiguió.
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