Irlanda dá la vuelta a su sistema.
Irlanda ya ha incrementado sus impuestos: ¿cruzará la subida fiscal el Canal de la Mancha?
THE SUNDAY TIMES | 8:22 - 18/04/2009
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En Irlanda, los grandes funerales se celebran en las iglesias más pequeñas. Saint Mochta, en Dublín, mide poco más que una sala de estar y, sin embargo, al funeral de Patrick Rocca acudieron tantos dolientes que se salían hacia la acera. Todo el que es alguien en la Irlanda moderna estaba allí. Políticos, estrellas del pop, promotores multimillonarios, jinetes y la elite del deporte. Hasta los paparazzi.
A Rocca le hubiera encantado. El empresario de 42 años era el emblema del hombre hecho a sí mismo en la nueva Irlanda renaciente, con una mujer glamurosa, aviones privados y un negocio inmobiliario valorado, en su época de auge en 2007, en 450 millones de euros. Pero una mañana de enero, se derrumbó. El primer indicio de que algo iba mal fue cuando lo vieron deambulando en pijama por el jardín de su vivienda de 5 millones en una exclusiva zona residencial.
Cuando su mujer, Annette, volvió a casa poco antes de las nueve de la mañana, encontró a su marido muerto en el pasillo. Se había pegado un tiro en la cabeza. Los periódicos matutinos desvelaron que el valor de su negocio se había hundido hasta los 14 millones, con deudas de 18 millones.
Múltiples indicadores
El funeral de Rocca no fue sólo el velatorio de un hombre. Para muchos, las campanas que repicaban mientras desaparecía el coche fúnebre eran el lamento de toda una nación. El tigre celta que transformó una sociedad retrasada y bañada en cerveza en la envidia de todo país pequeño con sed de cambio ha muerto, y sus cachorros piensan emigrar porque no ven futuro.
Los síntomas, grandes y pequeños, están por todas partes. Un banco, Anglo Irish, el tercero más importante del país, ha sido nacionalizado y el Gobierno está negociando el rescate de otros dos. Las empresas extranjeras, principalmente Dell Computers, cierran fábricas. La porcelana familiar (Waterford Wedgwood) está en venta. Guinness ha aparcado en la cámara frigorífica sus planes de construir una fábrica de 1.000 millones.
En el revés más notable de fortuna económica, Polonia, cuyos trabajadores acudían en tropel a Irlanda en los años de la especulación, ha empezado a organizar ferias de empleo para atraer a parados irlandeses hacia Varsovia. ¿El eslogan? "Ven a la nueva Irlanda".
El profesor John FitzGerald, economista del Instituto de Investigación Económica y Social, confirma que los salarios caen en picado, los precios de la vivienda se han hundido un tercio, la bolsa se encuentra en su punto más bajo en 14 años y el desempleo podría alcanzar el 12% a finales de año. Irlanda se convirtió hace poco en el primer país europeo occidental en ver su índice de crédito de primerísima categoría rebajado de estable a negativo por las agencias Moody's y Standard & Poor's. Este año, el déficit presupuestario llegará al 10%, el mayor de la UE, y el Gobierno reconoce que la economía caerá un 6,5%.
Síntomas de un derrumbe
La cosa está tan mal que Nouriel Roubini, el banquero neoyorquino apodado Doctor Aciago por haber pronosticado la crisis internacional, asegura que Irlanda podría ser el próximo país en quebrar después de Islandia. Señala que Irlanda se enriqueció más deprisa que Islandia, de forma bastante parecida, y ahora se encuentra con problemas muy similares.
"Si una gran entidad irlandesa tuviera problemas, el país no tendría recursos para rescatarla", explica. El compromiso del Gobierno de apoyar al sector bancario avalando todos los depósitos bancarios equivale al 250% del rendimiento económico anual.
Lo que hace de la caída de Irlanda particularmente deprimente es que, no hace tanto, la Isla Esmeralda era el mejor lugar para vivir en Europa. Oficialmente por lo menos. En 2004, The Economist declaró que los bajos impuestos, el alto crecimiento económico, la calidad de la enseñanza y su belleza natural aportaban una calidad de vida global incomparable. Pero la expansión cambió más que la economía y transformó la tradicional sociedad, cultura y religión irlandesa.
Irlanda vivía a lo grande y estaba encantada. Pero había un gran problema, porque lo que comenzó siendo un auge se estaba transformando en un atracón y de los peores, un atracón inmobiliario. En los últimos años se ha convertido en un caso de estudio de cómo una pequeña nación no debería gestionar sus nuevas riquezas.
El milagro irlandés
Para entender el porqué, hace falta acudir a Doheny & Nesbitt, el pub de Dublín, donde empezó todo. Doheny & Nesbitt está a la vuelta de la esquina de los principales ministerios y grandes bancos del país. Cada tarde, políticos, banqueros, empresarios y viandantes de turno acuden a beber.
A finales de los ochenta, cuando el euro prometía estabilidad monetaria, un grupo de economistas, políticos y funcionarios plantaron la semilla filosófica del milagro económico irlandés. ¿Y si, se preguntaban sus mentes bañadas en cerveza, Irlanda recortara los impuestos, redujera las tasas de importación y abrazara la inversión extranjera, para después adoptar el euro, lo que le daría acceso a un mercado de capital mucho mayor, permitiéndole disfrutar de más inversiones de Bruselas y de unos tipos reducidos de interés marcados por el BCE y, por último, se aprovechara de sus ventajas tradicionales de una mano de obra barata, el idioma inglés y el horario de Greenwich?
El nuevo modelo económico, conocido como la escuela Doheny & Nesbitt, enseguida pasó a ser política del Gobierno y reportó pingües beneficios. Gracias a la inversión europea, se construyeron carreteras y vías férreas, los bajos impuestos y tipos de interés atrajeron a multinacionales extranjeras, sobre todo gigantes de la tecnología como Intel o Google, farmacéuticas y grupos de servicios financieros, que eligieron Irlanda como plataforma desde la que operar en la zona euro.
Una nueva ley tributaria, la Sección 23, animaba a las promotoras a construir, permitiéndolas compensar los costes de construcción con los impuestos. Los bancos ofrecían hipotecas a interés reducido sin anticipo y el sector irlandés de la construcción estalló.
En el buen camino
No cabe duda de que la estrategia Doheny & Nesbitt era la política correcta, en el lugar correcto y el momento correcto. "Cabalgamos sobre las tendencias globales perfectamente durante 15 años", asegura Lyons. Entre 1987 y 2003, el Producto Interior Bruto per cápita ascendió del 70 por ciento de la media europea al 136%, mientras el paro se hundía al 4% desde el 17%.
El crecimiento del PIB se acercaba periódicamente a la asombrosa cifra del 10% anual, tres veces por encima de la media europea y el número de euromillionarios se multiplicó por cien. Irlanda había pasado de ser uno de los países más pobres de la Europa occidental al cuarto país más rico de la OCDE, por encima de Gran Bretaña o EEUU. Gracias a los ingresos tributarios en aumento, el Gobierno pudo incrementar su gasto radicalmente y, aun así, manejar un excedente fiscal. Era riqueza construida sobre riqueza.
Pero lo bueno en exceso tampoco es bueno. En el año 2000 se observaron indicios de que el auge no estaba creando riqueza, sino que se limitaba a inflar una inmensa burbuja inmobiliaria. Los préstamos bancarios ascendían a un ritmo del 30% anual, los precios de la vivienda se cuadruplicaban cada década, la deuda familiar como porcentaje del PIB había saltado del 60% al 200%...
Los cronistas empezaron a advertir de que Irlanda corría el peligro de echar a perder las ganancias de los años del tigre celta, pero los ministros rechazaron las peticiones de subir los impuestos para ahogar la demanda inmobiliaria. Al contrario, cuando el PIB empezó a ralentizarse en 2006, el Gobierno recortó los impuestos, inflando aún más la burbuja.
El pasado septiembre, cuando los bancos implosionaron y los créditos se paralizaron, el valor de los activos cayó en picado e Irlanda se convirtió en el primer país de la zona euro en hundirse en una recesión económica. Todos los ingredientes que alimentaron el auge están cavando un hoyo más profundo. Como miembro de la zona euro, Irlanda no puede devaluar su moneda, imprimir dinero, ni recortar los tipos de interés, como están haciendo Gran Bretaña y Estados Unidos.
Subida impositiva
En vez de aumentar el gasto para mantener alta la demanda, el Gobierno está recortando el gasto público en 2.000 millones, cerca del 1% del PIB, para reducir el agujero de 20.000 millones de las finanzas estatales, una medida que intensificará la recesión.
Aparte de recortar el gasto, el único margen de maniobra con que cuenta el primer ministro, Brian Cowen, tiene que ver con los índices salariales y los impuestos. Está forzando recortes salariales del 10% en el inflado sector público que afloró durante los años del boom, mientras el Gobierno y los sindicatos cuajaban un sólido compromiso social.
Además, Dublín ha prometido nuevos recortes en los gastos y subidas fiscales en el presupuesto de urgencia del mes que viene. Las finanzas públicas se beneficiarán de la subida al 1% del gravamen a los ingresos por debajo de los 100.000 euros anuales y al 2% a quienes lo superen, además sumarán el incremento al 1% de los seguros de vida y la imposición de 25 céntimos más en los cargos sobre el tabaco y cinco céntimos en los del litro de diésel.
Cowen insiste en que a Irlanda no le queda más remedio que pasar por un trago tan amargo. "Tenemos que salvar miles de millones. La decisión debía tomarse". Pero no está bien situado para lograr la aceptación de cinco años de austeridad. Ahora sólo cabe esperar si esta tendencia, de la que ya se ha hecho eco Gran Bretaña, cruzará el Canal de la Mancha y se extenderá por la Europa continental. Muchas similitudes con países como España dicen que sí.
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