jueves, 5 de diciembre de 2013

Nuestra Europa...

Forjando una identidad de la UE

4 diciembre 2013
THE IRISH TIMES DUBLÍN


A pesar de la variada historia de los Estados miembros de la UE y el apoyo en declive al proyecto europeo, el bloque posee los elementos que hacen falta para formar una comunidad con su propia y compartida identidad cultural, defiende un politólogo irlandés.
Para los que estén familiarizados con la investigación sobre el carácter del nacionalismo, la evolución de la Unión Europea representa una especie de rompecabezas. A medida que las instituciones de la UE han ido ampliando su alcance y a medida que ha aumentado el número de miembros, no es sorprendente que la UE haya intentado fomentar un sentido más profundo de la identidad europea.
Pero en una Europa de Estados naciones, esto plantea un extraño reto. Una vez que las poblaciones masivas se han socializado con un fuerte sentido de identidad nacional, como alemanes, finlandeses o irlandeses, por ejemplo, este reto resulta extraordinariamente difícil de vencer. Mientras las lealtades de las personas se desvíen del compromiso a Europa, se obstruye la construcción de una poderosa superestructura europea. Aún así, ha proseguido el proceso de profundización institucional. ¿Cómo ha sido posible algo así?
Pocas dudas caben de que la Unión Europea a la que pertenece Irlanda en 2013 es profundamente distinta a la CEE a la que se unió Irlanda en 1973. Se ha progresado en gran medida, aunque el objetivo final del “proyecto” europeo normalmente se da más por sentado y nunca se define, hasta el punto de que se trata de una federación de Estados miembros europeos.
La UE está dirigida por una serie de estructuras burocráticas y políticas que no son habituales, pero que parecen similares a las de un Estado federal.
Carece de dos de las características que definen a una federación: aún no controla unos servicios militares y de seguridad que puedan garantizar el cumplimiento de sus órdenes y la protección de sus intereses externos, y sus funciones de política exterior la comparten entre Estados miembros, en lugar de gestionarla la UE de forma independiente.
La UE además carece de muchas de las características distintivas que han contribuido a dar forma a la identidad a nivel de la nación. En lugar de tener un idioma compartido, constituye un caleidoscopio lingüístico.
Es cierto que posee los elementos de una cultura común en su pasado religioso compartido, dejando a un lado las profundas aversiones sectarias que han marcado la tradición cristiana en Europa Occidental, pero la importancia de la religión en Europa ha ido disminuyendo.

Un mito poderoso

Sin embargo, la UE sí posee los ingredientes para crear un mito poderoso del pasado, que se remonta al Imperio Romano. También comparte otras características que normalmente se integran en la ideología nacionalista: símbolos, incluido un himno y una bandera; una “misión” colectiva definida por iniciativa propia, la búsqueda de la paz; y, quizás el ingrediente más crucial en la formación de una identidad colectiva, un “otro”, una función que antes desempeñó la Unión Soviética y que ahora cuenta con varios candidatos.
El “otro” definido en el proceso de la creación de la nación ahora es otro miembro más en una importante estructura política
Dar cabida a los diversos Estados de Europa en esta visión no puede ser sencillo. Para muchos de ellos, el “otro” definido en el proceso de la creación de la nación ahora es otro miembro más en una importante estructura política. Para los irlandeses, en particular, cuyo recuerdo de la lucha por la independencia nacional dejó huella en la conciencia colectiva, poner en peligro esta independencia de nuevo podría parecer un sacrificio especialmente exigente.
Aún así, puede que los valores nacionalistas en realidad contribuyeran a que Irlanda se adaptara a Europa: después de todo, la CEE fue un importante contrapeso para el enemigo tradicional, Gran Bretaña, y la pertenencia a la UE ha constituido una importante mejora de la autonomía irlandesa, al menos con respecto a su vecino de mayor tamaño. Sin ella, por ejemplo, está claro que Irlanda estaría utilizando la libra esterlina como moneda, aunque sus líderes tuvieran poco control sobre su gestión.
El rechazo de los Tratados de Lisboa y Niza por parte de los votantes irlandeses puede haber fomentado una percepción de los irlandeses como un pueblo poco entusiasta por Europa, una percepción que sólo se modificó en parte con el resultado de las repeticiones de los comicios. Pero cabe recordar que la Constitución europea que se había propuesto la rechazaron los votantes franceses y holandeses y que sin duda otros habrían hecho lo mismo y habrían votado en contra de otros aspectos del proceso de profundización de la integración europea, si hubieran tenido la oportunidad.
Las cifras de las encuestas demuestran sistemáticamente que la actitud positiva de los irlandeses con respecto a la UE sigue superando a la de la mayoría de los demás Estados miembros. Puede que el entusiasmo irlandés por la pertenencia a la UE haya decaído en la última década, pero también ha disminuido en otros lugares y el liderazgo irlandés sobre la media europea sigue siendo sólido.

Opinión pública

También es posible que los pilares sobre los que se basaba en el pasado el nacionalismo irlandés, como su idioma ancestral, un vínculo distintivo con la tradición católica y una versión radicalmente separatista de la historia, hayan quedado socavados en las décadas recientes, dejando espacio para que crezcan patrones de lealtad más amplios.
El ritmo al que parece haber cambiado la opinión pública debe seguir siendo algo parecido a un rompecabezas. ¿Por qué los ciudadanos irlandeses, al igual que sus homólogos en otros lugares, han estado dispuestos a ceder su distintivito pasaporte verde, a adoptar el euro en lugar de la libra y quizás incluso a acatar las prioridades de defensa y exterior europeas? ¿Y por qué las élites irlandesas, al igual que las de otros Estados miembros, han estado dispuestas a ceder su capacidad de tomar decisiones y a renunciar a perspectivas de ascenso doméstico (aunque unas perspectivas mucho más brillantes atraigan a unos pocos a nivel de la UE)?
Estas preguntas son complejas y plantean un problema más general sobre el rompecabezas al que hacíamos referencia anteriormente. En lugar de explorar el “euroescepticismo”, cuyas raíces se encuentran en una unión de Estados naciones, ¿no deberíamos explorar el “euronacionalismo”, la fuerza que ha desempeñado una función tan importante en el impulso del proceso de la integración europea?

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