viernes, 6 de diciembre de 2013

Zimmerman y su eterna Gira....

Bob Dylan: la gira eterna del músico atemporal

Desde finales de los años 80, B

ob Dylan vive en la carretera, inmerso en lo que se ha denominado como «Never Ending Tour», a la búsqueda constante de nuevos públicos

Bob Dylan: la gira eterna del músico atemporal
ABC
Bob Dylan (en la imagen, durante un concierto) afirma que para él salir de gira resulta tan natural como respirar
Se dice que Buda tuvo una revelación debajo de un árbol. Bob Dylan la experimentó en la Piazza Grande de Locarno, en Suiza, en 1987. Se encontraba de gira con Tom Petty, y durante esos conciertos, él era consciente de que algo fallaba. Lo cuenta de manera bastante ilustrativa en su autobiografía incompleta, «Crónicas. Volumen 1»: «Mis interpretaciones se habían vuelto rutinarias, y la liturgia me aburría. Incluso en mis bolos con Petty, divisaba personas entre la multitud que parecían peleles de una barraca de tiro; no había conexión con ellos». En su cabeza ya empezaba a tomar forma la idea de buscarse una retirada digna. «Navegaba por inercia», explica.
Lo que ocurrió aquel 5 de octubre en la ciudad Suiza fue que se quedó sin habla. Mejor dicho, sin voz. Ningún sonido asomaba de su garganta. En lugar de sucumbir al pánico, que hubiera sido lo lógico, sacó fuerzas de sus entrañas y descubrió que allí dormía la bestia. Que no había desaparecido. «Inmediatamente, despegué a las alturas». Y ahí sigue.
Insuflado de estas redescubiertas energías, decidió embarcarse en una gira que nunca tuviera fin. El objetivo declarado era llegar a nuevos públicos, con una estrategia muy meditada pero contraria a cualquier plan conocido en la industria musical: pasar por la misma ciudad tres veces en un escaso intervalo de tiempo. De esta forma, al primer concierto irían sus seguidores de siempre; al segundo acudirían los jóvenes, acompañados de amigos, empujados por la curiosidad de ver a la vieja gloria; y al tercero, los amigos traerían a nuevos amigos. El plan se cumplió, por ejemplo, en Madrid: estuvo en Alcalá de Henares en 2004; volvió en 2006 al festival Viajazz de Villalba; y en 2008 estaba aquí de nuevo en el Rock in Rio. En los tres, parapetado en su teclado.
Diez años después de la experiencia suiza, comentaba lo siguiente en una entrevista en The New York Times: «A mucha gente no le gusta salir de gira, pero para mí es tan natural como respirar. Lo hago porque estoy hecho para ello. O lo odio o lo amo. Me mortifica estar en el escenario, pero también resulta que es el único sitio donde soy feliz. Es el único lugar donde puedes ser quien quieres ser. En la vida ordinaria no puedes. No me importa quién seas. La vida diaria te va a decepcionar».

«¡Judas!»

El año en que menos conciertos ofreció fue 2003, con un total de 98, más alguna aparición estelar; entre ellas, junto a Bruce Springsteen. Con él viajan, además de una banda con la que se siente seguro, sus viejas canciones, esas melodías que todo el mundo conoce, pero él disfraza de tal forma que al oyente le cuesta reconocer el estribillo. A su eterno viaje se han subido ocasionalmente otros artistas, como los Grateful Dead o Paul Simon. Solo paró la maquinaria en una ocasión, cuando en 1997, un día después de su 56 cumpleaños, tuvo que ser ingresado en un hospital por «histoplasmosis», una infección provocada por la inhalación de unas esporas llamadas «microconidios». La enfer-medad podía haber sido mortal. «Pensé que pronto vería a Elvis», comentó Dylan, que tuvo que permanecer de baja dos meses.
Esta semana acaba de concluir una más de las pequeñas giras en las que divide su eterno deambular por el mundo. Lo ha hecho con tres conciertos en el Albert Hall de Londres (días 26, 27 y 28 de noviembre). Han transcurrido 47 años desde que pasó por allí en 1966, con aquella histórica serie de recitales en los que aparecía con una banda de «rock» en la segunda parte. Una provocación en toda regla para el público amante del folk. En aquellos tiempos, desde el escenario tenía que aguantar el chaparrón de insultos («¡Judas!») mientras animaba a sus músicos a tocar más alto.
No es extraño que, en plenos años 80, el hombre que había provocadolas iras de sus propios seguidores, que había renegado de su condición de líder social o político, que había escrito canciones que movieron conciencias y cambiaron el mundo... se aburriera. Por aquel entonces, sus discos no eran precisamente grandes joyas.
Pero gracias a esa iluminación, Dylan recuperó la forma, no solo en lo que se refiere a sus conciertos. Porque sus últimos álbumes, desde «Time Out of Mind» (1997) hasta «Tempest» (2012), sí están a la altura de su leyenda.

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