¿Pero quién te crees que eres? ¿El puto Agassi?
Publicado por Holden Caulfield
1.
No concibo que toda esa gente quiera parecerse a Andre Agassi, dado que yo no quiero ser Andre Agassi. (Open, Andre Agassi)
2.
Mi madre quería que yo jugara al tenis desde pequeño porque los tenistas siempre iban vestidos con polo, bien peinados y no escupían al suelo como los jugadores de fútbol. Así que, contra mi voluntad, un día decide apuntarme a clases de tenis los fines de semana, clases que yo odio secretamente y que me tomo como si me enviaran desterrado a Siberia para cumplir condena realizando trabajos forzados. No alcanzo a comprender qué hago yo en esa ridícula pista de color parduzco rodeado de un enjambre de niños desconocidos haciendo el cafre con una raqueta en lugar de estar jugando al fútbol en la Plaza Pombo con mis amigos. Tengo grabada una escena recurrente de aquellas clases de tenis que se me repite en alguna pesadilla: tras dar bolas por turnos con el resto de mis compañeros, el profesor manda recoger todas las pelotas amarillas desperdigadas por la pista. Uso mi raqueta Adidas de color rojo a modo de bandeja para llevar las pelotas de tenis al carrito. Volvemos a formar una fila y cuando llega mi turno y el profesor me lanza la pelota, me doy cuenta de que no tengo raqueta: me la he dejado olvidada al otro lado de la pista mientras recogía las pelotas. El profesor se ríe. Mis compañeros se ríen. La chica guapa de la clase se ríe. Me siento desnudo. Ojalá estuviera en Siberia.
3.
A pesar de mi enraizado odio hacia las clases de tenis, sigo jugando y alcanzo un nivel lo suficientemente aceptable como para que mi profesor me anime a participar en un torneo infantil. Será el primero y el último que juegue en mi vida. Me toca jugar contra un chico algo mayor que yo aunque de nivel inferior. Sin embargo, me destroza: 6-0 y 6-1. Además tengo la sospecha de que se ha dejado ganar ese solitario juego por lástima. Mentalmente, el partido me resulta una tortura. Pierdo todos los puntos importantes por errores no forzados, tomo pésimas decisiones, acumulo dobles faltas, me precipito cuando he de jugar tranquilo y me distraigo en puntos clave pensando en lo que me queda aún por remontar. Tras perder un juego que iba dominando 0-40, frustrado y enfadado conmigo mismo, lanzo enfurecido la raqueta al suelo como haría Pete Townshend con su guitarra. Un señor con gafas de sol y bigote que está viendo el partido tras la verja, único espectador de mi debacle, me espeta a voz en grito al ver mi ataque de locura transitoria:
«¿Pero quién coño te crees que eres, chaval? ¿El puto Agassi?»
Más tarde, mientras estoy bajo el agua de la ducha, dando vueltas a mis errores, a la dolorosa derrota y a la punzante vergüenza que siento por la llamada de atención del espontáneo, una pregunta no deja de rondarme la cabeza:
¿Quién coño será el puto Agassi?
4.
A la mañana siguiente, me topo en el Marca con una foto del tal Agassi en la que aparece jugando al tenis con su melena glam-rock ochentera, sus mechas descoloridas, su cinta de profesora de aeróbic y sus pantalones cortos vaqueros, rotos y desteñidos. No sé qué es pero hay algo que me gusta en ese tipo. Empiezo a ver sus partidos siempre que tengo ocasión y sigo su meteórica ascensión en el ranking de la ATP con el orgullo de un primo lejano. Me compro una raqueta Head, la marca que él siempre usará a partir de 1993. Busco por las tiendas de deportes unos pantalones vaqueros como los suyos. Trato de imitar su golpes y movimientos. Lo que más me gusta de su juego es que, como yo, no tiene un buen saque (el mío, de hecho, roza lo lamentable). No es uno de esos trogloditas que limitan su juego a un servicio asesino, buscando sistemáticamente el ace. En cambio, tiene un poderosísimo resto. La rompe. Da igual lo fuerte que saquen sus rivales que ni se ve la pelota en la televisión cuando Andre la devuelve. Hay en esa capacidad de respuesta a los saques una capacidad de reflejos de portero parapenaltis. En la prensa, sin embargo, parecen no ver la grandeza que encierra esto, la elegancia de un buen resto, y prefieren centrarse en criticar su look, sus pendientes, sus pantalones vaqueros, su pose, su actitud. Agassi trata de zafarse de las etiquetas que los medios insisten en ponerle. Dicen que es elenfant terrible del tenis («Díría que uno no puede ser algo que no sabe pronunciar correctamente») y un punk roquero con mallas y una raqueta («por el amor de Dios, si a mí me gusta la música pop y suave de Barry Manilow»). Tiene un toque peterpanesco, de chico que se niega a crecer y que aún juega a llamar los timbres y salir corriendo. Todos mis amigos de la época prefieren a Pete Sampras, con su aspecto de hijo obediente y de estudiante de una universidad de la Ivy League. Dicen que Agassi está loco. Que no tiene actitud. Pero yo me mantengo fiel. A pesar de derrotas dolorosas como la del US Open del 95. A pesar de sus desapariciones. A pesar de su fragilidad. Yo soy de Agassi a pesar de Agassi.
5.
Open es el nombre de la memorias de Andre Agassi. Y acaban de publicarse, por fin, en castellano. Están escritas en colaboración con el premio Pulitzer J. R. Moehringer, quien estuvo conviviendo con Agassi a lo largo de tres años, de torneo en torneo, de victoria en victoria, de derrota en derrota, de crisis en crisis. Se trata de un libro magistral, alejado de esas hagiografías de deportistas que suelen poblar los estantes de las librerías hoy en día. El objetivo de Open no es encumbrar a Andre Agassi a los altares de la historia del tenis. Al contrario, por momentos algunas de sus páginas se acercan más a un espectáculo de flagelación y escarnio público que a un cantar de gesta. Él mismo ha calificado sus memorias como «un colosal accidente de tráfico visto desde distintas perspectivas». Como el que se sienta en un diván, Agassi usa las páginas de sus memorias para mostrar los muertos de su armario: las ansiedades, los miedos y las obsesiones que conviven como fantasmas en el día a día de un tenista fabricado por un padre autoritario y obsesionado con convertir a su hijo en el número 1 del tenis mundial. Un padre que no duda en suministrar speed a su hijo de diez años para que gane fuerza de cara a un torneo infantil. Agassi, el puto Agassi, es un manojo de inseguridades. Va de tipo duro, saltándose el protocolo, negándose a vestir de blanco en Wimbledon, pero no es más que un niño al que nadie le ha dicho cómo crecer. Tan solo le han dicho que su revés cruzado le hará millonario, como se solía decir a los toreros de su mano izquierda, la mano del cortijo. Conmueve leer pasajes en los que Agassi relata cómo su pavor a quedarse calvo le conduce a empezar a jugar con peluca y que uno de los miedos que más le atenazan, su pesadilla más recurrente, es que se le caiga el postizo en mitad de un partido, temor que le hace perder la final de Roland Garros de 1990 contra el ecuatoriano Andrés Gómez.
A media que se va avanzando a lo largo del libro, los interrogantes se suceden ante el carrusel de confesiones que va dejando por el camino Agassi, como si le hubieran inyectado pentotal sódico: ¿por qué una leyenda del deporte querría manchar de esta forma su legado? ¿Por qué confesar que llevaba peluca? ¿Por qué decir que estuvo un año enganchado a la metanfetamina? ¿Por qué revisitar sus obsesiones e inseguridades? ¿Por qué contar que antes de una final de la Copa Davis estuvo de juerga hasta las cuatro de la mañana con McEnroe? ¿Por qué decir que Roland Garros apesta a puros y pipas? ¿Por qué enemistarse con Becker, Chang, Courier, Muster o Sampras? ¿Por qué confesar que su padre le suministraba speed de niño? ¿Por qué airear sus problemas de alcoba con Brooke Shields? ¿Por qué todo esto? ¿Por qué ahora?
Open es una invitación a pasar unos días en el interior de su cabeza. Es una forma de expiar sus pecados. Y los de su entorno. «Bien, todos sabemos quién fui y lo que gané: los cuatro Grand Slam, la Copa Davis e incluso una medalla olímpica en Atlanta. Pero nadie sabe lo que pasaba por mi cabeza. Bienvenidos al infierno».
6.
Del mismo modo que se puede disfrutar del libro de Chaves Nogales sobre Juan Belmonte sin saber nada sobre toros, o de la brutal historia de Robert Enke pese a aborrecer el fútbol, Open es un libro para todo tipo de lector, independientemente del grado de relación que se mantenga con el tenis. En el New York Times, de hecho, se refirieron muy acertadamente a las memorias del de Nevada como «la biografía menos deportiva escrita por un deportista». El tenis no es más que el vehículo que transporta al lector a lo largo de cuatrocientas ochenta páginas por los distintos paisajes llenos de contrastes que configuran la compleja personalidad de Andre Agassi. Del desierto de su infancia solitaria en Las Vegas, al esplendor en la hierba de Wimbledon; de los días soleados en la cima de la ATP, a las tormentas de las drogas y las lesiones; de los nubarrones durante su matrimonio con Brooke Shields a los atardeceres de postal en sus últimos años de carrera al lado de Steffi Graf.
Open es la particular escalera de Jacob de Andre Agassi: un continuo descenso a los infiernos seguido de inesperados ascensos a los cielos. Y vuelta a empezar. Una y otra vez. En espiral.
Si Miguel Mihura decía que había elegido nacer en Madrid porque le cogía cerca del Chicote, Andre Agassi bien podría haber escogido nacer en Las Vegas para vivir en una permanente partida de ruleta, siempre entre la gloria y la perdición.
7.
Las memorias de Agassi son particularmente reveladoras por su forma de describir la relación afectiva que mantiene un tenista de élite con su séquito, ese equipo compuesto por gente de confianza que orbita alrededor del deportista. Cómo le dan la vida y le matan a la vez. Su dependencia extrema de estas personas. Hasta qué punto un deportista se entrega en cuerpo y alma a los consejos de su entorno. La paradójica soledad en el que vive permanentemente un millonario veinteañero que es un icono en todo el mundo. En el caso concreto de Agassi se observa un miedo infantil a la soledad y al mismo tiempo una clara incapacidad para lidiar con personas en público, resultado sin duda de su confinamiento desde joven entre las líneas de una pista de tenis, su prisión, como él mismo dice.
David Foster Wallace sostenía que el tenis es una mezcla entre ajedrez y boxeo. Una partida de ajedrez a la carrera (chess on the run). Bello y denso. Agassi dice anhelar hasta el contacto físico del boxeo. Poder oler a tu rival. Poder sentir que él suda como tú y que no es un robot que han puesto al otro lado de la pista para destrozarte la vida, como en ocasiones llega a pensar de rivales míticos como Sampras. O como con el dragón,una máquina escupebolas con la que el estajanovista padre de Agassi le martirizaba de niño, obligándole a devolver un millón de pelotas al año.
En el tenis te plantas frente a un enemigo, intercambias golpes con él, pero nunca lo tocas, no hablas con él, ni haces nada con él. Las reglas prohíben incluso que el tenista hable con su entrenador cuando se encuentra en pista. A veces se compara la soledad del tenista con la del corredor de fondo, pero yo no puedo evitar reírme. Al menos ese corredor puede oler y sentir a sus contrincantes. Se encuentran a escasos centímetros de distancia. En el tenis, estás en una isla. De todos los deportes que practican hombres y mujeres, el tenis es el más parecido a una reclusión en régimen de aislamiento.
El nombre de Open no es por casualidad. Aparte de las evidentes referencias tenísticas, también hace alusión a esas heridas que aún siguen abiertas y que nunca se cerrarán. A esa rivalidad enfermiza con rivales como Sampras que jamás terminará, no importa el tiempo que pase. El tenis genera archienemigos del nivel de personajes de la Marvel. Agassi y Sampras fueron una de estas parejas. Y las marcas comerciales lo supieron explotar astutamente. Open también hace referencia a las distintas épocas en las que Agassi estuvo abierto hacia afuera y a otras en las que se encerró en su caparazón.
8.
Hay un párrafo que tengo subrayado de Open que define perfectamente, a mi modo de entender, lo que es Agassi, el éxito, el tenis y la soledad:
Me paso varias horas pateando las calles de Palermo, tomando café solo, muy fuerte, preguntándome qué coño me pasa. Lo he conseguido. Soy el mejor jugador del tenis del mundo, y sin embargo me siento vacío. Si ser el número uno me hace sentir así, ¿qué sentido tiene serlo? ¿Por qué no me retiro y punto?
9.
Abran Open. Y perdonen la redundancia.
Lo único postizo del libro es su pelo.
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