FALLECE EL CANTANTE A LOS 70 AÑOS
Joe Cocker: perro loco, perro amaestrado
El arco argumental de la trayectoria de Joe Cocker, fallecido ayer víctima de un cáncer de pulmón a los setenta años de edad, es similar al de una Tina Turner que cumplió hace apenas un mes setenta y cinco: los primeros actos de sus carreras estuvieron abonados al exceso y a la más agotadora entrega en el escenario, para luego resurgir en los ochenta como una versión descafeinada y, sin embargo, mucho más exitosa de sí mismos.
En el meridiano de la década de 1970, Cocker adeudaba 800.000 dólares a su discográfica y trastabillaba por tarimas de todo el mundo regado de alcohol; en 1982, en cambio, recogía un Oscar y un Grammy por su dúo con Jennifer Warnes, Up Where We Belong, para instalarse luego en una medianía crónica desde la que publicaría discos en rápida sucesión hasta 2012.
La suya puede explicarse como una historia de excesos para revestir de épica al personaje que imploró al plenario de Woodstock con una voz sobrenatural que le prestara sus orejas para cantarles que “tiraría adelante con un poco de ayuda de sus amigos”, o bien como un relato de domesticación y asimilación por el establishment de un artista cuya mayor popularidad coincidió con sus trabajos con peor saldo creativo.
Del skiffle a Woodstock
Joe Cocker nació en Crookes, un suburbio al oeste de la ciudad británica deSheffield, el 20 de mayor de 1944. Con sólo 12 años, se subió por primera vez a un escenario de la mano de su hermano Victor, que lideraba una banda del circuito local de skiffle, género menor originario de Estados Unidos que en la década de 1950 popularizaría en Reino Unido uno de los ídolos de juventud de Cocker: Lonnie Donegan. A los 15 abandonaría la escuela para simultanear su trabajo como instalador de gas y las labores de vocalista de las sucesivas formaciones de su hermano: The Cavaliers y The Avengers.
Al frente de esta última, y parapetado tras el seudónimo de Vance Arnold, empezó su éxito todavía en el circuito local, teloneando a su paso por Sheffield a bandas de la talla de The Rolling Stones o The Hollies y grabando una primera versión de The Beatles en 1964 –el I’ll cry instead de A Hard Day’s Night– con un exiguo rédito comercial: apenas 10 chelines (unos 40 céntimos) en royalties.
En los cuatro años siguientes Cocker rebautizaría en dos ocasiones a su formación y rotaría a sus integrantes a la búsqueda de un je ne sais quoi que cristalizaría por fin en el sencillo Marjorine, un éxito menor a lado y lado del Atlántico que sin embargo alentaría la continuidad de su colaboración con el músico de sesión y compositor Chris Stainton en una nueva versión de The Beatles: With a Little Help from My Friends, quizás la única interpretación de su primera etapa tan conocida como sus éxitos de los ochenta –por bien que cobraría su talla mítica precisamente como sintonía de la serie de 1988Aquellos maravillosos años–.
Una leyenda apócrifa dice que Cocker decidió cambiar la cadencia del original de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band por la de un vals en una visita de desahogo al excusado de la casa de sus padres, pero, con independencia de su origen, su éxito mereció hasta la reverencia Lennon, McCartney, Harrisony Starr, quienes, en una maniobra frecuente de la época, llegaron a insertar publicidad en la prensa musical felicitando a Cocker por la apropiación de su éxito.
El espasmódico baile de Cocker, sumado a su imponente anatomía, su melena rizada y sus larguísimas patillas sumió en un trance místico al aprobativo público hippie, pero, en cambio, a su paso por el show de Ed Sullivan, el popular presentador pidió que apareciera en segundo término detrás del cuerpo de baile del programa.
La década de 1970: un long weekend paseando a un perro loco
Al éxito de With a Little Help from My Friends le sucedió el del álbum homónimo de 1969, que permitió a Cocker grabar su continuación en Estados Unidos e incorporar dos nuevas apropiaciones del cancionero de The Beatles aprobadas por Paul McCartney y George Harrison: She Came in Through the Bathroom Window y Something, ambas extraídas de Abbey Road (1969).
Festival de la luna y las estrellas
Sin repetir las cotas de popularidad de su predecesor, Joe Cocker! (1969) consolidó la trayectoria del intérprete y le permitió un desahogo que alentaría el mayor traspié de su carrera, paradójicamente coincidente con su música más visceral e inclasificable.
El tour Mad Dog and Englishmen, bautizado en honor a una canción de Noël Coward, pretendía reunir en el escenario a más de 30 músicos. De él emanaría un disco en directo, un fascinante documental y el primer sencillo de Cocker en auparse al Top Ten estadounidense (The Letter), pero también una caótica sucesión de contratiempos y excesos, con insurrecciones de músicos y promotores de por medio y un Cocker cada vez más errático, flotando en una nube de alcohol y cannabis.
Otra anécdota poco documentada dice de hecho que a los aficionados ubicados en las primeras cinco filas de cada recinto se les aconsejaba equiparse de un paraguas para evitar la recurrente lluvia de vómito de un desnortado y corpulento Cocker.
El desfase de la gira de Mad Dog and Englishmen acabaría de descarrilar en su tramo australiano en 1972. Cocker y varios miembros de su banda fueron detenidos en Adelaida por posesión de marihuana y al día siguiente la policía tuvo que intervenir en una pelea a hostia limpia en el Commodore Chateau Hotel de Melbourne. Se instó al intérprete y a sus compinches a abandonar el país en 48 horas, en el colofón de un año horriblis en que Cocker todavía tuvo tiempo para un breve y documentado trance como heroinómano.
El tramo restante de la década de 1970 fue un absoluto descontrol. Cocker entregó un álbum al año casi religiosamente, pero protagonizó episodios dignos de la versión más atropellada de la rock and roll way of life. Ofició unshowcase para su discográfica en 1974 tendido en el suelo en posición fetal, y en 1978 dos trabajadores sociales le confundieron con un mendigo mientras merodeaba por los alrededores de la oficina de su abogado. Pese a su intensa labor de estudio facturando unos trabajos cada vez más irregulares, logró endeudarse en una cifra de seis dígitos con su discográfica.
La década de 1980: la fórmula del éxito
El rápido deterioro del crédito obtenido en Woodstock y de la propia salud de un Cocker sumido en una profunda dipsomanía apuntaban a un final trágico, pero en 1982 se produjo un punto de inflexión inesperado. Ante la insistencia del productor Stewart Levine, Cocker interpretó Up where we belong, un dúo con Jennifer Warnes –adlátere recurrente de Leonard Cohen– para la banda sonora de la película Oficial y Caballero.
El tema le valió a la dupla Cocker-Warnes un Oscar y un Grammy compartido con una terna insólita de compositores: la cantante de folk Buffy Sainte-Marie, el arreglista y productor de culto Jack Nitzsche y Will Jennings, que tres lustros más tarde escribiría la letra de la también oscarizada My Heart Will Go On de Celine Dion.
El Cocker de Up where we belong se convirtió en el patrón con el que el de Sheffield cortó el resto de su carrera. El intérprete se convirtió en un señor bonachón enfundado en un traje de Armani que, salvo algún que otro tic nervioso en el escenario, redujo su repertorio a ejercer sin sobresaltos ni destellos de genio de barítono de voz quebrada.
Esa sería la modalidad en que abordaría también el You can leave your hat on –con el que Kim Basinger se cameló a Mickey Rourkedespelotándose detrás de una persiana veneciana en Nueve Semanas y Media–, y después en Unchain my heart, en When the Night Comes”y en otra recua de hits y álbumes anodinos e intercambiables.
El englishman que casi se deja el hígado en la tarima en la década de 1970, borracho y flanqueado por dos docenas de músicos, se transmutó en el tipo de voz profunda que amenizó el tramo más plomizo de las sesiones de DJs de bodas y bautizos, y en las dos décadas y media siguientes nadie le procuró la reinvención que sí rescató las trayectorias en piloto automático de Johnny Cash, Roy Orbison, Neil Diamond o Tom Jones.
Sólo el cáncer de pulmón le apartó de los escenarios, en un momento de ocaso que no avivó demasiadas especulaciones. Pero el pasado mes de septiembre Billy Joe dio una primera voz de alarma al solicitar el ingreso de Cocker en el Rock and Roll Hall of Fame durante un recital en el Madison Square Garden, alegando que la estrella “no se encontraba muy bien”.
Cabe suponer que el deterioro desde entonces fue exponencial hasta su fallecimiento ayer en su rancho en Colorado, en Estados Unidos, su país de adopción desde 1978. Del Reino Unido llegaría a decir que la vida en él se resumía “en el break de las 3 del mediodía”, ese “espacio interminable entre la hora de comer y la apertura de los pubs a las seis”.
Paradójicamente, la etapa más exitosa en ventas de su trayectoria sumió en una espera igual de desesperante a quienes esperábamos que algún día volviera a sacar a pasear al perro loco.
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