UN LIBRO ANALIZA LOS FILÓSOFOS QUE LE INFLUYERON
Las mentes que inspiraron a Hitler
¿Qué hay dentro de la mente de un genocida? ¿Qué ideas se escondían en el interior de la cabeza de Hitler? Preguntas sin respuesta desde hace más de 60 años. El mal es irracional dirán algunos. Otros argumentarán que alguien tiene que plantar la semilla para ser capaz de exterminar a millones de personas.
La idea de la pureza, la raza y la superioridad étnica fueron desarrolladas por Hitler y por varios de sus seguidores de confianza, pero tienen un origen (en ocasiones involuntario) en grandes pensadores anteriores. Todo el mundo conoce la admiración del dictador por Nietzsche, pero pocos sabrán que en sus discursos y principios también se encontraban los posos de Kant.
La filosofía fue muy importante en el discurso nazi, y algunos de sus grandes pensadores influyeron en filósofos posteriores. ¿Habría que poner en cuarentena las ideas de estos sólo porque hayan basado sus principios en gente afín al nazismo?
A todas estas espinosas preguntas intenta responder Yvonne Sherratt, profesora y filósofa, en Los filósofos de Hitler, un estudio de la Universidad de Yale que ahora publica Cátedra en la que establece los orígenes de las ideas del dictador, pero también marca a sus coetáneos y a aquellos que en el futuro tomaron sus ideas (o se opusieron a ellas).
Hitler saluda a las tropas en Francia (CC)
Nombres como Martin Heidegger, Hannah Arendt o Walter Benjamin. Todos a examen bajo la rigurosa mirada de Sherratt.
Filósofos impunes
Tras la Segunda Guerra Mundial casi ningún colectivo quedó impune de los crímenes cometidos por el nazismo. Funcionarios, doctores, maestros… no sólo fueron convidados de piedra, sino que participaron de forma activa.
Sin embargo ha habido un grupo que ha conseguido escapar del análisis y nunca ha aceptado su papel: los filósofos.
Martin Heidegger en una conferencia en 1960 (CC)
En la Alemania previa al nazismo la filosofía era considerada un símbolo nacional, eran celebridades. Sus ideas tenían mucha influencia en la sociedad, por lo que apoyar o no condenar el nazismo era un poderoso caldo de cultivo para Hitler.
La autora explica en su libro como el propio Hitler se consideraba un gran pensador, llegando a llamarse a sí mismo: “Filósofo Führer”. Su ideario quedó plasmado en Mi lucha, en el que resumió sus creencias. Hitler citó a los padres pensadores alemanes, como Kant o Schopenhauer y también se mostraba acorde con las interpretaciones alemanas de Darwin.
Ideólogos y adversarios
Más allá del “Filósofo Führer”, otros pensadores suministraron ideas al nazismo, mientras de alguna forma lo legitimaban delante de la sociedad. Cristianos, eugenistas y filósofos idealistas colaboraron y fueron premiados por ello. No hubo ni rastro de amenazas, sólo pura ambición, ya que todos acabaron ocupando puestos en universidades alemanas.
Baumler, Krieck, Schmitt (famoso como legislador de Hitler) y, sobre todo, Heidegger, que nunca se apartó del camino marcado por el Führer. La autora relata cómo este apartó a todos sus colaboradores que fueran judíos e incluso traicionó a su maestro Edmund Husserl por el mismo hecho.
También habitan en las páginas de Los filósofos de Hitler aquellos que sufrieron las iras del nazismo. Como Walter Benjamin o Adorno, que vivió casi toda su vida como un refugiado o la famosa Hannah Arendt, que consiguió escapar de un campo de concentración para luego mantener un romance con el propio Heidegger.
“¿Cómo pudo una judía mostrar su devoción de por vida a la causa de su pueblo a la vez que su amor por un nazi”, pregunta Yvonne Sherratt al lector mientras ofrece claves para entender su comportamiento.
La persistencia nazi
La lógica diría que tras la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial todos aquellos filósofos que dieron alas al nazismo y que colaboraron con sus ideas fueron juzgados. Sherratt examina en la última parte de su obra si en losjuicios de Nuremberg se juzgó a estas personas y si a partir de ese momento las universidades alemanas se purgaron de nazis.
Hitler con sus generales en 1940 (CC)
Por desgracia la mayoría de ellos salieron impunes y siguieron trabajando e incluso impartiendo clases y trasladando su ideario a sus alumnos. Los académicos judíos intentaron que se hiciera justicia, pero no se pudo “exorcizar a los demonios de los claustros universitarios", escribe la autora.
El libro ofrece una pesimista visión sobre cómo la cultura intelectual ha permitido la expansión de las ideas de Schmitt y Heidegger en las universidades europeas y estadounidenses, olvidando parte de la historiade sus autores.
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