domingo, 15 de mayo de 2022
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Baldomero Fernández Casielles: 150 años de nacionalismo musical asturiano
Nacido en 1871, vivió toda su vida en Uviéu como "obrero de la música", rechazando incluso ofertas de trabajo en Madrid, La Habana y Nueva York.
Por
Sara Ballesteros
10 mayo 2022
Investigadora musical e intérprete violista. Doctoranda en historia y ciencias de la música en la Universidad Complutense de Madrid y eterna estudiante de sociología
Cuando se habla de siglo XX musical, gran parte de los estudios de toda la península giran alrededor de los nacionalismos, fenómenos que definieron varias de sus décadas y que, a través de la introspección cultural de los pueblos, ubicaron a muchos de los compositores autóctonos en el mapa europeo. Es común reconocer diferentes lugares de Andalucía en las composiciones de Manuel de Falla, de Catalunya en las de Eduard Toldrà o de Euskal Herria en las de José María Usandizaga. Era de esperar, pues, que existiese algún músico del periodo que hubiese considerado el folclore asturiano digno de actuar en representación de nuestro propio aporte al movimiento.
En el Boletín de Estudios Asturianos nº 142 del año 1993, Fidela Uría describía a Baldomero Fernández Casielles (Uviéu, 1871-1934) como “una de las figuras más sobresalientes del nacionalismo musical asturiano” además de “un auténtico obrero de la música” por las circunstancias precarias en las que tuvo que sobrevivir. Es curioso el caso de este artista que, en tales condiciones y sin apenas formación, amasó una producción de unas cien obras musicales entre música sinfónica, música de cámara y música vocal; además de varias obras plásticas y escritos literarios en llingua asturiana, como “Un día en Uvieo” (1912), de la que era ferviente defensor. Fue a partir de la entrada del siglo xx cuando comenzaron a monopolizar su catálogo las composiciones basadas en motivos populares asturianos, de entre las que surgieron algunas de sus piezas más importantes: “Cuarenta canciones asturianas” (1914), descritas como uno de los mejores cancioneros armonizados del país, y “Cuarteto nº 2 en re menor” (1908-1913), la única muestra asturiana del género de la que se tiene constancia en ese siglo hasta la década de 1930.
Grabado de Uviéu en 1885.
La verdadera gran peculiaridad de este compositor polifacético fue su decisión de no abandonar nunca su ciudad natal, la que muchos tacharon de necia o incluso de “enfermiza” debido a sus capacidades y a las opciones profesionales que se le presentaban más allá de sus fronteras, pero que a los ojos críticos de la historia deja abiertas diferentes interpretaciones.
Por ese polémico empeño de custodiar sin descanso las calles de Vetusta, Baldomero Fernández llegó a rechazar estrenos de sus obras en Madrid e incluso –según relata el musicólogo Luis Arrones– trabajos en La Habana o Nueva York. Es innegable el interés que despertó la calidad de sus obras en el panorama musical contemporáneo, y no eran pocos los compositores que se acercaban a él en sus visitas, casuales o intencionales, a la capital asturiana, ya que sabían que no habría ningún otro lugar en el que pudiesen encontrarlo.
Baldomero Fernández Casielles. Foto: Muséu del Pueblu d´Asturies
Comenzó así una amistad entre el artista ovetense y algunos de los miembros del madrileño Cuarteto Francés, especialmente con Conrado del Campo, uno de los compositores e instrumentistas más influyentes del cosmos musical estatal de la época. En 1906 y 1908, Del Campo viajó a Uviéu junto al resto de su cuarteto con motivo de la inauguración del Teatro Celso y de los eventos de Sociedad Filarmónica, estancias que Baldomero aprovecharía para plantearle un reto acorde a su estilo compositivo y a su forma de vida: ambos músicos debían componer un cuarteto de cuerda original cada uno con la condición de que incluyesen motivos de tradición asturiana. Del pacto nació, por parte de Baldomero, el “Cuarteto nº 2” anteriormente mencionado, y Conrado completaría su mitad con el “Cuarteto nº 6” de su colección, al que apodó “Asturiano”.
Este último elevó el nivel del formato con la combinación de los sonidos regionales y de un complejo tejido contrapuntístico que le llevó a ganar el premio Ateneo de Madrid en 1909; de forma que Baldomero Fernández consiguió entonces postrar la reputación, la formación y el posicionamiento del gran Conrado del Campo en la música de cámara española a los pies del, hasta entonces, prácticamente desconocido nacionalismo asturiano. Y todo ello sin cruzar una sola frontera de la ciudad.
Lo que para algunos fue un obstáculo en su carrera puede llegar a comprenderse como uno de los grandes hitos en la reivindicación del valor cultural del país, que trajo consigo logros que la cesión de su identidad hubiese frustrado.
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