Brigadistas trabajando para sofocar un incendio forestal.
Brigadistas trabajando para sofocar un incendio forestal. PIXABAY A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! Dice Fernando Valladares, investigador del CSIC, que estamos viviendo el verano más fresco de los que vamos a tener por delante. Más de 500 personas muertas hasta el momento. Más de 30 incendios. Es el rápido balance de la segunda ola de calor en España este verano. Debajo de los números se encuentran personas, pueblos, paisajes, cultivos, bosques y fuentes de agua. Vida abrasada que desaparece. Es el cambio climático, provocado por un metabolismo económico que ha quemado en unos 150 años el petróleo que la biosfera tardó 300 millones de años en crear. Un modelo económico adicto al crecimiento del dinero y ciego a los efectos colaterales que ha desencadenado. Un caos climático que no puede separarse del otro problema urgente que acucia: el declive de la energía fósil, y de los minerales con los que se pretende generar otros suministros energéticos alternativos. El binomio energía/clima lo determina hoy todo. Después de más de medio siglo de negacionismo, la crisis ecológica aparece como un agente político que condiciona las posibilidades presentes y futuras, y con el que no se puede negociar. El impacto es brutal y recae sobre las personas de forma desigual. Hay gente que estos días no está pasando calor. De las casas refrigeradas, en coche con aire acondicionado, a las oficinas o restaurantes donde incluso te tienes que poner una chaqueta. En el otro lado se encuentran el barrendero, contratado durante un mes, que trabajaba a más de 40º en las calles de Madrid. O el obrero confinado en un taller a 42º. O las personas mayores, golpeadas por todos las secuelas –pandemias o calor– de esta forma suicida de entender el progreso. Los bomberos y las personas precarias de las brigadas antiincendios, un pastor abrasado. Vidas humanas y no humanas sacrificadas por un capitalismo –también el de Estado de China– que no produce para satisfacer las necesidades de todas y todos, sino para acumular. Da igual lo que se lleve por delante. Las sociedades quedan abandonadas a su suerte y la desresponsabilización es dramática. La misma Unión Europea que habla de Green New Deal, descarbonización y producción limpia, meses después pinta de verde la energía nuclear y el gas –fósil– natural y se plantea reabrir centrales de carbón. Más energía fósil, más cambio climático, más agotamiento de recursos, más dificultad para que la fotosíntesis haga su trabajo, más incendios. Más madera, que esto no pare hasta que reviente. Menos agua, menos bosques, menos seguridad. Menos futuro. En Madrid, el alcalde Almeida, persona de minúscula talla política, increpado ante la muerte del barrendero que trabajaba a las cinco de la tarde a más de 40ºC, se escaqueaba diciendo que no era trabajador del Ayuntamiento. No se sentía responsable. Almeida considera que si una institución pública subcontrata un servicio se puede desentender de quienes trabajan en él, incluso del propio servicio que se presta. Esa es la esencia de la privatización y la explotación. De un modelo asesino. Desde hace años, en Madrid hay cierta movilización ciudadana que demanda la gestión directa de servicios esenciales como la limpieza. Los bomberos que están en primera línea de fuego dicen que la novedad de estos incendios es que no se apagan con agua. Se apagan cuando ya no hay nada que quemar. Como el capitalismo y sus artífices que, en ausencia de ciudadanía organizada y activa, solo frenan cuando ya no hay nada que explotar, quemar o matar. La experiencia de la Asamblea Ciudadana por el Clima ha mostrado que personas elegidas al azar, en cinco sesiones calmadas y reflexivas, son capaces de proponer las medidas que nuestros gobiernos no se atreven a enunciar porque, sin haber hecho los esfuerzos necesarios, creen que la ciudadanía no está preparada para entenderlas. Urge que las instituciones públicas se hagan responsables del momento que vivimos. Que se abra un gran debate en el que se comparta con la ciudadanía lo que estamos viviendo y lo que va a venir. Que se exija una rendición pública de cuentas sobre las consecuencias de la inacción. Hay posibilidad política y económica para acometer los cambios que necesitamos y los gobiernos a todas las escalas están obligados a dejarse la piel en intentar conseguirlo. Abrir debates y nombrar con claridad los problemas es condición necesaria. De no hacerlo, serán otros quienes los nombren.
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