domingo, 23 de octubre de 2022
El Postmodernismo y el " Naufragio "
GUERRA DE UCRANIA
Posmodernismo, Rusia y Ucrania
Necesitamos héroes sociales que acaben con la alienante posmodernidad
Juan Antonio Molina
JUAN ANTONIO MOLINA
22 DE OCTUBRE DE 2022, 18:21
“Por mucho que muestren cuerpos en agonía o sangre por todos los lados, ya no sorprenden a nadie. Han querido imponernos un arte que culpa a la gente de no entender nada. Como si pretendiesen que amásemos a nuestro banco. Ambas cosas son imposibles”, asevera Jean Clair: “El banquero es un usurero y el arte de vanguardia es aburridísimo”.
Ahora incluso Cattelan reconoce que al posmodernismo sólo le queda terminar su epitafio: “El posmodernismo era un juego, un intento de divertirse sobre el abismo y sobre las ruinas volviendo a barajar las cartas. El eslogan podría ser: somos todos sobrinitos de Duchamp. Todo es juego, todo es arte, para el arte no existe el tiempo. Madonna es como Miguel Ángel. Los trazos de un cómic, como 800 páginas de Tolstoi. Hoy, esta ilusión que encarnaba el posmodernismo, va a ser archivada. Se convierte en catálogo”.
Quizá porque la posmodernidad nos ha convertido en supervivientes que por toda fortuna tenemos los restos salvados de un naufragio
La imagen de uno de los ejércitos más poderosos del mundo como el ruso se ha diluido lastimosamente en el ridículo de una tropa cobarde y desertora y unos mandos absolutamente incompetentes, muy lejos de aquel ejército rojo que arrolló a la poderosa Wehrmacht nazi. Quizá porque la posmodernidad nos ha convertido en supervivientes que por toda fortuna tenemos los restos salvados de un naufragio y no podremos contar con estructuras culturales de fundamentación. Sólo tendremos detritus, verdaderos basureros históricos, kjiokkenmoedding, desperdicios de consumos anteriores.
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Ello nos invalida como héroes cuando no somos víctimas. La propaganda organiza a las masas situándolas ante el espejismo de que su movilización corresponde a unos objetivos patrióticos y generales, aunque en el fondo se compadecen más bien con los de aquellos grupos que han hecho de los conceptos ideológicos y democráticos piezas utilizables en esa gran partida de monopoly que llevan a cabo. Son escenarios donde no se deja al margen la verdad, ni se ignora la verdad, sino que se está en contra de la verdad con el doloso objetivo de perjudicar a los muchos para favorecer a los pocos. El mundo se ha organizado, por la influencia de las élites, en torno al estipendio de la ocultación o el fingimiento de los propósitos.
Es como si el universo caliginoso del Fausto de Goethe con el diablo apostando con Dios que es capaz de conseguir que el espíritu de Fausto, pongamos que cualquiera de nosotros, abandone sus elevadas aspiraciones y se conforme con cosas triviales, le ha sobrevenido a una ciudadanía mordida por el desapego a la ideología y, con ello, incapaz de construir modelos de convivencias emancipadores. Sólo un Fausto mediocre, frívolo y sin universo simbólico propio puede situarse sin ningún ánimo transgresor en el mundo inauténtico de la posverdad, de las mentiras verdaderas.
Son minorías poderosas que luchan contra sí y que han conseguido, en ese ideal común, que se haya abolido el conflicto social, la voluntad transformadora de las clases populares para que los auténticamente damnificados por esos conflictos no luchen contra ellas
Decía Borges de las novelas de Faulkner que no sabemos qué ocurre en ellas, pero sí sabemos que lo que sucede es terrible. Vivimos hoy en esa paradoja que Galbraith diagnosticó hace más de cuarenta años como “era de la incertidumbre”, donde los éxitos del sistema de mercado en la economía se compadecen con la inestabilidad, la ineficiencia y la inequidad social.
No son batallas que libre un pueblo contra otro, una cultura contra otra, una ideología contra la opuesta, una filosofía frente a la contraria, en realidad, los grupos que combaten comparten las mismas metafísicas, sólo que les puede la voluntad de poder que proclamara Nietzsche, una voluntad de poder que siempre consiste en expandirse, en querer siempre más.
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Son minorías poderosas que luchan contra sí y que han conseguido, en ese ideal común, que se haya abolido el conflicto social, la voluntad transformadora de las clases populares para que los auténticamente damnificados por esos conflictos no luchen contra ellas. Como en aquellos viejos mapas en los que en medio de grandes espacios vacíos se leía Hic sunt leones (Aquí hay leones), la realidad que impone el neoliberalismo advierte a la ciudadanía que los espacios que puede ocupar son aquellos en los cuales es vigilada por sus propios depredadores sociales y que en eso consiste su libertad.
Aquel urinario valiente con el que Marcel Duchamp, en 1917, en una galería neoyorquina, mandó al infierno los convencionalismos ha terminado como el escusado de un bar un sábado noche Como explica Edgard Docx en su artículo en Prospect, “los modernistas como Picasso o Cézanne se concentraron en el diseño, la maestría, la unicidad, lo extraordinario, mientras los posmodernos como Andy Warhol se concentraron en la mezcla, la oportunidad y la repetición”. “Ya no hay dioses que nos devuelvan compasivos lo que perdimos, sino un azar ciego que va trazando torcidamente, con paso de borracho, el rumbo estúpido de nuestra vida.” Así se expresaba Luis Cernuda empapado de lecturas de Schopenhauer y Kierkegaard.
Necesitamos héroes sociales que acaben con la alienante posmodernidad.
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