lunes, 24 de octubre de 2022
Reacciones extemporáneas?
Ana González: ampliación del campo de batalla
Por
Víctor Guillot
24 octubre 2022
Ana González. Foto: Juan González
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Víctor Guillot es periodista y dirige el Centro de Interpretación del Cine en Asturias. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y el diario digital migijon. Colabora en la Cadena Ser. Su último libro, junto a Rubén Paniceres, se titula "Ceniza a las cenizas. David Bowie y la revolución visual de la cultura pop" (Ed. Rema y vive).
El campo de batalla socialista viene oscureciendo su horizonte desde el día en que 662 avales propiciaron las primarias en la Agrupación Socialista de Gijón. La tercera ley de Newton afirma que cuando un cuerpo actúa sobre otro realizando una fuerza, el segundo desarrolla una fuerza igual y opuesta sobre el primero. A toda acción le sigue una reacción. La posibilidad de que Ana González convierta sus últimos seis meses como alcaldesa “en funciones” en un calvario para la nueva dirección socialista era una posibilidad contemplada desde el principio tras el éxito de unas primarias que rescataban al PSOE de la más que probable hecatombe electoral.
Algunos socialistas admitieron entonces, ante el nuevo mapa político que se estaba pergeñando en Gijón, que la mejor solución para el partido y el Ayuntamiento era que Ana González dimitiese. De esa manera, se cortaba de raíz cualquier reacción posible que perjudicara las nuevas expectativas electorales, tanto en Gijón como en Asturias. Sin embargo, con esa estrategia también se corría el riesgo de una deserción en bloque de los concejales afines a la Alcaldesa o de una crisis institucional que lastrara la campaña de cualquier candidato hasta el día de las elecciones. Mejor esperar y confiar en que se calmaran las aguas.
La razón institucional se impuso en la ejecutiva local tras la victoria de Luis Manuel Flórez y se buscó una solución compartida por ambas partes que garantizaran seis meses de estabilidad política. La prioridad de la nueva dirección siempre ha sido la normalidad en el funcionamiento de la institución. El triunfo de Floro acumulaba un capital político que sólo desde el Ayuntamiento se podía desgastar o destruir y era un temor fundado que ese escenario se produjera. La reacción se hizo esperar y llegó.
Ana González durante su renuncia a participar en las primarias socialistas de Gijón. Foto de David Aguilar Sánchez.
La entrevista concedida a Juan Neira en La Lupa explotó como un torpedo dirigido a la línea de flotación de esa pretendida y esforzada estabilidad. Está por determinar si la explosión no traspasa los muros de la Casa del Pueblo o si, por el contrario, la irresponsabilidad de Ana González se extiende hasta los despachos de la Plaza Mayor. Habrá que hacer un informe de daños en Gijón y en la FSA.
La entrevista de Neira es una prolongación del campo de batalla en las páginas de El Comercio que sirvió para que la Alcaldesa se situara sobre el eje del victimismo político más propio de aquellos que tratan de construir una realidad alternativa tratando de acomodarla moralmente a sus propios actos. Ana González vive una especie de síndrome de Puigdemont, en un exilio interior. En su delirio, atribuyó su “derrocamiento” a un enemigo que no existe y redujo las primarias a un “golpe de estado” perpetrado desde la dirección socialista. También insinuó sentirse abandonada por Adrián Barbón, insultada y humillada por el partido y traicionada por una parte del feminismo socialista. La alcaldesa tampoco estuvo dispuesta a reconocer que ni siquiera había alcanzado el estatuto de derrotada en esas mismas primarias porque había renunciado previamente a participar en ellas. Solo se pierde cuando se disputa. A su juicio, fue una víctima del sistema y del partido.
El victimismo lo justifica todo de modo que no le resultó muy difícil reducir la encuesta que le otorgaba menos de 4 puntos en la valoración de su gestión a mero artefacto ficcional creado para destruirla en una gran conspiración. El delirio también lo engrandece todo, de manera que no tuvo ningún reparo en elevar a Ana Puerto, miembro hasta entonces del Comité de Garantías, a poco menos que “una inteligencia privilegiada” que, con su participación en las primarias, había destapado todo “el invento” en un gesto heroico de inmolación ante la militancia.
La situación es grave. Porque la entrevista irrumpe como una reacción caprichosa y visceral, inspirada por un orgullo herido, alimentada por una soberbia desmedida y hervida por un rencor abrasante, sin tener en cuenta la responsabilidad del cargo que ostenta y a la ciudadanía a la que representa. La ráfaga de titulares fueron disparados a discreción después de que se publicara una foto que ilustraba la ejecutiva extraordinaria del partido, convocada tras el escándalo de abusos sexuales que cuestiona la gestión de EMULSA.
Según fuentes socialistas, Ana González, miembro nato de la ejecutiva de la Agrupación, en su condición de Alcaldesa, dejó de acudir a las ejecutivas donde daba cuenta de su gestión, desde que se impulsaron las primarias. La Alcaldesa no deseaba tampoco que se conociera su deserción ni menos aún dejarse ver en una fotografía. Orgullo y sensibilidad… Afirmaba, en privado, sentirse incómoda en esas reuniones, justificó ante el secretario, según han comentado algunos miembros de la dirección. Hasta el caso EMULSA, despachaba los asuntos municipales con José Ramón García, en conversaciones privadas.
La actitud de Ana González no deja de ser una manifestación del infantilismo de una parte de la izquierda llevado a sus últimas consecuencias en la vida política de una ciudad con casi 300.000 habitantes. Una crisis institucional tan atrabiliaria como ésta, sólo podría ser fruto del ocio de los dioses. Pero la trivialidad con la que habla y actúa la Alcaldesa de Gijón se convierte en una situación de extrema gravedad cuando su actitud comienza a salpicar la vida municipal y los intereses generales de los ciudadanos. La entrevista con Juan Neira dejó entrever que así estaba sucediendo cuando la regidora declaró ante el periodista que no podía anunciar todo lo que sabía sobre la posible remodelación del estadio de El Molinón porque ya no iba a ser la regidora de los gijoneses en el próximo mandato. No parece tener mucho sentido que González escamotee información a su partido y, sobre todo, a los ciudadanos. Provoca la impresión de no ser consciente de la gravedad de sus palabras.
Mantener el equilibrio institucional va a resultar más difícil de lo que se preveía. El informe de daños es, de momento, intangible, y la posibilidad de que Ana González decida que la mejor forma de despedirse del cargo sea morir matando comienza a contemplarse como una posibilidad real desde su ejecutiva. Mientras tanto, la dirección local prepara su escuela de otoño donde irá anunciando medidas programáticas para el próximo mandato y en un breve plazo tendrá lugar la conferencia política que marque las bases de su trabajo durante los próximos años. Pero conviene ampliar el campo de batalla: la dirección de la FSA mantiene un escrupuloso silencio difícilmente interpretable. Recordemos que las direcciones locales se preparan para tener confeccionadas sus listas municipales en noviembre. Cuando más necesaria es la política, estos muchachos nunca están. Es más probable que saquen el bisturí cuando las agrupaciones anuncien los nombres de sus próximos concejales. Pero eso es otro capítulo en la apasionante ampliación del campo de batalla.
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