Todítas!
Pérez-Reverte, sobre El Asedio: "Ahora ya no hay inocentes"
Publicado el 20-03-2010 , por Carmen Méndez
Cuando el escritor y académico de la Lengua Arturo Pérez–Reverte (Cartagena, 1951) cuenta cómo era el Cádiz de 1812, gran protagonista de su novela El asedio, sabe que era «nuestro Ámsterdan, nuestro Liverpool, nuestro Manchester, nuestro Baltimore. Era una ciudad europea, donde el poder no era la aristocracia ociosa y zángana, ni los reyes estúpidos e incapaces, ni los curas fanáticos y cerriles, sino una burguesía moderna».
Esa burguesía habría cimentado un país distinto si ese gaditanismo hubiera contaminado España. «Ocurrió justo al revés: fue la España oscura de siempre la que aplastó ese Cádiz».
Entre personajes fascinantes como el comisario Rogelio Tizón, brutal y astuto; el capitán corsario Pepe Lobo; la propietaria de una firma naviera, Lolita Palma, o el taxidermista y espía Gregorio Fumagal, Arturo Pérez-Reverte retrata la España que pudo ser y no fue. Dibuja, lúcido y ácido, el mapa de las oportunidades perdidas. Porque en aquella época, la mayoría del pueblo español, analfabeto, no tenía otra opción.
«Sientes piedad y compasión, porque nunca tuvieron oportunidad de ser otra cosa, pero hoy ya no es así –argumenta–. Hoy, el que es analfabeto es porque quiere. Somos deliberada y gozosamente analfabetos. Eso hace que el español de ahora sea más responsable de su desgracia que el español de hace dos siglos. Ahora ya no hay inocentes». Y a este escritor, marino y lector, eso le parece un consuelo. «Cuando todo se va al carajo, si piensas que hay inocentes sufres más».
En la España de ahora, él cree que el peor enemigo es la estupidez aliada con la ignorancia y la incultura. «Y si a eso le añades el poder que da la política, con esos políticos analfabetos... Tenemos lo que merecemos». Pero aquel Cádiz fue lo posible. La Europa posible también. «Europa se acabó –afirma–. Lo que más me duele es que ha perdido su carácter de guía moral de Occidente. Las ideas, las revoluciones, las filosofías, la cultura con mayúscula salió de Europa. También las libertades. Europa tenía la obligación de ser referente moral del mundo, y en vez de eso tenemos un patio de tenderos y un parque para turistas. En plan puta, Europa se ha vendido a todo aquel cliente que le ha dicho ojos negros tienes, y a todos ha querido complacer».
La única ventaja que encuentra este gran lector está, precisamente, en su biblioteca. «Tengo libros y buena imaginación, y puedo reconstruir aquella Europa. Y tengo la certeza de tres mil años de memoria».
Un tablero de ajedrez
Por el momento, con libros, documentos, imaginación y oficio ofrece a sus miles de lectores ese Cádiz que durante dos años y medio sufrió el asedio de las tropas de Napoleón. En El asedio, con su apasionante y adictiva trama, se juega una siniestra partida de ajedrez donde mueven ficha un puñado de personajes fascinantes, obsesionados por una idea.
El capitán francés Simon Desfosseux, por ejemplo, está obsesionado con que las bombas caigan en Cádiz donde deben. «Esa mentalidad de la guerra científica, tan de moda ahora, empezó entonces». Muchas obsesiones en estas páginas. Muchas pasiones también. «Las pasiones pierden a los hombres, pero también los salvan», escribe. Y explica que hay pasiones que se convierten en reglas y dan los mecanismos para sobrevivir. «Cuando hay mucho desconcierto, cuando las reglas comunes se van al carajo, cuando no hay banderas visibles, ni amigos cerca, ni ningún Dios para solucionar los problemas –cosa que ocurre siempre tarde o temprano–, el hombre tiene que reunir sus fuerzas. Y esas fuerzas tienen mucho que ver las pasiones».
Con esa rotundidad con la que Pérez-Reverte construye sus novelas y conduce su vida, afirma que «el hombre que es fiel a sí mismo no puede ser fiel a ninguna otra cosa. Por eso mis personajes están despojados de certezas».
Admite que él mismo ha sido despojado por la vida de un montón de banderas. La vida que llevó cuando era reportero de guerra le impide creer que el mundo sea un lugar confortable. «Para no disparar a la gente, para seguir amando a parte de la humanidad, para no volverme loco, necesito cosas que me devuelvan la cordura: mis amigos, el mar, los libros».
«Los libros lo explican todo, sin ellos no hay salvación posible –dice–. Cuando un día vengan los bárbaros, que vendrán –siempre vienen–, lo ideal es estar en la ventana de tu biblioteca, mirándolos y viendo cómo grita la gente. ¿Qué esperábais? Tenían que venir».
Habla el escritor de la cultura en el sentido noble de la palabra, «no en el sentido gilipollas». Hace años, iba en un avión de Chipre a Líbano. Cayó un rayo y perdieron casi 2.000 metros de altura. «Tiene cojones morirte en medio de todos esos tíos gritando. Cuando subes a un avión, sabes que los aviones se caen. ¿Para qué sirve la cultura? Para no gritar cuando se cae el avión».
- ¿Tan malo es gritar?
- Para mí sí. Cada uno tiene sus reglas. La mía es no gritar cuando se cae el avión; seguir jugando a las cartas en el Titanic mientras se escora
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