"Creo que será muy difícil repetir lo que fue una temporada casi perfecta, pero lo intentaremos. Por supuesto, para el próximo año estaría muy contento de dejar tan prestigioso aunque idealista título para uno de mis rivales..". Así respondía Fernando Alonso a su elección como mejor piloto del año por parte de los 'team principals' de la Fórmula 1.
Y no fueron los únicos. Medios británicos como Autosport, la web de James Allen por un lado y sus lectores por otro, varios periódicos británicos… Prácticamente todas las clasificaciones de final de temporada han situado al piloto español en lo más alto de su lista. En este sentido, la temporada 2012 ha sido una de las más excepcionales de las últimas décadas. Porque el mejor piloto y el campeón del mundo suelen identificarse de manera prácticamente invariable. Pero no este año.
En Fórmula 1 resulta complicado deslindar con precisión la aportación del piloto y de la máquina. Pero el axioma más aceptado, y que la historia confirma, proclama que el nivel del monoplaza determina en gran parte el del piloto. La temporada 2005 fue un ejemplo palmario. De lograr la racha de éxitos más importante de este deporte desde 2000 a 2004, un cambio en la reglamentación con los neumáticos hizo que Schumacher —el mejor palmarés de todos los tiempos- y Ferrari se arrastraran aquel año.
Pero en 2012, en una temporada de gran igualdad de monoplazas hasta el verano, Fernando Alonso marcó diferencias con su rendimiento y resultados e invirtió ese principio. En su caso, el hombre exprimió la máquina como una bayeta. Y con el tercer monoplaza de la parrilla como norma, e incluso el cuarto y hasta el quinto el sábado, luchó por el título hasta la última carrera de la temporada.
Para comprender la dimensión de su actuación, tenemos que remontarnos muy lejos para encontrar un caso similar. Fue en 1986, cuando Alain Prost, con un inferior McLaren/Porsche, arrebató el título a los todopoderosos Williams/Honda de Mansell y Piquet. Entonces, con una combinación de inteligencia estratégica, habilidad técnica y velocidad, Prost llegó vivo a la última carrera de Adelaida, donde los acontecimientos se volvieran a su favor y ganó el título al autoeliminarse los monoplazas británicos. Cierto es que el francés logró el título y Alonso nó. El neumático de Mansell reventó. Cuando Vettel fue embestido en la primera vuelta, pudo seguir en carrera hasta la meta.
Esta temporada también ha vuelto a confirmar otro segundo principio que quizás muchos aficionados no tengan presente: en Fórmula 1, el mejor piloto no es el más rápido, sino el que sabe manejar todos y cada unos de los pasos que van desde el primer kilómetro del viernes hasta la última carrera del domingo. Y consigue resultados inesperados gracias a ello. Es algo que, en general, no podemos apreciar desde el exterior. Pero por ello Fernando Alonso ha sido elegido el mejor por los jefes de equipo casi por unanimidad. Hubo uno que le situó tercero en la lista. No es difícil adivinar quién fue.
Que un piloto cuyo monoplaza estaba a "dos segundos y medio" del más rápido en los entrenamientos de Jerez de febrero luchara por el título en Brasil no lo esperaba nadie. El propio Button declaraba recientemente que él mismo se equivocó con sus pronósticos cuando ció a Ferrari en Australia tan lejos. Decía recientemente un periodista italiano que resulta paradójico que el Título de Pilotos dependa de tener el mejor monoplaza. Que Alonso haya sido unánimemente elegido el mejor de 2012 por los jefes de equipo confirma la excepción a la regla: por una vez, en un deporte donde la tecnología es determinante, el hombre ha brillado sobre la máquina. Y no son opiniones de periodista
"Siento otro respeto", recordaba recientemente el piloto español. No es un consuelo, desde luego, pero la gran paradoja de 2012 es que perder un título mundial ha hecho más grande a Fernando Alonso.
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